La pandemia ha afectado duramente a las actividades de la mayoría de nosotros. Muchos hemos tenido que adaptarnos, más o menos bien, a las nuevas circunstancias, mientras que otros han tenido que restringir sus actividades o directamente quedarse en casa.
Lo que no ha cambiado es que sigo respondiendo al teléfono fijo, que por alguna razón conservo todavía, en neerlandés. Como mi número fijo aparece en la guía telefónica con un nombre equivocado, ya que la compañía de teléfonos se equivocó en su día al copiarlo (sin embargo, las facturas llegaban con el nombre pulcra y correctamente escrito), no es difícil averiguar quién llama a partir de la guía, y por tanto lo más probable es que se trate de una llamada poco interesante para mí.
Como ya sabemos (porque lo dijimos aquí, aquí y aquí), en Bruselas el flamenco no lo habla ni el Tato, por muy oficial que sea. Cuando un teleoperador quiere venderte vino, seguros, servicios de telefonía o lo que sea y se encuentra con que el cliente potencial le responde en flamenco, el interés del comercial por el cliente desciende vertiginosamente. Es que ni uno, tú. Todos, sin ninguna excepción, han terminado balbuceando las cuatro palabras que han logrado desenterrar de cuando iban al colegio para decir que, lo sentían mucho, pero que no estaban en condiciones de continuar la conversación. Los más atrevidos, como los de mi antiguo proveedor de Internet, Proximus, me decían que alguien que hablase flamenco me llamaría. Era más que evidente que los chicos de Proximus estaban intentando que recapacitara en mi resolución de abandonarles y, como las compañías de telefonía hacen tan a menudo, me iban a hacer una de esas ofertas irrechazables con mucha letra pequeña que ponen a los clientes los ojos como platos.
Bueno, pues ni eso. Al darse cuenta de que hablaba flamenco, terminaron por desistir, lo cual confirma la prácticamente única utilidad que ha tenido hasta hoy el flamenco en mi vida: permite librarse de los pesados.
O eso creía yo.
Anteayer, sonó el teléfono fijo por primera vez desde mi retorno. Lo tomé y, de manera jovial y decidida, lancé un claro y nítido Goedemorgen!
Para mi sorpresa, al otro lado de la línea sonó una voz de mujer que, de forma evidentemente trabajosa, ni siquiera me preguntó si podía continuar en francés, sino que, en un flamenco difícil, me dijo que me quería invitar a una conferencia.
Eso ya me había pasado antes. Los comerciales llaman, y te dicen que te ha tocado un regalo, que tienes que recoger en la tienda tal en el momento cual, y todo es para que vayas a la tienda que protagoniza la campaña. Lo que no había pasado antes es que el comercial, cuyo flamenco era claramente peor que el mío (que ya es decir), consintiera en expresarse en una lengua que estaba lejísimos, no ya de dominar, sino de hablar y, sobre todo, entender, de manera suficientemente operativa.
Tras tratar de entendernos en esa jerigonza que es el flamenco, me quedó claro que la organización que estaba detrás de la llamada había organizado conferencias presenciales en el pasado, pero que la pandemia les había obligado a hacer las cosas exclusivamente en línea. Así que la conferencia era en línea, y ella me estaba dando un enlace.
- ¿Y sobre qué es la conferencia?
- Sobre el amor.
- Ah...
- El amor a Dios.
- ¿Y el enlace a la conferencia es...?
- jw.org
- Lo sospechaba.
Pinchando en el enlace anterior no se va a donde la señora quería enviarme, sino a la entrada en la que se relatan mis peripecias anteriores con los Testigos de Jehová, esos herejotes de tendencia arriana. Algo hay que reconocerles, y es que son inasequibles al desaliento, y que ya quisiera más de un comercial (y probablemente más de un predicador) tener siquiera una parte de los recursos que atesoran ellos, aunque ello requiera chapurrear una lengua como el flamenco, que está lejos de ser la más extendida del mundo. Y eso que la pandemia les ha arruinado su modelo de predicación por parejas y de puerta en puerta, en frío; pues ya sabemos lo que hacen ahora. Lejos de encerrarse en sus salones del Reino esperando a que amaine, se han puesto manos a la obra y siguen dando la vara, pero ahora lo hacen por teléfono.
No les arriendo la ganancia, pero, al menos, no les caerán tormentas encima.
La conversación siguió por los derroteros habituales que suceden cuando me encuentro con los Testigos de Jehová. Al final, les digo que yo soy católico, y que lo quiero seguir siendo; ellos me retan a que saque mi Biblia, por mucho que sea la católica. Como siempre, supongo que quieren sacar las citas que les han obligado a aprender de memoria en la Watchtower, y que no son muy difíciles de rebatir con otras citas, pero por teléfono eso no es sencillo. Quizá por ello se limitan ahora a recomendar a sus clientes (creo que se les podrá llamar así) a que visiten su página web, llena de fotos de gente guapa y sonriente que exuda felicidad. En eso hay que reconocer que, desde el punto de vista de la imagen, les dan sopas con ondas a la brutalmente sosa página del Vaticano, que debe de haber sido diseñada por un teólogo o un filósofo, pero desde luego no por un experto en posicionamiento de páginas web ni mucho menos por un experto en imagen.
En este caso, la conversación duró poco, que es una de las ventajas de discutir en flamenco. Y sí, espero que pase pronto la pandemia, y que los Testigos de Jehová puedan reanudar sus visitas tradicionales puerta a puerta, porque es muy triste dar la vara desde un teléfono en la soledad de la casa de uno; para eso, no hay punto de comparación con ir de dos en dos, porque lo que dijo Jesús fue que fuéramos de dos en dos, no que nos dedicáramos a llamar por teléfono a la peña, y tratar de conseguir adeptos. Es más, auguro que, a la que se termine esto, los Testigos de Jehová van a tener un cierto ascenso, porque conozco a más de uno al que este año y medio (y lo que queda todavía) le ha sentado bastante mal a nivel de coco, y puede estar tentado de aceptar unirse a un grupo que da respuestas a todas las preguntas, aunque sea a costa de cerrar los ojos a lo que dicen las partes de la Biblia que contradicen las teorías en las que basan su existencia.
Pero eso ya lo veremos más adelante. Hoy no, que es tarde.