(Esta entrada empecé a escribirla en septiembre de 2020, y la tenía aparcada desde entonces, en que me he estado ocupando de todo tipo de tonterías, en lugar de asuntos sesudos como éste. Finalmente, he resuelto recuperarla, para proseguir la serie que comenzó en el ahora lejanísimo febrero de 2020, cuando la Hermandad del Rocío de Bruselas consiguió de la ciudad el privilegio de que el Manneken Pis vistiera de corto. Parece que hace siglos de eso, pero fue hace poco más de un año; pero, joroba, qué año...) En la última entrada gafapastosa sobre historia de los mandamases de Bruselas, nos habíamos quedado en el momento en que la línea agnaticia de los duques de Brabante se extinguió con la muerte de Juan III. Para que los brabantinos aceptaran la legitimidad de quienquiera que no fuera el hijo varón de Juan III (que no lo había), tocaba untarles muy seriamente, en este caso con fueros y privilegios, para que no echaran de menos los viejos tiempos.
Luego hay gente que dice que en la Edad Media todo era oscurantismo, derecho de pernada y blablablá. Normalmente es gente que no ha estudiado nada la Edad Media, y que no sabe que, a lo mejor, en algunos puntos había una libertad bastante mayor que la que hubo a partir de la Revolución Francesa, y que las cortes medievales muy probablemente eran más representativas que las del siglo XIX, en cuyas elecciones solamente podían votar los ricos. Pero, para desmentir estas ideas, hay documentos como la Alegre Entrada, o Joyeuse Entrée en francés, que es una limitación muy seria del poder del duque de Brabante, que se obligaba a consultar a una asamblea de representantes de los obispados, de la nobleza y de las ciudades para casi cualquier decisión de cierta importancia, además de garantizar la inviolabilidad de las personas. Un habeas corpus en toda regla. El documento en cuestión fue la base del derecho brabanzón hasta la Revolución Francesa, es decir, durante toda la dominación española y luego con los ilustrados absolutistas austríacos; para que luego digamos que en el Antiguo Régimen el monarca hacía lo que le salía de las narices. En Brabante podía ir al baño solo, sí, pero si el baño era de pago, ya no estaba tan claro.
Juan III murió, pues, en 1355 y dejó Brabante a su hija Juana, casada con Wenceslao de Luxemburgo, con la condición de conceder una renta a sus dos hermanas y de no desmembrar el ducado. Pero, como casi siempre que hay un cambio de dinastía (en España sabemos algo de eso), hay follón en forma de guerra de sucesión, y Brabante no fue una excepción. La duquesa Juana es la del retrato que ilustra esta entrada, en la que se puede leer "Johanna duxissa Brabantis regnauit 41 annis".
La segunda hija de Juan III se llamaba Margarita (supongo que estaba linda la mar) y estaba casada con uno de esos nobles tirando a mamporreros que abundaban en aquellos tiempos, de nombre Luis de Male, y más formalmente Luis II, conde de Flandes. Luis II tenía 25 años y ya una larga experiencia en combates; casado con Margarita de Brabante, el padre de ésta, el susodicho Juan II de Brabante, que debía andar corto de efectivo, como de costumbre, le dio largas en cuanto al pago de la dote. Recordemos que en aquellos tiempos lo de dividir la herencia no se estilaba demasiado, y mucho menos en Brabante, con la carta de Cortenbergh vigente, pero al menos a las mujeres que no iban a ver un palmo de tierra había que darles efectivo, algo de lo que Juan III nunca estuvo sobrado. De hecho, en 1347 compró Malinas al mismo Luis II de Flandes, pero lo que es pagársela era otra cosa; si algo pagó, parece que fue una parte sólo del precio pactado.
A Luis II no le hizo ninguna gracia quedarse sin dote, sin Malinas y sin ducado, y le dijo a Wenceslao de Luxemburgo que había que arreglar aquello. Wenceslao, que no era un patriota brabanzón precisamente, le dijo que un buen arreglillo podría ser ceder Malinas a Flandes y pelillos a la mar, y te quedas con lo que ya te había pagado el anterior duque y no discutimos de dotes. El acuerdo parecía próximo...
... hasta que se metieron las mujeres a discutir. No sé si las hermanas se llevarían bien, pero yo diría que no mucho. A Juana se la llevaron los demonios y dijo a su marido que ni por pienso iba a ceder Malinas a su hermana, desmembrando Brabante, contra la voluntad de su padre. El caso es que Malinas no llevaba ni diez años dentro del ducado de Brabante, pero no, ya para Juana era más brabanzón que Lovaina y Bruselas juntas.
Luis II se convirtió en un precursor de la guerra relámpago. El 15 de junio Flandes declaró la guerra a Brabante, el mes siguiente Luis II reunió sus tropas y en una campaña brillantísima en agosto de 1356 tomó todas las ciudades importantes de Brabante, Bruselas incluida, y puso a los duques en la frontera, pero del otro lado de la misma.
La batalla decisiva tuvo lugar el miércoles, 17 de agosto de 1356 en Scheut, que hoy está dentro de la región de Bruselas, a unos dos kilómetros de lo que hoy es el pentágono, o sea, el primer anillo de circunvalación del centro de Bruselas, y es un lugar totalmente urbanizado en el municipio de Anderlecht. Las mesnadas flamencas dieron para el pelo a las milicias urbanas bruselenses, que se retiraron a la propia ciudad perseguidos por los flamencos. Muchos milicianos, en su retirada, se ahogaron en el Senne, el -antiguo- río de Bruselas, algo que hoy resulta difícil de creer, porque, en los pocos sitios en que es visible, el Senne es una birria de riachuelo al nivel del Manzanares, y donde para ahogarse hay que estar muy convencido. Y supongo que un 17 de agosto su caudal no estaría en su mejor momento, pero bueno, si los historiadores dicen que esta gente se ahogó, no es cosa de discutir.
Y no digo que sobre Scheut y sus particularidades no volvamos en otra ocasión, pero no será ahora.
El caso es que los flamencos entraron en Bruselas sin grandes problemas. El duque Wenceslao puso pies en polvorosa y pidió una ayudita por el amor de Dios a su hermano Carlos, que era un tío tan importante como que era el Emperador del Sacro Imperio, ahí es nada.
Yo creo que lo vamos a dejar aquí, con Bruselas y todo Brabante tomados por las huestes flamencas, con la duquesa Juana gritando que era la duquesa legítima de Brabante desde el exilio, y con el duque Wenceslao tratándole de comer la oreja a su hermano el Emperador, mientras que Luis II de Flandes está veraneando cerca de la Grand Place de Bruselas. Porque se hace tarde, claro.