El otro día, hace unas cuantas entradas, estuve elucubrando sobre el hecho, aparentemente paradójico, pero sólo aparentemente, de que sean los regímenes surgidos de la Revolución Francesa los que hayan llevado a la situación en la que estamos, en que los humanos estamos encantados de renunciar a nuestra responsabilidad en favor del monstruo estatal que es consecuencia -lenta, pero segura- de dicha revolución, mientras le vendemos también nuestra libertad, que se ha convertido en un estorbo y que, después de todo, no nos permitiría renunciar a la responsabilidad.
Y digo que es paradójico, porque, cuando empezaron a surgir los regímenes liberales, esto no parecía que fuera a terminar así. De hecho, la frase que da título a esta entrada la adoptaron algunos partidarios del Antiguo Régimen en España, tras la derrota del breve, pero intenso, régimen liberal de 1820-1823, y luego la utilizaron mucho los liberales, pero ahora para burlarse de sus adversarios, a los que llamaban serviles.
El caso es que se supone que quienes se llaman liberales han llevado a una situación de escasísima libertad, mientras que los que eran llamados serviles, lo que es servir, servían más bien poco, y consta que hacían de su capa un sayo sin que la mínima administración del Antiguo Régimen quisiera -ni pudiera- impedírselo.
Entretanto, el mal está hecho, el monstruo está ahí y, por si fuera poco, la maquinaria informática a su disposición lo ha convertido en un bicho más poderoso que nunca antes. A despecho de todos los "liberales" que abogan por la reducción de la administración, mientras los socialdemócratas o comunistas no hacen sino aumentarla, lo cierto es que los liberales, en cuanto llegan al poder, éste les hace gustirrinín y ya no quieren reducir nada, sino quedárselo todo.
Y así hemos llegado a lo de ahora. Yo no pongo en duda la gravedad de la situación, ni mucho menos la existencia del virus; lejos de mi el negacionismo de lo evidente. Tampoco me creo las teorías conspiracionistas que predican que Soros está detrás de la propagación del virus, o de que los chinos lo fabricaron en un laboratorio y ahora se ríen del resto de la humanidad. No creo que haya nadie tan retorcido. Otra cosa es que, ya que el virus está ahí, Soros, o los chinos, o el sursum corda, lo aprovechen para sus malvados planes.
Lo que me admira, y quizá no debería admirarme, es que haya tanta gente que esté tan a gusto con la renuncia a la responsabilidad y, por tanto, a la libertad. Que les encanta que el Estado se haga cargo de todo. Que les dé una renta mínima universal. Que les dé subvenciones, muchas subvenciones.
Como saben demasiado bien los lectores de esta bitácora, yo le veo un lado religioso a todas las circunstancias y, por tanto, también a ésta. Y creo que no es de extrañar que la disminución de la fe de las personas haya coincidido con la presencia de este Estado verdaderamente totalitario, que se dice a sí mismo "del bienestar", y que tenga pretensiones de omnipotencia, cuando la omnipotencia es un atributo que tradicionalmente sólo pertenece a Dios. Hemos sustituido a Dios por muchas cosas, pero una de ellas es por un Estado grande, muy grande, que trata de proteger a sus súbditos y darles lo básico por ley, y ya veremos cómo se paga eso. Dios no. Dios se basa en la fe en su providencia, que lo malo que tiene es que requiere confianza en Él, que no es perceptible con la misma claridad que el hospital que ha construido el Estado para curarte.
Las consecuencias de haber cambiado a Dios por el Estado están ahí. De momento, quizá el Estado no es tan omnipotente como nos lo pintaban, o como se pintaba él a sí mismo, pero ahora mismo abandonarlo da una horrible sensación de vértigo.
Lo que sí veo claro es que el número de los que piensan, aun sin saberlo, ¡vivan las cadenas! es mucho mayor que nunca. Esas cadenas que podemos tocar y que nos quitan toda la responsabilidad, porque, atados, nadie nos podrá reprochar nunca que no hagamos nada.
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