Al final, con la boca pequeña, vuelve a haber misas públicas en Bruselas. Digo públicas por llamarlas de alguna manera, porque, en realidad, desde el 13 de diciembre, lo que se ha autorizado es la reunión de hasta quince personas en los templos, sin contar los menores de doce años. Eso permite entrar a los templos... si alguien tiene la bondad de abrirlos, claro, porque el obispo puede indicar que los templos queden abiertos para acoger a los fieles que vayan a rezar, pero el obispo, y nunca mejor dicho, puede decir misa. Los que mandan en los templos católicos belgas cada vez son menos los obispos, ni siquiera los sacerdotes, y cada vez más los laicos que de hecho están al frente de las unidades pastorales y parroquias y controlan el acceso a la misma con mano de hierro.
En esta situación tan penosa, uno se pregunta cómo ha llegado a haber un colegio episcopal tan borrego como el belga, incapaz de levantar un poco la voz y decir que con la Eucaristía no se juega. Muy al contrario, los obispos belgas no paran de repetir lo peligrosa que es la pandemia y la solidaridad que tienen con este gobierno que deja abrir IKEA, pero no la catedral. Estos obispos vivieron durante su infancia en un país entonces católico, estudiaron en un seminario razonablemente nutrido, en una universidad católica, y han tenido la vida resuelta desde que fueron ordenados. Así las cosas, no es de esperar que se jueguen, no ya la vida, sino una multa por parte del gobierno. En Irak querría verlos yo dando testimonio.
En el mundo hay de todo, y estos días he pensado bastante en el señor de la foto, que quien haya leído hasta aquí pensará que es uno de los obispos belgas, pero no lo es. En realidad, ha aparecido al menos tres veces en esta bitácora, más concretamente aquí, aquí y, sobre todo, aquí, ya incardinado en su actual destino.
Efectivamente, se trata del actual arzobispo de Minsk y Magilov, monseñor Tadeusz Kondrusiewicz, que, a sus actuales 74 años y cerca de presentar la renuncia, a lo que no renuncia es a defender sus creencias en un lugar tan poco propicio para el pensamiento libre como la Bielorrusia de Lukashenko. De hecho, después de unas elecciones presidenciales que Lukashenko dice que ha ganado con el 80% de los votos, cosa que mucha gente directamente no cree, salió de su residencia, se dirigió a las puertas de una prisión en la que Lukashenko había hecho encerrar a gente que protestaba por el pucherazo, y se puso a rezar allí. A rezar, no a manifestarse ni a protestar contra el gobierno, aunque es cierto que también hizo declaraciones en las que aseguraba no ver clara la limpieza de las elecciones.
Unos días después, hacia el final de agosto, Monseñor Kondrusiewicz partió a Polonia a una reunión, y al volver a Bielorrusia se encontró con un control fronterizo que descubrió problemas con su documentación, y le denegó la entrada. Y así hasta hoy, en que sigue sin poder entrar en su diócesis. Teniendo en cuenta que Monseñor Kondrusiewicz nació en Bielorrusia y tiene nacionalidad bielorrusa, uno pensaría que los supuestos problemas con su documentación serían sencillos de resolver, pero no parece que los consulados bielorrusos en el exterior estén muy por la tarea de ayudar a Monseñor.
Y he pensado en él porque, aunque uno ve la foto y no encuentra gran diferencia física entre Monseñor Kondrusiewicz y cualquier obispo belga que vista de obispo (alguno hay), su trayectoria vital es bien diferente. Monseñor Kondrusiewicz nació en la Unión Soviética, bajo un régimen oficialmente ateo y que sólo toleraba a la Iglesia Ortodoxa porque era totalmente inofensiva y la tenía infiltrada hasta la médula. Sin embargo, Monseñor Kondrusiewicz era católico, que es motivo para que en la Unión Soviética la discriminación contra él fuera múltiple. Siendo notoriamente católico, no me quiero imaginar los obstáculos que tuvo que superar para estudiar (es ingeniero mecánico) y para ingresar en el seminario de Kaunas, que tengo entendido que era el único seminario abierto en toda la Unión Soviética, y aun éste severamente limitado por las autoridades. Ya como obispo en Moscú, tengo alguna idea de cómo fue sacando adelante la diócesis, entre las dificultades que planteaban las autoridades civiles y, de paso, las de la Iglesia Ortodoxa. Vamos, lo mismito que sus colegas belgas y sus cabezas gachas frente a cualquier cosa que venga del gobierno. Éste no. Éste no se ha callado cuando ha visto que tenía que hablar.
Yo no sé si a Monseñor Kondrusiewicz le habrá dado Dios muchos talentos, pero, cuando le llegue el momento de devolvérselos, podrá decir que dejó la diócesis católica de la Madre de Dios, la de Moscú, en mucho mejor estado que cuando la recibió y puso las bases de su crecimiento. No lo hizo él solo, pero no se hubiera hecho sin él. Y no puedo juzgar qué es lo que ha hecho en su diócesis actual, pero, por el poco tiempo que he pasado en ella, me quito el sombrero de lo que he visto. En cuanto a los obispos belgas, me pregunto si alguno podrá presentarse ante Dios diciendo que dejó su diócesis mejor que cuando la recibió, con más fieles y sacerdotes, o más bien tendrá que bajar la cabeza y decir que, cuando el gobierno mandó suspender el culto público, él no levantó la voz, ni puso pies en pared, sino que insistió en que los templos "permanecieran abiertos para la oración", y ni siquiera puso mucho énfasis en que al menos se cumpliera esto escrupulosamente.
En fin, a ninguno le deseo que esta situación, posiblemente embarazosa, se les plantee sino antes de mucho tiempo. Entretanto, vamos a ofrecer una oración por Monseñor Kondrusiewicz, que hoy paga su coherencia con el exilio, y vamos a la cama, que se hace tarde y mañana, si Dios quiere, toca viajar.
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