En esta ocasión, la noticia es ésta, y ha sido ampliamente difundida en redes sociales. Además, desde que los medios de comunicación dan la posibilidad de insertar comentarios a las noticias, siempre hay alguien que queda en evidencia y se toma la noticia en serio.
Supongo que el propio Grezzi estará encantado de ser el protagonista de una inocentada como ésta. Al menos, yo lo estaría en su lugar. Por cierto que, entretanto, he tenido ocasión de utilizar el carril bici de la Gran Vía Fernando el Católico que comentaba el otro día y, como era de esperar, no lo encontré peligroso en absoluto y, desde luego, no en comparación con lo que viví durante mis años de estudiante. Hay espacio para todo el mundo, está todo bien señalizado, y no veo por qué tiene que ocurrir alguna desgracia, como profetizan los más agoreros; al menos, lo que está claro es que las posibilidades de que ocurra la desgracia son mucho menores que antes.
En cuanto a mi impresión de residente extranjero recién llegado a España, pues creo que la gente está mucho más cansada de las restricciones de lo que lo estaba hace dos meses, cuando vine por última vez. Creo que la paciencia se está terminando y que mucha gente que, por lo demás, no tenía un concepto muy elevado de las reuniones familiares de estas fechas, las está echando de menos cuando se las han quitado, además de que, las que ha habido, las ha habido muchas veces en ausencia de algún pariente, y se les echa en falta. Ése ha sido mi caso, por desgracia de forma definitiva, pero también el de muchos otros que, sin llegar al extremo, tienen a sus padres y abuelos confinados en residencias, de donde no les dejan salir en estos días, y que, como mucho, se han podido saludar desde un balcón.
En el caso particular de Valencia, a donde he logrado llegar burlando el cierre perimetral (y porque tenía una causa justa para burlarlo), a ello se añade que, de repente, los contagios han aumentado de forma notable. Durante el verano, y tras el mismo, la Comunidad Valenciana podía mirar a las demás por encima del hombro, gracias a su reducido número de casos, que le valió ser considerada como zona relativamente segura y destino preferente, incluso turístico. Sin embargo, la dicha ha durado sólo unas semanas, hasta el punto de que los datos valencianos son ahora los peores de España, y son las autonomías más castigadas en otoño las que nos miran ahora por encima del hombro, lo cual debería ser una cura de humildad para todos los responsables políticos, que ni eran tan buenos en verano, ni seguramente son tan malos ahora.
En los próximos días deberé seguir desafiando el cierre perimetral de Valencia, porque tengo que desplazarme a Madrid antes de final de año; pero luego tendré que volver a Valencia, porque mi vuelo de vuelta a Bruselas, que compré antes de que se supiera nada de los cierres perimetrales, debería despegar desde aquí. Y, entretanto, el gobierno belga ha adoptado medidas más severas y exige unas pruebas PCR negativas recientes a todo el que acceda a territorio belga, excepto a los residentes. Es decir, que en los próximos días voy a tener que convencer a las autoridades belgas y españolas de que resido en Bruselas, Madrid y Valencia, más o menos al mismo tiempo. Además, parte de esos viajes los haré acompañado de mis hijos... que también deberán convencer a las autoridades competentes de que residen en tres sitios diferentes.
En fin. Veremos si la experiencia acumulada de supervivencia en Rusia me resulta útil en esta tesitura, o me he ablandado excesivamente con las comodidades de Europa Occidental. Pero eso lo veremos en los próximos días. Hoy no, porque se hace tarde.
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