jueves, 2 de abril de 2020

Seguimos en la sala capitular

Pues sí, parece un buen momento para ceder a la nostalgia y volver a la sala capitular del ayuntamiento de Bruselas, en aquellos tiempos en que podíamos interactuar con otros congéneres, no sólo con los que compartimos vivienda.

Bueno, yo no sé si es muy correcto llamar sala capitular a un salón que está es un edificio que siempre fue civil, pero voy a seguir usando esta denominación por comodidad y porque, la verdad, llamarlo salón de actos, que sería más propio, creo que empobrece un poco la cuestión.

Es cierto que el objetivo de toda la ceremonia era vestir de rociero al Manneken Pis, y alrededor de tal objetivo se habían congregado todos los asistentes, pero ya hemos que había uno que se había olvidado de lo que le había traído allí y se estaba dedicando a observar las paredes de la estancia y a descifrar las letras que la adornaban.

El segundo conde de Bruselas, sucesor de su padre Lamberto el Barbudo, fue Enrique, su hijo mayor, que fue tan peleón como su padre y que se puso a vengar la derrota de éste en la que perdió la vida. El emperador del Sacro Imperio era su tocayo Enrique II, que no estaba por la tarea de ocuparse de lo que pasaba en aquel rincón del Imperio. Por pesado, Enrique de Lovaina (y Bruselas) consigue mantener sus dominios, que gobernará hasta ser asesinado en 1038, a cambio de no seguir dando la lata y declararse vasallo del Emperador, cosa que hará sin dudarlo.

Le sucedió su hijo Otón, pero por poco tiempo, porque se supone que falleció en 1040 e incluso no se tiene nada claro que existiera. No lo tendrán claro los historiadores, pero quienquiera que encargara las pinturas de la sala capitular incluyó a Otón en la lista, así que lo mantendré. Obviamente, si ni siquiera se tiene claro que existiese, es porque no se tienen noticias de nada que hiciera en los dos años que se supone que gobernó. Un Favila de la vida, vamos.

El siguiente conde de Bruselas fue el tío de Otón, hermano de su padre Enrique e hijo segundo de Lamberto el Barbudo, que también se llamaba Lamberto, y que figura como Lamberto II en la pared de la sala. De éste ya se tienen más noticias, y hasta parece que en su tiempo ya existía una iglesia dedicada a San Miguel, a la que él añadió un capítulo dedicado a Santa Gúdula. A Lamberto II le gustaban las iglesias, pero mucho más las posesiones y rentas de las mismas, que fue añadiendo a sus posesiones a la mínima que pudo. Como su padre y su hermano en su momento, se vino arriba y se unió a Balduino V, conde de Flandes, un noble más turbulento aún que él mismo y que se rebeló contra el Emperador, Enrique III en aquel momento. Enrique III decidió prestar atención a aquellos sucesos y entró en los Países Bajos con un ejército hambriento y ganas de gresca. Nuestro Lamberto II le hizo frente cerca de Tournai, con tan poca fortuna que los imperiales tomaron Tournai en junio de 1054 y Lamberto II pereció en la batalla y pasó a criar malvas y, mucho más adelante, a adornar con su nombre la sala capitular del ayuntamiento de Bruselas.

Enrique II, el Ceñido (1054 - 1078), es el siguiente de la lista, hijo de Lamberto II. Éste se metió en menos líos que sus ancestros y debió morir tranquilamente en su cama, sucedido por su hijo Enrique III (1078 - 1095), que también debió pensar que para qué meterse en líos, y se dedicó a administrar sus dominios, combatir a los bandidos y a dejarse de guerras con los vecinos. Para compensar, pasaba por ser un combatiente de cuidado en las justas y torneos. No es de extrañar que, cuando el castellano de Tournai le invitó a un torneo, y los torneos en la Edad Media no eran precisamente de ajedrez, se fuera para allá lanza en ristre. Se le ocurrió desafiar a un tal Gosuin de Forest, que no vio claro eso de pelear contra un tipo tan célebre contra Enrique III, que además podía ser su señor (Forest está hoy en la región de Bruselas) y se excusó.

Enrique III se vino arriba, lo que parece que le venía de familia, y le dijo de todo, menos bonito. Le insultó, le amenazó... Gosuin no tuvo más remedio que luchar y, puesto a ello, le atravesó a Enrique III el corazón de un lanzazo. Enrique III, obviamente, se quedó allí mismo. Gosuin de Forest debió salir de puntillas de Tournai, pero, sea como fuere, no parece que este incidente le perjudicara demasiado, porque su hijo, Gerardo de Forest, dio un braguetazo importante y se convirtió en propietario de Lalaing, que fue elevado a señorío en época de su nieto.

Pero volvamos a Bruselas. Enrique III murió sin hijos varones, así que le sucedió su hermano Godofredo (1095 - 1139), que vivió hasta casi los ochenta años, algo tremendo en la Edad Media. Con Godofredo cambiamos de siglo, y parece también un momento oportuno para cambiar de entrada. Hasta la próxima, pues.

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