La Semana Santa en Bruselas está siendo posiblemente aún más triste de lo que lo puede estar siendo en cualquier otro país.
Una cosa es que prohíban las celebraciones religiosas, mantengas o no la distancia social. Pero es que uno diría que hay incluso cierta delectación entre los responsables eclesiásticos belgas, que se supone que tienen la obligación de mantener los templos abiertos para permitir las oraciones de los fieles, aunque sea dejando dos metros entre ellos.
Para ser sinceros, si el problema fuera ése, bastaría con celebrar misa en los horarios ordinarios, pero utilizando las naves principales de los templos, en lugar de las capillitas laterales que muchos usan para tener a la parroquia más apretada. Si fuera la gente de costumbre, con agregar una misa o dos más, cabría toda la feligresía dejando entre fiel y fiel los dos metros de rigor, porque sí, la iglesia católica en Bélgica está muy venida a menos, qué le vamos a hacer. Y, si hablamos de misas diarias, no es que yo las frecuente demasiado tampoco, pero dos metros parece una distancia mucho más que razonable para separar fieles. Y hasta tres o cuatro. Serà per metres, tu.
En Uccle, que tiene una extensión importante, y que, si nos limitamos a la extensión territorial, es el municipio mayor de la región de Bruselas, no tengo muy claro que el presbiterio local esté cooperando con la feligresía a la hora de la atención a las ovejas. Bien puedo equivocarme, porque ni mucho menos he escudriñado todas las capillas y templos del municipio, ni su horario de apertura. Pero, si tengo que juzgar por lo que tengo más cerca de casa, se trata de San Marcos, templo ilustrado en la foto de arriba, moderno y de gran capacidad que, si ya de ordinario está sumamente desaprovechado, estos días está directamente cerrado.
Digo que de ordinario está desaprovechado porque el número de eucaristías semanales que tienen lugar en él es exactamente una: el domingo a las once de la mañana. Nada de misa diaria, ni en sábado o domingo por la tarde. Una. Una y no más.
Un día, hace poco, salí de casa a hacer la compra al supermercado que está justo al lado, y me acerqué a ver si había manera de entrar, o si había un horario, o algo. No había manera de entrar, vamos, que ni el coronavirus podría pasar, ni creo que le interesara, porque muchas víctimas no iba a encontrar dentro. En la puerta, por la parte de dentro, había pegado un letrero que decía que la Conferencia Episcopal Belga había anunciado que no habría misas con fieles, y que los templos permanecerían abiertos en el horario habitual de misa. Así que me volví, claro.
El siguiente domingo, a las once y poco, me acerqué nuevamente a San Marcos, con el mismo resultado. Desmintiendo lo que estaba escrito en el mismo letrero que seguía fijo en la puerta, San Marcos seguía cerrado a cal y canto.
Otro día escribiré sobre San Marcos y otros congéneres de su misma especie desde el punto de vista arquitectónico. Entretanto, seguiré buscando oratorios en esta unidad pastoral, pero he de reconocer que la cosa pinta mal. Por si no había quedado claro, esto no es precisamente Polonia.
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