La cosa es más compleja de lo que parece a simple vista. Cuando uno se fija un poco más, descubre que, aunque la cofradía más numerosa (al menos, la más activa) es la de los peces amarillos, y le sigue en actividad, a mucha distancia, eso sí, la de los motivos rojos, hay una tercera cofradía que aparece ocasionalmente: la morada.
Posiblemente se trate de una cofradía especialmente ascética, que utiliza el color morado, propio de liturgia de la Cuaresma, y característico de un tiempo de espera y penitencia. Técnicamente, la Cuaresma ha terminado, y estamos a la espera del alegre tiempo de la Pascua, pero el morado queda ahí, como un silencioso recuerdo de que los cristianos siempre estamos en tiempo de preparación, espera y penitencia. Eso sí, en Pascua me parece un color un poco inoportuno.
Y luego queda una cofradía minoritaria, que utiliza el negro, y sobre cuyas intenciones no queda sino elucubrar.
Sólo se me ocurre que sea una cofradía de exiliados belgas que enarbolan con orgullo la bandera de su país y que han aprovechado la guerra cromática de las cofradías barcelonesas para echar su tercio a espadas y meter los colores belgas entre los adornos barceloneses de Semana Santa. Esto sería plausible si hubiese alguien en Bélgica que enarbolara su bandera con orgullo, pero me temo que no he encontrado yo todavía a alguien así.
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Barcelona mola. Es una ciudad estupenda, con cosas más que dignas de verse, y además abarcable, incluso a pie; llena de contrastes y de rincones sorprendentes. Pero también es el teatro de una lucha soterrada entre las cofradías de Semana Santa que la habitan y que tiene pinta de no terminar en mucho tiempo. No es la primera vez. Los aficionados a la historia podemos recordar el conflicto entre la Busca y la Biga, a principios del siglo XV, que llevó a la guerra civil catalana de 1462-1472 y, ya desde antes, al fin de la preponderancia de Barcelona en la Corona de Aragón y al apogeo paralelo de Valencia, que vivió entonces su siglo de oro.
Como no soy profeta, no sé cómo va a terminar esto en el siglo XXI, y si las posturas de unos y otros van a acercarse o van a seguir como están. De momento, no está de más recordar que Cataluña es, con enorme diferencia, la región española que ha visto más guerras civiles a lo largo de su historia, y que tiene una tradición de enfrentamientos menores (que no llegan a guerra civil, pero no les van mucho a la zaga) que la convierten fatalmente en candidata número uno a resolver por las malas sus problemas internos y a desoír los intentos de pacificación que se produzcan, mientras unos y otros echan las culpas a los otros de sus propios problemas.
Esperemos que no sea así, pero no lo tengo muy claro.
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Y hasta aquí llega nuestra estancia en Barcelona, con el firme propósito de volver a visitar todo lo que queda por ver y que es muchísimo. Pero eso será en otra ocasión, porque hoy se hace tarde.
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