Mañana es un día grande por aquí. No sólo es la fiesta nacional, sino que los belgas estrenan rey, Felipe, hijo de Alberto II. Durante todo el fin de semana, Bruselas, y especialmente el centro de Bruselas, se está convirtiendo en una exaltación monárquica.
Eso no me disgusta, claro. Yo soy monárquico, como sabe cualquiera que me conozca, pero, como no soy belga ni llevo aquí el suficiente tiempo como para interiorizar el asunto, la verdad es que no me acabo de emocionar. De hecho, lo que yo quiero hacer mañana es jugar al baloncesto. Llevo mucho tiempo sin jugar, y en el último viaje a Moscú rescaté mi balón y mis botas, he hinchado el balón esta tarde y he comprobado que hay una pista estupenda, con gente haciendo pachangas, en la plaza Ambiorix. A ver si recupero el tiro de tres, que no lo tenía malo.
El problema, me temo, será llegar hasta la plaza Ambiorix. Para llegar hasta allí desde mi casa (ya digo que vivo en pleno centro), voy a tener que atravesar un sinvivir de controles policiales. He salido esta tarde a correr un rato, y he visto más policías y más calles cortadas que en todos los ocho meses que llevo por aquí. Parece Moscú cuando Putin sale a pasear. Vale, ya sé que es una coronación, y que no es sólo salir a pasear, pero la cosa se pone difícil de todas maneras.
Ahí va el mapa. Ya informaré. De momento, seguramente interumpiré la serie sobre el desfile de moda, en aras de la rabiosa actualidad; total, el desfile de moda es pasado y, aunque es cierto que Rusia es el único país donde tradicionalmente es difícil prever cómo será el pasado en el futuro, en este caso las cosas dependen de mí y eso tranquiliza bastante.
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