sábado, 6 de abril de 2013

Aduaneros belgas

En esta bitácora se ha hablado con profusión de los aduaneros rusos, quienes, aunque últimamente están mucho más sosegados que antaño, son gente poco recomendable con la que más vale no tener mucho trato, por si acaso. No se ha hablado de aduaneros españoles, porque yo no he tenido apenas experiencia alguna con ellos, aunque soy hijo de camionero y mi padre tuvo un trato muy frecuente con ese cuerpo, y debo confesar que lo que contaba no era muy diferente de las vivencias que he tenido con sus colegas rusos. Quiero pensar que eso son cosas del pasado y que, actualmente, los aduaneros españoles son gente proba e íntegra, que les saca varias cabezas a los políticos y a los ex-jugadores de balonmano en cuanto a honradez.

Mis experiencias fronterizas en España lo han sido con la Guardia Civil, que son los que sellan los cheques del Tax-Free. Como residente fuera de la Unión Europea (técnicamente lo sigo siendo hasta septiembre), tengo derecho a la misma devolución del IVA de la que disfrutan los turistas japoneses y de otros países remotos, siempre que pase por la aduana y me sellen los papeles.

Años llevo haciendo lo mismo. Antes de facturar las maletas, pasas por la garita de la Guardia Civil, que te pide el pasaporte y la tarjeta de embarque, lo mira sin escudriñar demasiado y, ¡hala!, te sella el papel y ya puedes facturar las cosas y, si estás en Madrid, a cobrar allí mismo el porcentaje que no se comen los bandoleros de la empresa de gestión. Se supone que el guardia civil de turno puede pedirte que le enseñes las cosas que has comprado, pero en la práctica me ha sucedido media vez.

Aquí, no.

En Año Nuevo vino la familia a Bruselas, para irse familiarizando con la ciudad. Era un suponer que, cuando uno visita cualquier ciudad inmediatamente después de las fiestas de Año Nuevo, la tentación de hacer uso de las rebajas de enero es alta, y así fue. Y no es que las rebajas belgas sean gran cosa, ni gran rebaja. Temblando se quedó el bolsillo.

Cuando acompañé a la familia a Zaventem, el aeropuerto, para que tomaran el avión de Moscú, teníamos acumulados algunos cheques de ésos que tiene que sellar el aduanero de turno. Ya digo que en España la Guardia Civil es bastante indulgente, y nosotros pensábamos que Bruselas sería algo similar, con lo que facturamos sin preocuparnos mucho, para tener la tarjeta de embarque y no tener que hacer dos veces la cola, y luego nos dirigimos al puesto de exención del IVA.

Asomamos la cabeza los cinco, y allí había un individuo calvo y patilludo tecleando no sé qué en un ordenador. Sólo hizo ademán de apercibirse de nuestra presencia cuando nuestros gestos ya únicamente se podían calificar de aspavientos desesperados, y entonces se levantó cuan largo era (y lo era un rato) y nos miró con una cara de fastidio interminable, que no parecía sino que le hubiera dejado la novia cinco minutos antes. Ahora bien, si era así, y visto lo visto, lo raro es que la novia no le hubiera dejado mucho antes.

- ¿Qué quieren? - What do you want?, en inglés desafiante.

Hombre, teniendo en cuenta que estábamos en un aeropuerto internacional en un despacho que ponía "VAT exemption", no creo que esperara que estuviéramos allí para comprar chocolate.

Alfina sacó los papeles, todos ellos de reconocibles tiendas bruselenses del centro de la ciudad. Muy al contrario que la Guardia Civil, el patilludo los examinó detenidamente y dijo "Show me".

Gracias al cielo, prácticamente todo lo que estaba en las facturas era ropa y calzado, y o lo tenían puesto las niñas, o era equivalente a cosas que tenían puestas. El aduanero iba preguntando por cada prenda y por poco nos desnudan a las chicas, que no sabían muy bien qué pensar sobre el asunto.

- Where do you go?
- To Moscow.
- Do you live there?
- Yes.
- Show me.

Alfina le dio el pasaporte español. Lo que ocurre es que en los pasaportes españoles de hoy en día no pone dónde vives, sino, todo lo más, y eso en español, que estás registrado en tal o cual consulado. El patilludo repitió "show me", y ya la cosa se ponía complicadilla. Alfina sacó una tarjeta de identidad especial, en ruso de arriba a abajo, que le dan en el trabajo, con su foto y una fecha afortunadamente alejada en el futuro. El aduanero vio la foto, vio la fecha, vio que no entendía ni jota del texto de la tarjeta, pero ya pareció aplacarse algo y, muy a regañadientes, puso sellos por aquí y por allá.

Qué experiencia, tú. Sale uno de Bruselas, se mete en Flandes, y la policía deja de ser un dechado de amabilidad y pasa a ser más áspera que sustituir el papel higiénico por un estropajo. Alfina (y los niños) salieron de allí con intención de no volver a pasar semejante trago nunca más.

Yo no. Yo apreté los dientes, porque me tocaba ir a Moscú un par de semanas después.

Y tenía cosas para deducirme el IVA. Dios mío, a ver quién me iba a tocar.

1 comentario:

Ernestín dijo...

Hola Alfor. y ¿Cómo fue con la experiencia de regresar a Rusia con el agente aduanal? saludos