No voy mucho por el metro de Moscú. Es un medio tremendamente práctico de transporte, si no tienes otra opción, y es todo lo bonito y meritorio que se quiera, pero la verdad es que todo el que puede permitirse prescindir de él, lo hace. En hora punta, es un infierno; bueno, en hora punta es muy difícil encontrar un lugar de Moscú que no sea un infierno.
Fuera de las horas punta, el metro está muy bien. No hay demasiada gente, es posible incluso sentarse, y es cierto que los vagones son cutres, sí, pero corren que se las pelan. Hay quien dice que hay un modelo nuevo de vagón que no es cutre. Yo me he metido en el nuevo modelo de vagón, supuestamente fetén y nada cutre, y el que piense que esos modelos de vagón no son cutres es que hace mucho tiempo que no se ha subido en un vagón decente.
Una de las cosas interesantes del metro son los anuncios. En realidad, lo que es interesantes son los anuncios informales; los formales son aburridos: depósitos bancarios con intereses al 10%, hipotecas al 15%, electrodomésticos a precios que acaban en nueve... lo de siempre.
Los anuncios informales son esos papelitos, como el de la foto, que no son pegados por agencias de publicidad que hayan llegado a acuerdos con el metro. Lo de la publicidad en el metro bajo el anterior director del metro, Gayev, es una interesante historia de corruptelas a saco, pero será cosa de contarla otro día. El caso es que esos papelitos los pega cualquier viajero de estranjis completamente y su período de vida es limitado y dura básicamente hasta que pasa alguien que quiere aprovechar el espacio y arranca ese papel.
El anuncio concreto que ilustra esta entrada trata de hacer publicidad de unos honrados falsificadores que, a cambio de un precio, que quizá se pueda ajustar llamando al teléfono que ahí aparece (y que es un móvil, posiblemente hurtado), elaboran para el cliente toda suerte de:
* Diplomas ¿Que no tuviste ocasión de terminar el doctorado en Física que ibas camino de hacer cuando se cruzó en tu vida aquel profesor que insistía en que no te aprobaba la secundaria a no ser que, por lo menos, fueras a clase? No hay problema. Aquí están para ayudar a resolver esos flagrantes casos de injusticia social y de discriminación intolerable.
* Atestados. Probablemente se trate de certificados médicos que permiten escaquearse del curro estés o no enfermo. No hay derecho a que las causas justas que hay de no ir al trabajo no puedan ser justificadas y sean descontadas por la empresa de las siempre insuficientes vacaciones anuales. Si uno es aficionado a los deportes de invierno, y es invierno, o tiene una clase de griego moderno para la que aún tiene que hacer los deberes, ¿qué tiene que hacer? ¿Irse de vacaciones, pudiendo caer enfermo tranquilamente? ¡La duda ofende!
* Historias laborales (трудовые книжки) ¿Qué ocurre si uno aspira a un merecido trabajo de director de recursos humanos, pero pasó durante los últimos veintidós años una mala racha y estuvo trabajando esporádicamente de repartidor de publicidad en negro? ¿Es motivo eso para condenar toda una vida? ¿No hay redención, perdón, expiación y todas esas cosas relacionadas con una segunda oportunidad? ¡Claro que sí, y para eso están aquí estas personas! En poco tiempo, hasta Belén Esteban podría tener un currículum que sería la envidia de López de Arriortúa, basta con llamar al teléfono de la foto.
Sí, los he llamado falsificadores, pero quizá he sido un poco injusto. En realidad, son como los Reyes Magos, unos benefactores prestos a cumplir los deseos de la gente.
¿Que los Reyes Magos no cobran por repartir felicidad?
Detalles sin importancia, detalles sin importancia...
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Hace 1 mes
1 comentario:
Buenísimo!
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