viernes, 20 de abril de 2012

La conferencia (I)

Una conferencia es un lugar singular. Desde luego, representa una ruptura con la rutina que no deja de ser agradable; por otra, es raro que haya conferencias en que todas las ponencias tengan interés para cualquiera de los asistentes, por lo que, indefectiblemente, una parte del tiempo es una tortura china en que querrías estar en cualquier parte, menos donde estás. A ser posible sobre tu cama, con la almohada bajo el cuello y el pijama puesto.

Pero no. El destino te ha situado en una sala de un hotel, rodeado de ruskis entrados en carnes, y escuchando a un fulano que reúne todas las cualidades somníferas que se requieren: no sabe hablar en público y lo que dice no tiene el menor interés.

En estas circunstancias, dormirse sigue quedando feo. Hay quien no piensa así, pero, no sé si por suerte o por desgracia, no estoy entre ellos.

La cosa comenzó de rebote, como casi siempre. Acabo en sitios como éste porque no podemos faltar, y porque seguro que es muy interesante. Obviamente, el interés es variable y el hecho de que faltáramos no tendría la menor repercusión en la marcha del mundo, pero las cosas son así.

Yo suelo ser puntual, pero apurado. Digamos que nunca llego tarde, pero siempre llego justito, lo cual siempre lleva a unos minutos de nervios, antes de llegar y darte cuenta de que el acto no va a comenzar hasta dentro de por lo menos media hora, por mucho que el programa diga lo contrario, y que vas sobrado.

El caso es que, sobre todo si el hotel es nuevo en tu experiencia (no era el caso), buscas por dónde está la mesa de registro, y ves a un par de señoras delante de una mesa con un montón de acreditaciones extendidas sobre la misma en orden alfabético.

- Buenos días ¿El congreso de ahorro energético en la producción?

- Sí - dice una de las señoras levantando pesadamente la cabeza.

Dios mío, con la de chicas guapas que hay en Moscú, les debe haber costado muchísimo encontrar a este adefesio.

- Soy Alfor von Buchweizen.

- ¿De qué empresa?

- Chirimías Zonsa.

La señora rebusca entre las acreditaciones y sí, estoy inscrito. Qué pena...

Me da la acreditación y me toca ponérmela en plan cencerro. Por un lado, está mi nombre en ruso, para que lo entiendan los demás participantes; por el otro, está mi nombre en inglés, supuestamente para que lo entienda yo, que soy guiris y es cosa bien sabida que los guiris no tenemos derecho a entender el ruso. Todos contentos.

Entra uno a la sala donde se celebra el congreso y sólo hay cuatro gatos. Claro, eso pasa porque hay pocos pardillos que llegan a la hora anunciada, y no media hora después. Me siento junto al pasillo central, para verlo bien todo y asegurándome de tener sólo un vecino de asiento. Alguna vez me ha pasado tener dos vecinos de asiento del tamaño de un T-34 y, por desgracia (o no), esto no es precisamente un congreso de supermodelos femeninas.

Yo, que ya sé de qué va el percal, ya me llevo algo para hacer durante los períodos muertos. Poco a poco va llegando gente, y entonces uno de los organizadores toma el micrófono y, por los altavoces, suena la siguiente frase:

- Atención, atención. Anunciamos que varias de las intervenciones van a ser en inglés y otras en ruso. Los asistentes que no entiendan alguna de las lenguas pueden proveerse de auriculares para escuchar la traducción simultánea.

Revuelo monumental en la sala y caras de estupor entre los asistentes.

(continuará)

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