Sin que sirva de precedente, voy a escribir una entrada que choca con casi todo lo que se ha escrito en esta bitácora hasta el día de hoy. En primer lugar, porque voy a intentar escribir en serio sobre política rusa, cuando, probablemente, lo más sensato con la política es darla por perdida y no tomarla en serio, y más en un país como Rusia, en que, como en el "Un, dos, tres", nada es lo que parece.
En segundo lugar, porque voy a tratar de especular sobre el futuro. Eso es un error gravísimo, porque Rusia es impredecible casi por definición, hasta el punto de que nadie de los que han osado hacer conjeturas sobre el futuro de este bendito país ha acertado ni tantico, con lo que mis posibilidades de hacerlo son prácticamente nulas. Como ser racional y esas cosas que soy, voy a intentar incluso razonar, cuando las probabilidades de acertar leyendo los posos del café o las entrañas de los animales sagrados son prácticamente las mismas.
Efectivamente, como dice Fernando en su
comentario a la última entrada, Rusia va a pasar unos años complicados, pero no más que cualquier otro país, y probablemente menos complicados que, por poner un ejemplo evidente, España. Es muy probable que, a tenor de lo que hemos estado viendo estos últimos meses, la crisis económica, que es mucho más que económica, haya venido para quedarse, y puede que para quedarse mucho tiempo. Los recursos energéticos fósiles van a ser cada vez más escasos, su precio tenderá a subir, y eso hará que la actividad económica en los países que no disponen de ellos descienda. A su vez, ello va a provocar unas oscilaciones muy incómodas en los precios del petróleo. A un país como Rusia, que es muy dependiente de esos precios para financiar las políticas de rentas y expansivas que está poniendo en marcha, le va a resultar complicado seguir un curso estable.
En este contexto, hay distintos escenarios económicos. El más catastrófico, sobre todo para los países en los que no hay petróleo, consiste en que el precio suba imparablemente y provoque una crisis económica todavía más brutal que la que estamos padeciendo. Forzosamente tendríamos que pasar a cambiar nuestro modo de vida y a usar un tipo de tecnología muy distinta a la que empleamos ahora.
Rusia, si todo va normal, no necesitaría en un principio cambiar drásticamente de tecnología y de modo de vida. Gracias a su relativo aislamiento en los foros internacionales, ya que no pertenece ni a la OPEP ni tampoco a la OMC, puede hacer de su capa un sayo, sin más limitaciones que la oferta y la demanda. Que no son pocas limitaciones, vale, pero que no es lo mismo que incumplir una norma de la OMC y que se te echen a la yugular los países que se consideren perjudicados y la cosa acabe en plan "Libertad duradera" o "Tormenta de la Estepa". Es cierto que no hay antecedentes (o sí, vaya usted a saber), pero habrá que ver cómo responde la comunidad internacional cuando la crisis apriete de verdad de la buena, hasta el punto de que lo que hayamos visto hasta ahora sean tonterías.
Rusia podría aislar su mercado y aprovechar que sigue siendo un productor de petróleo de primera línea para exportarlo con cuentagotas y mantener los precios internos bajos. En cierta medida, es lo que hace actualmente, con sus aranceles de exportación, sólo que en un escenario mad-max lo haría con mucha más intensidad. A corto plazo, Rusia podría seguir viviendo como hasta ahora, pero un poco más tarde eso tendría algunas consecuencias desagradables:
La primera es que Rusia perdería nivel de vida muy rápidamente. La crisis económica y el aumento de costes provocaría un aumento mundial de precios en bienes de consumo que Rusia no produce o produce con muy poca calidad. Como Rusia ingresaría menos por la venta de petróleo, no entrarían divisas y el rublo se depreciaría con rapidez, mientras que las reservas, ahora muy abundantes, no resistirían lo necesario para sostener el ritmo de consumo actual de los rusos. Rusia tendría que buscar un equilibrio entre la exportación y el consumo interno, básicamente como hace ahora, pero en un escenario mad-max todo el mundo saldría perjudicado con total seguridad.
La segunda consecuencia es que el aparato productivo ruso mantendría los mismos defectos que ahora, con una tecnología atrasada y muy intensiva en energía y en mano de obra. Como la energía seguiría siendo barata debido a la abundancia artificial que produciría el aislamiento ruso, los productos rusos podrían mantener su desventaja competitiva en calidad respecto de los productos extranjeros a base de mantener precios baratos, pero a largo plazo sucedería lo mismo que en la España de 1973, en que se distorsionó el sistema productivo, también entonces intensivo en energía, para aguantar unos años, y el resultado es que al final no hubo más remedio que acometer una reconversión industrial de órdago.
La reconversión industrial que tendría que acometer Rusia, no se sabe después de cuántos años, dejaría a la española en paños calientes, y en un escenario de carestía glocal no quiero ni pensar en las consecuencias sociales que podría tener cuando, finalmente, los combustibles fósiles iniciaran su senda de descenso (ya la han iniciado, y cada vez es más caro conseguirlos).
A todo esto, el escenario mad-max tiene un problema adicional, y es que deja de haber amiguitos del alma. La cosa se pone violenta, porque todo el mundo aspira a mantener su modo de vida a toda costa, y podemos estar seguros de que habrá gresca. No es casualidad que Putin haya dado su visto bueno a un incremento muy notable del gasto militar, que China esté asomando el músculo a base de maniobras y que, en general, los que trabajan en el sector de seguridad estén de enhorabuena. Van a tener curro a raudales.
En estas circunstancias, Rusia tiene dos opciones. La primera es la que, a la vista de las decisiones políticas que estamos viendo, va a tomar con casi total seguridad, que es crear un espacio aislado de las tormentas económicas, en el que se pueda conservar el modo de vida actual unos años más, no sabemos cuántos, con un ejército fuerte, retórica patriótica y políticas de gasto, pero que muy probablemente terminará colapsando más tarde o más temprano por pura inviabilidad económica. Algo así como lo que pasó con la URSS.
La segunda sería la que se supone que llevaría a cabo el ala más liberal del Gobierno, la que había venido representando el ahora dimitido Kudrin, que sería más ortodoxa desde el punto de vista económico, anticipando el peor escenario posible y llevando a cabo una política económica anticíclica, sin exagerar el aislamiento económico, procurando alisar los ciclos, guardar en la hucha para cuando vengan aún peor dadas y recortando gastos, en particular militares.
¿Cuál es la política más adecuada? Ojalá fuera tan fácil decirlo, porque depende del escenario que nos vayamos encontrando, y nadie es tan profeta como para poderlo pronosticar con total certeza. Lo bueno de Putin es que es lo suficientemente camaleónico como para llevar a cabo cualquiera de las dos, y no es tan descabellado que las cosas acaben resultando tan mal que la más adecuada, al menos durante cierto tiempo, sea la primera. Cualquier otro líder no tendría la fuerza necesaria para tomar muchas medidas duras que será necesario adoptar. Putin sí.
Pero eso sí, una cosa es que Putin sea la opción más sensata para los rusos, que posiblemente sí lo sea, y otra cosa muy distinta es que las formas de tomar la opción no sean de una hipocresía que tira para atrás. Porque, no sé si alguien se ha dado cuenta, pero no parece sino que Putin ya sea el próximo presidente por haber sido nominado por Rusia Unida, cuando, pasmémonos, se supone que hay unas elecciones presidenciales por delante. Pero eso, me temo, es otra historia, y hoy se hace tarde para contarla.