Los chechenos en Moscú son gente bastante sospechosa. La mayoría de ellos son gente la mar de pacífica y hasta laboriosa, pero hay unos cuantos que han tomado sobre sus hombros la tarea de desprestigiar a toda la comunidad poniendo (y poniéndose) bombas por aquí y por allá, por lo que no es de extrañar que parte de la sociedad rusa los tenga como objetivo para darles una somanta. Podríamos decir que esa parte de la sociedad rusa son los rusos WASP (White, Aggresive and Sin Pelo).
Los rusos WASP, además de carecer de pelo por elección propia, carecen, no ya de sal en la mollera, sino directamente de mollera. Por eso, sólo muy vagamente recuerdan las líneas de pensamiento de, digamos, Barkashov, y se dirigen directamente a la conclusión de "Rusia para los rusos étnicos", para conseguir lo cual hay que darles p'al pelo a todos los no rusos étnicos que pillen. Como consigan su propósito, no sé quién va a trabajar en la construcción o a limpiar las calles, porque, como tengamos que esperar a que lo hagan ellos mismos, vamos aviados. Porque Zhirinovsky dice, sí, que los caucásicos son una panda de vagos que no trabajan; pero, añado yo, como tampoco cobran, pues tan amigos.
En el barrio donde vivía antes, Proletarskaya, había bastantes chechenos y caucásicos en general, con los que no había el menor problema (los que asaltaron el teatro de Dubrovka venían de fuera). El barrio, como su nombre insinúa, era la zona residencial de los trabajadores de las fábricas de automóviles del barrio vecino, Avtozavodskaya, y digamos que estaba habitado por personas, en general, de un nivel cultural mejorable. Cuando la cultura básica escasea, no es de extrañar que las consignas de los cafres de cualquier signo, ya sea "Fuera el capital" o "Rusia para los rusos", tengan un eco desusado, por su fácil comprensión. El joven fracasado escolar que se encuentra con esas consignas, que puede entender incluso él, ya sólo tiene que juntarse con cuatro o cinco en su misma situación y raparse la cabeza. Y ya tenemos un WASP.
Con los WASP tuve dos encuentros. El primero fue, para ser exactos, con las botas militares que se gastan, lo tuve a la altura de la frente y me costó un par de visitas al médico, los novecientos rublos que llevaba encima, toda la documentación y una cartera muy chula que me había regalado Aznar (pero ésa es otra historia). Y menos mal que no llegaron a descubrir que era extranjero, supongo que hasta que leyeran mi documentación, y en la hipótesis no totalmente descartable de que supieran leer.
El segundo fue un poco más adelante, un sábado por la tarde, mientras unos chavales del barrio y yo jugábamos al baloncesto en unas canastas que había en el patio del colegio vecino a nuestra casa, y donde no había problemas para acceder. Estábamos tan tranquilos en un tres contra tres, cuando vimos pasar disparado a un chavalín. No le dimos importancia y seguimos jugando como si tal cosa, pensando en que estaría jugando al escondite o le habría gastado una broma a algún amiguito.
No habría pasado ni medio minuto cuando llegaron cuatro seres rapados y unicejos, a un trote cochinero que difícilmente les iba a servir para atrapar al chavalín anterior. Cuando nos vieron, mudaron su dirección y el más alto de ellos, moviendo mucho los brazos, dijo:
- ¡Eh, eh! ¡Vamos a jugar un partido con vosotros!
El único guiri era yo, y si era descubierto podía correr peligro, porque cabía dentro de lo probable que aquellas personas (habrá que llamarlas así) no supieran muy bien dónde está España y creyeran que es un país de allá por el Cáucaso. En estas circunstancias, y para disimular el acento, suelo poner voz ronca y la verdad es que da bastante el pego, pero de momento preferí quedarme callado.
El que mejor jugaba de nosotros, un chaval rubio, alto, con el pelo largo y rizado, les dio el balón. Cuatro de nosotros nos pusimos en la defensa en zona más pasiva de la historia del baloncesto. Aquéllos se pasaron el balón, hasta que uno, tras hacer pasos, dobles y todo tipo de desastres de coordinación, decidió entrar a canasta, mientras los defensores no es que no hiciéramos nada, es que nos apartamos para no olerle.
El cabeza rapada tiró una pedrada tal al tablero que por poco no lo rompe. Alguien de los nuestros cogió el rebote, o más bien le cayó en las manos, pasó sin mucho interés, y así nos fuimos pasando sin botar, y sin hablar, hasta que decidimos perder el balón, no fueran a enfadarse.
Seguimos jugando a los despropósitos un par de ataques, hasta que uno de ellos señaló con el dedo a alguien, y los cuatro salieron corriendo como habían venido. Menos mal que nosotros teníamos el balón. Se ve que habían descubierto al chavalín checheno e iban a seguir jugando al escondite con él. Espero que no lo pillaran, porque, en estos juegos, el que pierde no paga, sino que cobra.
Nosotros nos fuimos a casa rapidito, aprovechando que nos habíamos quedado sin rival, y sin darles la oportunidad de jugar la segunda parte. De todas maneras, nos habían cortado el rollo.
Y, con esto, mis experiencias directas con nacionalistas rusos han concluido. Pero el nacionalismo ruso continúa y, después de los años de bajonazo y crisis económica, ahora que tienen dinero comienza a abrirse paso de nuevo.
En la próxima entrada aventuraré unas causas.
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