Tras serme aplicada, como se vio en la entrada anterior, la ley del embudo, pasé por el guardarropa a dejar la impedimenta. La impedimenta incluía la camiseta conmemorativa. En Valencia te la dan normalmente cuando la terminas y sólo a los que la terminan. En Moscú te la daban antes de comenzarla, señal de que lo difícil no era terminar la carrera, que era un paseíto, sino conseguir llegar a la salida. Eso sí que tenía bemoles.
El caso es que, a las siete menos diez, me conseguí plantar cerca de la línea de salida. En Valencia, en las populares, te encuentras muchos corredores a los que se nota cierta costumbre, pero también otros que salta a la vista que es la primera vez que se ven en ésas. No me olvidaré nunca de una carrera en Tendetes, un barrio de Valencia, donde al lado de mí se colocó un chaval con barriga prominente, camiseta blanca holgada, bermudas de playa, calcetines de vestir, zapatillas de mercadillo, gafas de hipermétrope y un peluco analógico impresionante con correa metálica que debía pesar medio quintal. Yo iba con uno de Correcaminos que iba a la última, pulsómetro con GPS incuido, y la verdad es que el contraste entre ambos era por lo menos chocante.
En esta carrera, mucho moscovita se la había tomado como una fiesta. A mi lado tenía uno con un estupendo traje de león que no dejaba ver nada de quien iba dentro, haciendo gracietas. Por otro lado había unas cuantas chicas en vaqueros. Les quedaban muy bien y les marcaban la figura, pero no sé yo si sería lo más adecuado para correr. Había algún otro con un chandal holgado de color fosfi, cuyo sitio hubiera sido el guardarropa o, en su defecto, alguna nave extraterrestre. Pero también había gente con ropa de correr, zapatillas decentes y calcetines cortos.
Se hicieron las siete, y allí no había salida ni nada parecido. Los organizadores, a la vista de la que habían montado con la jugadita del embudo, decidieron prolongar la inscripción, no fuera a ser que los que seguían en la cola se amotinaran. Hay gente capaz de matar por un error arbitral, y cuánto más por una camiseta Nike de color negro con la inscripción "Run Moscow", así que los organizadores no se arriesgaron a fenecer con las camisetas puestas.
A las siete y diez, seguíamos empantanados. El que iba disfrazado de león abría las fauces con las manos de cuando en cuando para poder respirar algo, porque se notaba que lo estaba pasando mal. También tuvo mala suerte en pillar el día más caluroso de septiembre. Algunas de las chicas de los vaqueros se pusieron a fumar, y otra, que estaba en chándal, sacó del bolsillo delantero el móvil y, como se aburría, se puso a llamar a una amiga.
A las siete y veinte pareció que íbamos a salir, pero no. El del disfraz de león se quitó la cabeza y apareció un chaval con la cabeza (la suya) mojada que jadeaba visiblemente. Y eso que estaba parado y la carrera ni siquiera había empezado. Las chicas ya habían sacado el móvil casi todas y estaban charla que te charla con las amigas.
Pasadas las siete y media, los organizadores parece que ya consiguieron aclararse con el pandemonium que tenían montado, y se dio la salida. Por desgracia, la carrera me fue bastante mal e hice una marca bastante infame, frío como me había quedado. Me sorprendió bastante la cantidad de gente que corría con vaqueros, y que estuve adelantando incluso cerca de la meta. En la San Silvestre valenciana me fue bastante mejor.
Y así es como nos pintan las cosas, deportivamente hablando, en Moscú. Digamos que a los organizadores de populares les queda mucho camino por recorrer, lo cual, tratándose de carreras, suena por lo menos lógico.
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