Lovaina mola. La gente que viene por aquí bebe los vientos por Brujas y Gante, que están superpobladas de turistas, pero la verdad es que Lovaina no tiene demasiado que envidiar a ninguna de las dos y, además, es fácilmente accesible desde Bruselas. En efecto, está a unos treinta kilómetros de la capital del país, desde la que hay trenes cada media hora, y es una ciudad muy bonita, sobre todo si se pilla con buen tiempo, cosa que resulta difícil, pero me consta que a veces ocurre. Este verano he tenido varios invitados, y con todos ellos, cuando el curro me ha dado espacio para acompañarlos en sus aventuras, he terminado en Lovaina, la última de las veces, en septiembre, con un tiempo espectacular, de ésos que se ven de uvas a peras y de los que le hacen a uno preguntarse si el cambio climático, después de todo, no tendrá sus ventajas.
Es bien sabido, o debería serlo, que Lovaina ha aparecido ya en los albores de está bitácora, en el ahora lejano 2007, en que me di cuenta para mi desgracia que se encuentra en Flandes y que el idioma oficial es el flamenco, y que hablar otro idioma no es necesariamente una buena idea.
Recordemos que en aquel tiempo (lluvioso, pero eso no es una sorpresa), me planté solo en la Oficina de Turismo, donde resultó que la chica que me atendió no hablaba más lengua que el flamenco, así que me tocó desenterrar mis entonces escasísimos conocimientos del neerlandés y sudar tinta hasta conseguir alguna que otra indicación.
En la primera semana de agosto, como vimos hace unas cuantas entradas, el tiempo atmosférico era penoso, así que tampoco era mala idea encontrar abrigo donde fuera. Como éramos turistas, recordé que tenía una cuenta que saldar en la Oficina de Turismo, de modo que dirigí hacia allí mis pasos, seguido de mis invitados. En los últimos dieciséis años no había cambiado de lugar ni de aspecto, así que entré resuelto y vi que, en lugar de la chica apocada y monolingüe de 2007, había tres dependientes atendiendo al personal. Claro que en 2007 me planté allí en diciembre, que no es precisamente temporada alta, pero aquello no dejaba de llamar la atención. Tres ya está mejor que uno.
En cuanto se liberó uno, lo abordé en mi mejor neerlandés y le expliqué la situación, pidiendo expresamente un plano de la ciudad y qué hacer durante unas cuantas horas.
- ¿Y de dónde es usted? - me preguntó mi interlocutor.
- Español.
- Ah, pues su neerlandés es muy bueno. Casi perfecto ¿Dónde lo ha aprendido?
- Vivo en Bruselas.
- ¿Y en Bruselas se habla neerlandés?
- Hombre, buscando un poco...
En fin, que nos dio toda la información que tocaba. Mis dos amigos miraban sin comprender mucho, hasta que se liberó otra dependienta y les abordó en un español muy aceptable. No tenían guías en español, pero al menos la situación no era tan jocosa como en 2007 y podían comunicarse en otros idiomas, además del vernáculo. De hecho, la dependienta creo que ardía en deseos de practicar su español y el hecho de que yo hablara en neerlandés no ayudaba ni un poquito a saciar su deseo.
Entre que nos levantamos tarde, que el viaje, por cerca que estuviera Lovaina, requería su tiempo, y que en esta zona del mundo se come desusadamente pronto para un español, se había hecho la hora de comer y había gusa. En el viaje de septiembre, resultó que el sitio, bien bueno, donde habíamos comido en agosto estaba cerrado "por razones técnicas", así que, como el hambre apretaba, no fue cuestión de buscar demasiado y terminamos enfrente, en una hamburguesería pijilla.
Aleccionado por aquella experiencia de 2007, y orgulloso con mis progresos en la lengua más hablada del país, me dirigí resuelto hacia una camarera pelirroja (uno tiene sus preferencias) que parecía simpática.
- Heeft u plaats voor vier personen? - le pregunté, levantando cuatro dedos de mi mano derecha, para dar a entender de todas las formas posibles lo mismo que había formulado oralmente, es decir, si tenían sitio para cuatro personas.
- Eh... Yes, certainly inside. Outside would be a little bit more difficult - me respondió en un horroroso inglés norteamericano.
Así, a ojo, me sentí ofendido. Uno hace un esfuerzo -ímprobo- por expresarse en flamenco, y los locales le pagan a uno ignorándolo y contestándole en inglés. Convencido de que mi flamenco no era tan malo, no en vano me lo acababan de alabar en la mismísima oficina de turismo, decidí ignorar la indirecta de la camarera pelirroja (guapa, sí, pero ya menos simpática que al principio) y seguir en flamenco aunque me contestaran en valenciano.
- We zouden graag binnen eten - es decir, que nos íbamos para adentro. Esto lo acompañé con un gesto con el cuello señalando el interior del restaurante. La chica me entendió, parece.
- OK, come with me. You order first, and then we will call you when the food is ready.
Entorné los ojos ante la nueva ofensa. La flamenquita se pensaba que iba a poder conmigo con su inglés americano ¡Conmigo! Por un momento incluso pensé si no sería sorda.
Consulté con mis amigos, me acerqué al mostrador y empecé a decir a la chica, siempre en flamenco, lo que queríamos tomar. La chica me miraba con unos bonitos, pero muy inexpresivos, ojos azules, y con la boca entreabierta. Vamos, que o era tonta o parecía preocupada.
Le devolví la mirada, y una idea pasó por mi cabeza.
- Do you speak flemish? - le pregunté.
- I don't.
La chica era estadounidense, estaba estudiando en Lovaina, supongo que en inglés de cabo a rabo, y la habían contratado en la hamburguesería porque una estadounidense con ese inglés tan de Medio Oeste siempre queda muy bien. Total, sólo iba a haber turistas o estudiantes, que todos hablan inglés. El turista extranjero coñazo que, por alguna razón estúpida, sabe flamenco y se empeña en hablarlo no entra en la ecuación.
La conversación continuó en inglés. Es más, cuando la chica nos oyó hablar en español a mis amigos y a mí, nos dijo que hablaba un poquito, y ahí parece que decía la verdad, porque realmente era poquito, pero al menos hizo un intento.
Esto de los idiomas es un asunto complejo. Y en Lovaina, más. En 2007 no hubo más remedio que hablar neerlandés, idioma que apenas conocía de oídas, y en 2023, uno vuelve a Lovaina hablando neerlandés por los codos, y no le sirve de nada.
Me voy a cenar un bocata de jamón para celebrar el Día de la Hispanidad. La mayoría de los lectores que le quedan a esta bitácora supongo que están de puente, pero no es mi caso, que he trabajado hoy y lo haré también mañana, así que voy a cortar el pan antes de que se haga tarde. Porque siempre se hace tarde.