martes, 31 de octubre de 2023

Primavera de invierno

En valenciano, otoño se dice primavera d'hivern, al menos entre quienes no hemos ido al colegio en valencia-no normalizado ni hemos acatado el vocablo catalán tardor que se nos mete con calzador a través de colegios y medios de comunicación de masas.

Primavera d'hivern es mucho más bonito y, en estos tiempos que corren, considerablemente más descriptivo del tiempo que hace en otoño, al menos en Valencia.

Estoy en Valencia, efectivamente. Por el día disfrutamos de una temperatura de entre veinte y veinticinco grados, y de noche refresca hasta entre diez y quince, lo cual es un tiempo que yo firmaría todo el año, si se pudieran firmar estas cosas. Es verdad que antes el frío llegaba antes, pero hay que reconocer que el cambio climático también tiene sus ventajas. Pasar de los escasos diez o doce grados de máxima, con sus lluvias y su frio, al tiempazo primaveral de Valencia es uno de esos goces de los que entran pocos en un kilo.

¿Y cómo es posible que pueda escaparme de Bruselas en esta temporada tan convulsa, incluso laboralmente? Bueno, en realidad decidí acortar las vacaciones de verano, esperando escapar del calor y aprovechar lo que yo esperaba que fuera un tiempo bonancible en Bélgica (no lo fue, que fue un truño de verano), para alargar las de otoño e invierno. Antes, no podía hacerlo, porque mandaban las vacaciones escolares de la tropa, pero la tropa ya acampa por su cuenta, aunque estos días estén precisamente en Bruselas, guardando la casa, así que el cabo de la misma puede permitirse ciertas licencias.

Entre esas licencias está la de salir a dar una vuelta relajada en pantalón corto, cosa que voy a hacer acto seguido, antes de que se haga tarde, que hay que aprovechar la... tardor.

sábado, 28 de octubre de 2023

Atentados

La noticia de la semana pasada en Bruselas ha consistido en el retorno de los atentados islamistas. En este caso, el lunes de la semana pasada, cuando un tipo muy poco recomendable y desde luego poco adaptado a la vida en Occidente se lio a tiros contra unos pacíficos aficionados suecos al fútbol que habían venido a Bruselas a ver cómo su selección jugaba contra los Diablos Rojos, y en lugar de eso se encontraron con un diablo, sí, pero verde y con muy mala leche. Al parecer, la excusa es que alguien quemó un Corán en Suecia. Está bajando el nivel de la ofensa. Para que llegaran las represalias, primero había que maldecir al (falso) profeta, después bastaba con dibujarlo, ahora basta con maltratar un Corán, que no deja de ser un libro, y el día menos pensado nos la vamos a cargar sólo por vender jamón.

Lo que pienso sobre el particular lo dejé bien claro hace ya ocho años, y no cambio una coma de lo que escribí entonces. Yo lo siento mucho, pero está más que demostrado que el modelo de aceptar a los extranjeros con sus propias costumbres incompatibles con nuestro orden público simplemente no funciona. Yo llevo más tiempo como extranjero que como español, pero mi orden público no es incompatible con el local, ni en Alemania, ni en Rusia, ni ahora en Bélgica, y en todos estos sitios he tenido un razonable trato con locales y no se me ha ocurrido montar un "ghetto" de españoles ni mucho menos imponer mis ideas por la fuerza. Los musulmanes tienden a concentrarse en lugares concretos y en ellos a hacer de su capa un sayo de forma todo lo violenta que se tercie, porque ése es lamentablemente el ejemplo que les dejó el fundador de su secta, un personaje violento, belicoso y de costumbres sexuales muy poco edificantes, que no es criticado por las feministas y otras gentes de mal vivir porque dichas gentes comparten con los mahometanos el odio al cristianismo, y eso les une. El día que, Dios no lo quiera, deje de preocuparles el cristianismo, deberían darse cuenta de que entre sí son todavía menos compatibles.

Sea como fuere, entretanto el terrorista se dio a la fuga en moto, sin suicidarse ni nada. Esto es Bélgica, un país que alberga muchos fenómenos chocantes y algunos de ellos tienen que ver con su policía. En este caso, sé que voy a ser injusto, pero se diría que a los policías se les acabó la jornada laboral y dejaron el trabajo de neutralizar al asesino hasta el día siguiente; lo cierto es que al día siguiente lo localizaron y el sarraceno murió de un tiroteo. Consta que era tunecino, que ya venía con mala fama desde su patria, que estaba casado y tenía una hija, que había pedido asilo, el cual lógicamente le fue denegado, porque no se sabe que en Túnez persigan a los opositores políticos, pero eso no hizo que el pollo abandonase Bélgica, sino que siguió viviendo tranquilamente en Schaerbeek, conocido nido de personajes de comportamiento mejorable. Nadie le molestó en serio. Ni en broma. Es más, Túnez había pedido su extradición por delitos bastante comunes, y aquí a nadie se le ha ocurrido que el individuo podía ser peligroso. Lo de Bélgica acogiendo a delincuentes extranjeros es una tradición que viene, al menos por lo que respecta a España, desde que se constituyó en santuario de ETA y últimamente de independentistas catalanes. Todo esto es una actitud arriesgada que en algún momento tenía que terminar mal. Ha tocado ahora.

Habrá que ir haciéndose a la idea de que cambiar la mentalidad de un musulmán no es sencillo, ni ahora ni en tiempos de Felipe III. He oído hablar de algunos, muy pocos, musulmanes que se han convertido al cristianismo, pero no he conocido personalmente a ninguno, sí que se me  permitirá que ponga su existencia bajo una pequeña sospecha.

La chapuza interna ha tenido como consecuencia la dimisión del Ministro belga de Justicia, un señor que ya apareció por esta bitácora con motivo del "pipigate" y que ya no ha podido aguantar más en su puesto. No sé si lo sucedido tendrá como consecuencia que la justicia belga reconozca que es a la justicia como la madre política a la madre, pero me temo que no, porque hay cosas que están profundamente arraigadas en el imaginario colectivo, y la soberbia frente a todo lo que está al sur parece una de ellas.

Entretanto, vamos a rezar porque el siguiente atentado no nos pille cerca ni a nosotros, ni a nuestros allegados, ni siquiera al susodicho ya ex-Ministro de Justicia de Bélgica. Vamos a rezar antes de que sea tarde, como se está haciendo ahora.

sábado, 14 de octubre de 2023

De golpe

La caída de las temperaturas en Bélgica se ha producido de sopetón, hasta extremos desusados incluso para aquí. Ayer, viernes, todavía gozábamos de unas máximas de veinticinco grados y tiempo razonablemente seco. Algo pasó durante la noche, además de una tormenta bastante fuerte y de una ventolera que, si no me perjudicó el sueño, fue porque estaba lo suficientemente cansado tras toda la semana como para dormirme a despecho de cualquier mascletà que sonase a mi lado.

El caso es que esta mañana me he levantado más tarde, y menos soñoliento, que los días de entre semana, y me he encontrado con que la temperatura era de diez grados, que la máxima no iba a pasar de catorce, y que, en el mejor de los casos, ése era el patrón de los días por venir: chicos, ha llegado el otoño.

El otoño tiene sus ventajas, al menos en Bruselas. Así como este entretiempo ha sido tan confuso como de costumbre, con el otoño, en cambio, uno sabe a qué atenerse. Hasta ahora, tocaba salir de casa, y la pregunta era ¿y qué me pongo? Ya sé que las mujeres se la hacen en cualquier tiempo y circunstancia, pero yo sólo me la hago seriamente cuando el tiempo es del jaez que hemos estado teniendo últimamente, con máximas altas, o no, mínimas muy variables, o no, y lluvias intermitentes, o no. Uno no sabe si ponerse camiseta interior, calcetines gordos y jersey sobre la camisa, por si viene frío; pero, si no lo hace, y ha tomado precauciones, el día puede hacerse muy largo y caluroso... Y, al revés, si uno se viste como si se preparara una ola de calor, con una camisa de manga corta por todo atavío, y resulta que la ola de calor decide retrasarse y, en su lugar, sopla un vientecillo del norte de los que dejan tieso, las consecuencias, además de un resfriado, pueden ser bastante incómodas.

En otoño, las dudas son escasas: va a hacer más bien frío. Y va a llover, casi seguro. Uno se abriga algo y se avía con impermeables, y más si, como es mi caso, todavía se desplaza de ordinario en bicicleta. Y eso se hace siempre, así luzca un sol que deje bizco y no haya una nube en todo lo que la vista abarque, porque siempre puede llover en Bélgica.

Y las hojas caen. Y amarillean. Después de todas las entradas que he dedicado este verano a mi jardín, resulta fastidioso despedirse de él, si Dios quiere, hasta la primavera, porque, durante unos meses, lo de leer en la terraza no tiene mucho sentido, y porque todas las plantas entran en una especie de letargo hasta principios de marzo, en que la camelia empieza a darse cuenta de que el día vuelve a alargar y lo celebra floreciendo antes que nadie. Pero de esto ya llegará ocasión de escribir a su debido tiempo. Hoy no, porque se hace tarde.

jueves, 12 de octubre de 2023

Lovaina

Lovaina mola. La gente que viene por aquí bebe los vientos por Brujas y Gante, que están superpobladas de turistas, pero la verdad es que Lovaina no tiene demasiado que envidiar a ninguna de las dos y, además, es fácilmente accesible desde Bruselas. En efecto, está a unos treinta kilómetros de la capital del país, desde la que hay trenes cada media hora, y es una ciudad muy bonita, sobre todo si se pilla con buen tiempo, cosa que resulta difícil, pero me consta que a veces ocurre. Este verano he tenido varios invitados, y con todos ellos, cuando el curro me ha dado espacio para acompañarlos en sus aventuras, he terminado en Lovaina, la última de las veces, en septiembre, con un tiempo espectacular, de ésos que se ven de uvas a peras y de los que le hacen a uno preguntarse si el cambio climático, después de todo, no tendrá sus ventajas.

Es bien sabido, o debería serlo, que Lovaina ha aparecido ya en los albores de está bitácora, en el ahora lejano 2007, en que me di cuenta para mi desgracia que se encuentra en Flandes y que el idioma oficial es el flamenco, y que hablar otro idioma no es necesariamente una buena idea.

Recordemos que en aquel tiempo (lluvioso, pero eso no es una sorpresa), me planté solo en la Oficina de Turismo, donde resultó que la chica que me atendió no hablaba más lengua que el flamenco, así que me tocó desenterrar mis entonces escasísimos conocimientos del neerlandés y sudar tinta hasta conseguir alguna que otra indicación.

En la primera semana de agosto, como vimos hace unas cuantas entradas, el tiempo atmosférico era penoso, así que tampoco era mala idea encontrar abrigo donde fuera. Como éramos turistas, recordé que tenía una cuenta que saldar en la Oficina de Turismo, de modo que dirigí hacia allí mis pasos, seguido de mis invitados. En los últimos dieciséis años no había cambiado de lugar ni de aspecto, así que entré resuelto y vi que, en lugar de la chica apocada y monolingüe de 2007, había tres dependientes atendiendo al personal. Claro que en 2007 me planté allí en diciembre, que no es precisamente temporada alta, pero aquello no dejaba de llamar la atención. Tres ya está mejor que uno.

En cuanto se liberó uno, lo abordé en mi mejor neerlandés y le expliqué la situación, pidiendo expresamente un plano de la ciudad y qué hacer durante unas cuantas horas.

- ¿Y de dónde es usted? - me preguntó mi interlocutor.

- Español.

- Ah, pues su neerlandés es muy bueno. Casi perfecto ¿Dónde lo ha aprendido?

- Vivo en Bruselas.

- ¿Y en Bruselas se habla neerlandés?

- Hombre, buscando un poco...

En fin, que nos dio toda la información que tocaba. Mis dos amigos miraban sin comprender mucho, hasta que se liberó otra dependienta y les abordó en un español muy aceptable. No tenían guías en español, pero al menos la situación no era tan jocosa como en 2007 y podían comunicarse en otros idiomas, además del vernáculo. De hecho, la dependienta creo que ardía en deseos de practicar su español y el hecho de que yo hablara en neerlandés no ayudaba ni un poquito a saciar su deseo.

Entre que nos levantamos tarde, que el viaje, por cerca que estuviera Lovaina, requería su tiempo, y que en esta zona del mundo se come desusadamente pronto para un español, se había hecho la hora de comer y había gusa. En el viaje de septiembre, resultó que el sitio, bien bueno, donde habíamos comido en agosto estaba cerrado "por razones técnicas", así que, como el hambre apretaba, no fue cuestión de buscar demasiado y terminamos enfrente, en una hamburguesería pijilla.

Aleccionado por aquella experiencia de 2007, y orgulloso con mis progresos en la lengua más hablada del país, me dirigí resuelto hacia una camarera pelirroja (uno tiene sus preferencias) que parecía simpática.

- Heeft u plaats voor vier personen? - le pregunté, levantando cuatro dedos de mi mano derecha, para dar a entender de todas las formas posibles lo mismo que había formulado oralmente, es decir, si tenían sitio para cuatro personas.

- Eh... Yes, certainly inside. Outside would be a little bit more difficult - me respondió en un horroroso inglés norteamericano.

Así, a ojo, me sentí ofendido. Uno hace un esfuerzo -ímprobo- por expresarse en flamenco, y los locales le pagan a uno ignorándolo y contestándole en inglés. Convencido de que mi flamenco no era tan malo, no en vano me lo acababan de alabar en la mismísima oficina de turismo, decidí ignorar la indirecta de la camarera pelirroja (guapa, sí, pero ya menos simpática que al principio) y seguir en flamenco aunque me contestaran en valenciano.

- We zouden graag binnen eten - es decir, que nos íbamos para adentro. Esto lo acompañé con un gesto con el cuello señalando el interior del restaurante. La chica me entendió, parece.

- OK, come with me. You order first, and then we will call you when the food is ready.

Entorné los ojos ante la nueva ofensa. La flamenquita se pensaba que iba a poder conmigo con su inglés americano ¡Conmigo! Por un momento incluso pensé si no sería sorda.

Consulté con mis amigos, me acerqué al mostrador y empecé a decir a la chica, siempre en flamenco, lo que queríamos tomar. La chica me miraba con unos bonitos, pero muy inexpresivos, ojos azules, y con la boca entreabierta. Vamos, que o era tonta o parecía preocupada.

Le devolví la mirada, y una idea pasó por mi cabeza.

- Do you speak flemish? - le pregunté.

- I don't.

La chica era estadounidense, estaba estudiando en Lovaina, supongo que en inglés de cabo a rabo, y la habían contratado en la hamburguesería porque una estadounidense con ese inglés tan de Medio Oeste siempre queda muy bien. Total, sólo iba a haber turistas o estudiantes, que todos hablan inglés. El turista extranjero coñazo que, por alguna razón estúpida, sabe flamenco y se empeña en hablarlo no entra en la ecuación.

La conversación continuó en inglés. Es más, cuando la chica nos oyó hablar en español a mis amigos y a mí, nos dijo que hablaba un poquito, y ahí parece que decía la verdad, porque realmente era poquito, pero al menos hizo un intento.

Esto de los idiomas es un asunto complejo. Y en Lovaina, más. En 2007 no hubo más remedio que hablar neerlandés, idioma que apenas conocía de oídas, y en 2023, uno vuelve a Lovaina hablando neerlandés por los codos, y no le sirve de nada.

Me voy a cenar un bocata de jamón para celebrar el Día de la Hispanidad. La mayoría de los lectores que le quedan a esta bitácora supongo que están de puente, pero no es mi caso, que he trabajado hoy y lo haré también mañana, así que voy a cortar el pan antes de que se haga tarde. Porque siempre se hace tarde.

sábado, 7 de octubre de 2023

Sínodos

Los obispos de todo el mundo, también algunos belgas, andan estos días por Roma reunidos en un club llamado "Sínodo sobre la sinodalidad", que no es un trabalenguas, pero sólo porque no es difícil de pronunciar. Se le acerca algo en el sentido de que es una denominación indigesta, confusa y de difícil comprensión, que se supone que debe servir para meditar sobre cómo se hacen reuniones en la Iglesia Católica, o eso es lo que me inspira el título. Pero vaya usted a saber de qué terminan discutiendo finalmente.

El sínodo de marras fue precedido, en teoría, por un proceso de consultas amplio como pocos antes. De abajo arriba. Se hizo una primera consulta por parroquias, y los sacerdotes responsables de las mismas nos preguntaron a los fieles qué temas nos preocupaban. Es más: también se nos animó a que preguntáramos a los que se habían separado de la Iglesia, para enterarnos de qué les había llevado a dicha decisión y qué les preocupaba a ellos. Yo no sé si responderían muchos de a los que la Iglesia les da tres patadas, pero lo cierto es que, después del primer proceso de consultas, ya no se volvió a hablar del asunto.

Como es bien sabido y debería resultar evidente para cualquiera que siga las entradas de esta bitácora con cierta regularidad, no me cuento precisamente entre los que abogan por una "actualización" de la doctrina católica para adecuarla a lo que el mundo piensa en el siglo XXI. Cuando me llegó la posibilidad de aportar mi granito de arena a las discusiones sobre qué debería tratarse en el sínodo, respondí presto a la invitación de mi párroco con un correo vibrante, en el que expresé precisamente eso: que no debíamos cambiar una coma de la doctrina de siempre por el mero hecho de que el mundo no la aprobaba, porque tampoco la aprobaba en el siglo I, y a Nuestro Señor no le tembló la mano para revelarla como era, mal que le pesara al mundo. Y que así se nos notaría más que éramos católicos, no como ahora, que tratamos de disimularlo en lo posible.

No sé si alguien más se manifestaría en el mismo sentido. Yo conozco a más gente que comparte, aproximadamente, mi opinión, aunque ignoro si respondieron a la invitación que sus respectivos párrocos debieron hacerles para que se manifestaran.

Sea como fuere, hace unas semanas, pasé por la parroquia cercana a mi casa y descubrí un folletito en el que se enumeraban las conclusiones de la diócesis para discutir en el seno de la Iglesia Católica en Bélgica y luego integrarlas en las conclusiones para todo el sínodo universal. Lo leí ávidamente y me quedé con una impresión agridulce. Desde luego, no había ni rastro de posiciones cercanas a la mía, pero tampoco había demasiadas barbaridades, cosa de temer habida cuenta de la deriva de la que ya estuve escribiendo el año pasado. Si la puerta para acoger mi posición, tan beligerante, estaba cerrada, la de las barbaridades sólo estaba entreabierta. No sé a los demás que leyeran el panfletillo, pero a mí me dio la impresión de que el proceso de consultas había sido una mera formalidad para que los de siempre escribieran sus vaguedades buenistas de costumbres.

No tengo ni idea de lo que pasará este mes en Roma, aparte de que el Papa ha dicho que las cuestiones morales no forman parte de lo que se va a discutir en el sínodo. No sé si ha dicho exactamente eso, o es una de esas frases suyas que se pueden interpretar de distintas maneras y que cada cual entiende a su manera. Lo que sí sé es que, entre "dubia" de cardenales muy prestigiosos, respuestas ambiguas y que, entre tanta gente que hay por allí, hay muchos que quieren hablar precisamente de eso y yo no comprendo cómo el Papa va a impedir que se traten esos asuntos. Que lo del cambio climático y su última exhortación apostólica estará muy bien, pero no tengo yo muy claro que el Papa no se esté metiendo en un jardín que no corresponde a su negociado.

No corren buenos tiempos para los adalides del lenguaje claro y los adeptos al refrán de "al pan, pan; y al vino, vino". Me temo que nos esperan tiempos de mucha ambigüedad. Y la Verdad no está en las proposiciones ambiguas.

Cinco belgas hay en el sínodo. Tres miembros y dos expertos, uno de los cuales es una mujer, virgen consagrada. De los tres miembros, destaca el arzobispo emérito de Malinas-Bruselas, el cardenal De Kesel. Uno de los tres miembros no es obispo. De hecho, ni siquiera es presbítero, sino diácono permanente, flamenco, y se supone que especialista en materia de juventud y familia.

Los tres miembros belgas del sínodo son flamencos. Los dos expertos son valones.

No quiero ser agorero, pero estoy prácticamente seguro de que tres flamencos que se han hecho famosos últimamente por desarrollar una pastoral, con bendición incluida, de parejas homosexuales no van a discutir únicamente del papel de los sínodos en la vida de la Iglesia, que tiene pinta de ser un tema coñazo donde los haya.

En fin, seguiremos informando, pero hoy se hace tarde.