No ya es la afición a lo "vintage" expresada en forma de mercadillos o brocantes, que también. Es que los trenes, por ejemplo, que en Bélgica son un medio de transporte utilizadísimo, mucho más que en España, dejan muchísimo que desear. Uno va a España, y es verdad que yo no la he recorrido toda; no sé qué puede estar pasando en la famosa Extremadura, que tanto se queja de la falta de vías férreas en condiciones. Pero el material rodante, ruede más o menos rápido, es un material en excelentes condiciones y prácticamente nuevo o muy bien mantenido, y no sólo en el AVE, sino en el cercanías más recóndito, insistiendo en que no he pasado en tren por Extremadura.
En Bélgica, lo miremos como lo miremos, los trenes son viejos, quizá porque, al ser de competencia federal, las regiones se resisten a financiar la compra de nuevos. El caso es que uno se sube, es un suponer, al tren que enlaza Bruselas con Luxemburgo, y la verdad es que no es precisamente un AVE. No es que esté directamente mal, vale, pero cutrillo es un rato, y me temo que parte de la cutrez tiene que ver con el paisanaje que lo ocupa. Normalmente hago ese trayecto en primera, porque son tres horas bastante duras y suelen ser viajes de trabajo durante cuyo transcurso no estoy ocioso, así que qué menos que disponer de condiciones adecuadas para desempeñar las tareas que tocan. El hecho de que sean vagones de primera clase no cambia demasiado el tipo de pasajero que lo ocupa, y me voy a explicar.
El tren de Bruselas a Luxemburgo para en un montonazo de estaciones, lo cual tiene como consecuencia que lo utilice todo aquél que, aunque no vaya al Gran Ducado, se quede en sitios tan populosos como Namur, o vaya a hacer transbordo para ir a la nueva ciudad universitaria, Lovaina la Nueva, así que el pasaje es abundante, y se compone mayoritariamente de personas que tienen abonos de segunda y de algún vivalavirgen que, con abono o sin él, directamente pasa de meterse en segunda y se monta en el vagón de primera. Yo, si tengo billete de segunda, que es casi siempre que lo pago yo, ni se me ocurre montarme en un vagón de clase superior, pero está visto que hay pasajeros que no comparten mi opinión, y esos pasajeros, por decirlo fino, no son lo mejorcito del pasaje.
De esta guisa, el vagón de primera sale de Bruselas de bote en bote con dos tipos de pasajeros. Unos somos los que tenemos billete de primera y estamos, más o menos resignados, en un vagón de primera; los otros tienen (en el mejor de los casos) billete de segunda, pero se han subido al vagón de primera porque ellos y ellas lo valen. Éstos, y éstas, son de edad como máximo de cuarenta años, con la característica de que, cuanta más edad tienen, su aspecto es más patibulario. Un jovencito de veintipocos se meterá en el vagón con sus auriculares a tope, hasta el punto de que oyes perfectamente qué música está oyendo (suele ser la más detestable, claro), se extenderá sobre su asiento y el contiguo y allí se quedará contra viento y marea. En cambio, uno de cuarenta y tantos, y éstos suelen ser todos hombres, tendrá un aspecto desaliñado y sucio, olor en consonancia con su aspecto, tatuajes diversos, más cuanto más edad tenga el personaje, una mochila algo desgarrada y pelos por doquier, excepto a veces en la cabeza. A veces da la impresión de que en primera clase las compañías son peores que en segunda.
Esta situación sorprende a algunos pasajeros poco frecuentes. Una señora de mediana edad, sorprendida por la situación, entró en el vagón y preguntó abriendo, pero poquito, la boca:
- Est-ce qu'ils ont déclassé ce wagon?
Difícil de traducir. A mí no me ha pasado nunca, pero parece que en ciertas circunstancias (cuando hay mucha gente, supongo) los vagones de primera son reclasificados como de segunda.
No, no lo habían reclasificado, o declasificado. Era así.
Los revisores pasan, pero no antes de Ottignies, que es cuando se bajan los estudiantes. Luego ya se arman de valor, porque saben que una de sus funciones va a consistir en hacer limpieza de polizones en el vagón de primera.
Uno pensaría que, si te pillan y te invitan a cambiarte de vagón o a bajarte del tren (porque sí, hay gente que se sube sin billete, y tan ricamente), te lo tomarías con deportividad y aceptarías que te han pillado, pero hay gente que anda escasa de deportividad. En mis viajes me ha tocado ver enfrentamientos bastante desagradables entre revisores y pasajeros, con cierta frecuencia de raza negra y de aspecto intranquilizador. También hay blancos de aspecto intranquilizador, incluso más que los anteriores, pero suelen ser más alfeñiques y no presentan grandes problemas a los revisores. Los revisores son gente entrenada para estos menesteres y saben que la voz es un arma importante, así que suelen los berridos que emiten los que hacen entrar en razón a los polizones más recalcitrantes, siempre de mala gana.
A partir de Namur, que es como decir a las dos quintas partes del viaje, ya sólo quedan en el vagón los verdaderos pasajeros de primera y ya se puede uno estirar algo. Tampoco tanto, porque ya digo que el material rodante no está precisamente a la última y le queda lejos al Orient Express de Poirot, que, por cierto, era belga y no sé si estaría contento de las comodidades que (no) se pueden encontrar en los trenes belgas del siglo XXI.
Pero, bueno, el siglo XXI llegó tarde para él. Tarde como se está haciendo ahora.
2 comentarios:
Caray ... creía que eso de "la viveza criolla" era propia de los latinos. Ya veo que no.
A ver, que Bélgica perteneció al Imperio Romano. Tienen más derecho que los hispanoamericanos a llamarse latinos.
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