sábado, 29 de abril de 2023

BIFFF (y 2): el público

By http://www.impawards.com/intl/uk/2022/unwelcome_ver2.html, Fair use, https://en.wikipedia.org/w/index.php?curid=72689900
En primer lugar, lo que hace diferente al BIFFF de otros festivales es el público. Con gran diferencia, son una banda de gente desenfadada y, el que no es desenfadado, se convierte en uno de ellos aunque sólo sea por una noche.

De momento, todo el que sale al escenario debe cantar una canción. La que sea. Y recordemos que estamos en una entrega de premios, así que sale mucha gente al escenario. Hay un presentador... bueno, en realidad hay más de uno, porque al menos hay uno que se expresa en francés y otro que lo hace en neerlandés, pero eso es porque esto es Bélgica, qué le vamos a hacer y, después de todo, yo ya le estoy empezando a ver la gracia, como sabe todo el que sigue esta bitácora y mis singladuras con el neerlandés. Y eso que no las he contado todas.

El presentador sale y hace ademán de empezar a presentar, que es para lo que está ahí, pero nooooo... desde el público se empiezan a lanzar gritos:

- Une chanson! Une chanson!

El presentador, que es el francófono y que seguramente en el pasado ha estado entre el público y ha sido tan broncas como cualquiera de ellos, se ríe debajo de la barbaza y dice:

- Vous êtes pire que dans l'inauguration! (¡Sois peores que en la inauguración!)

Bueno, parece que el presentador tiene algo de bula, sea porque es conocido, sea porque no se va a retirar del escenario en un buen rato y ya le tocará cantar en algún momento. El caso es que las peticiones se acallan y el presentador puede continuar.

- ¡Qué semana! Hemos visto taytantas películas, hemos ocupado una cantidad enorme de horas de proyección y, finalmente, el dato que todos vosotros estabais esperando...

Expectación.

- ¡Hemos consumido cuatrocientos barriles de cerveza!

Aplausos y murmullos de aprobación. Belgas, al fin y a la postre.

La ceremonia de premios tiende a ser monótona para alguien que no está en el ajo. Allí, no, ni un poquito. Los directores premiados iban saliendo, a veces salía el jurado para explicar a quién se daba el premio, y cada vez el público, a grito pelado, reclamaba lo suyo.

- Une chanson! Une chanson!

Uno de los primeros premiados debía ser un tipo muy cortado, e hizo caso omiso de las reclamaciones del público, que no cesaban, por otra parte. Al retirarse, justo antes de devolver el micrófono, lanzó un:

- ¡Lalalá!

El público acogió esto como un desprecio, aunque probablemente no era más que timidez, y lo abucheó a conciencia.

Otros premiados no hacían tal cosa, sino que realmente cantaban. Alguno estaba probablemente aleccionado y llevaba algo preparado, como un catalán que cantó no sé muy bien qué, pero en catalán. No pillé una, debía ser de Gerona por lo menos. La mayoría de las canciones fueron en francés, alguna fue en neerlandés, aunque el público pedía más en neerlandés, y varias más fueron en inglés. Todos los discursos, menos los espontáneos, estaban subtitulados al inglés, francés y neerlandés, es decir, a las dos lenguas diferentes a aquélla en la que se hablaba.

Con este público, lo del cine fantástico y de terror era algo relativo. Muy relativo, como se vio cuando llegó, finalmente, el momento de la proyección.

La película, "Unwelcome" (el que no quiera saber el final, que no pinche el enlace o al menos no lo lea entero), se supone que es una película de terror folk, lo cual resulta por lo menos bastante original. Narra la historia de una pareja (que no queda claro si es un matrimonio o no, pero viven juntos) que se muda a una casa que han heredado en la Irlanda rural, mientras ella está (bastante) embarazada. La casa es inquietante, como también lo es la familia a la que encargan las obras que hay que hacer. Si tenéis que hacer obras en casa, esperad lo que haga falta, pero no contratéis a gente como ésa, que, además de ser unos chapuzas, son bastante violentos. La cosa sigue con bastante sangre y giros inesperados. Y muchas puertas que se abren inopinadamente, o quedan entreabiertas y no sabemos qué hay detrás.

Bueno, pues, el público, cada vez que en pantalla aparecía una puerta abierta, o al menos entreabierta, exclamaba en grupo (al que, por supuesto, me uní):

- La porte! (¡Esa puerta!)

Obviamente, la tensión dramática o inquietante que pudiera haber en la escena perdía muchísimo, por no decir todo, cuando media sala se lo tomaba a choteo.

Por lo que me contó mi acompañante, cuando hay besos en escena, también hay una exclamación típica, pero en esta película no hay besos, ni sexo, así que no hubo lugar a probarla.

En cambio, en la típica escena en que el protagonista está en la escena, con la cámara fijándose en él, pero se sabe que algo va a llegar, el público se pone a gritar:

- Derrière toi! (¡Detrás de ti!)

Cosa que quita nuevamente la tensión dramática a la escena. Al final, más parecía una película de humor que otra cosa, lo que es buena prueba de la influencia del público en tales ocasiones.

La película terminó, no diré aquí cómo, pero a mí me pareció un final bastante abierto. Nos fuimos de la sala, salimos al exterior y vimos, para nuestro alivio, que no llovía, e incluso el frío que hacía era soportable, entramos en el coche, que seguía aparcado donde lo dejamos sin mayor novedad, y creo que agradecimos haber venido en él -yo desde luego lo hice-, porque ya dije que Heysel está todo lo lejos que se puede estar de mi casa sin salir de la región de Bruselas, y maldita la gana de apretarme quince kilómetros en bicicleta hasta el Uccle de mis entretelas.

Aun así, lo que fue inevitable es que, entre pitos y flautas, llegara a casa cerca de medianoche y teniendo que madrugar al día siguiente para ir a la oficina. Se me había hecho tarde.

Como hoy mismo, así que ahí lo dejo y me voy a comer, que se enfría la sopa.

jueves, 27 de abril de 2023

BIFFF

La verdad es que yo no soy mucho de ir al cine, supongo que porque la vida tiene un límite y el día no tiene más de veinticuatro horas, y un número mínimo de ellas hay que emplearlas en necesidades básicas como comer y dormir, eso por no hablar del número de horas que uno pierde trabajando. Lamentable.

Vamos, que, si tuviera tiempo, seguro que iría al cine con más frecuencia. Y también escribiría más entradas en esta bitácora, claro.

Una excepción a mi habitual ausencia de las salas de cine tuvo lugar el pasado fin de semana. Me sugirieron, en una cena durante la semana, un plan que prometía: asistir a la ceremonia de clausura del BIFFF ¿Que qué es el BIFFF? Bueno, pues se trata del "Brussels International Fantastic Film Festival", y es un certamen de cine para gente razonablemente friki, con muchos bichos raros en la pantalla y no poca violencia y sangre. A mí no me acaban de gustar esas películas, porque me tengo por una persona algo impresionable y no quiero tener pesadillas, ya que el sueño tranquilo es de las cosas que más valoro en esta vida, pero, por una vez, decidí que ya estaba bien. Y compré la entrada para la ceremonia de clausura, qué demonios, con entrega de premios y proyección de una última película. "Unwelcome", una película de terror.

Como se ve en la imagen que ilustra en la entrada, sacada de la zona de descarga del propio festival, el certamen tuvo lugar en Heysel, que está todo lo alejado que puede estar de mi casa, sin salir de la región de Bruselas, es decir, no menos de quince kilómetros en línea recta. Se me pasó por la cabeza ir en bicicleta, pero la verdad es que no se me pasó con mucha convicción. El acto empezaba a las ocho de la tarde, terminaría a saber a qué hora, pero no antes de las once, y meterme una hora de bicicleta después del certamen parecía por lo menos incómodo y cansado.

Además, esto es Bruselas, y estamos en primavera, pero nadie lo diría. Hace un frío que pela, llueve todos los días, incluso varias veces y, francamente, no da un pelo de gusto montarse en la bici, y menos cuando vi que la previsión del tiempo era, precisamente, que lloviese todo el domingo por la tarde. Total, que no mola. Es más, la previsión se mostró acertadísima: a las cuatro empezó a llover, y ya no paró en toda la tarde.

Y decidí ir en coche. Que para eso lo tengo.

Llamé a mi acompañante, que vive en el centro, en un lugar casi inaccesible para quien no tenga la ayuda del GPS y le dije que me venía de camino pasar por su casa. Mi acompañante es aún más ciclista que yo mismo, pero debía tener también la mosca tras la oreja con el tiempo y aceptó de buen grado la oferta de transporte. Como siempre, en esta bitácora se respeta el anonimato de las personas, así que vamos a llamar Andrea a mi acompañante y a atribuirle la nacionalidad italiana. Ninguna de las dos cosas es cierta.

Heysel es el lugar de esparcimiento típico de Bruselas. La gente conoce la tragedia del estadio, cuando murió tantísima gente y los "hooligans" ingleses se hicieron más tristemente famosos de lo que ya eran. La gente conoce seguramente el Atomium, o la Pequeña Europa y, si son muy de aquí, también Kinépolis, que está también por la misma zona. Y si hay alguien muy para nota, también conoce los jardines reales de Laeken, que están al lado. También está el centro de exposiciones de Bruselas, donde tienen lugar las ferias comerciales, y también hay una serie de edificios más o menos multiusos en los que se alojan los eventos más variopintos. En uno de ellos, el Palais 10, tenía lugar el BIFFF.

A mí siempre me causa mucho respeto lo de aparcar, supongo que por la falta de costumbre, pero encontré más o menos de chiripa un sitio al lado mismo de la entrada, lo cual, con lo que estaba cayendo del cielo, era lo mejor que nos podía pasar. Entramos al recinto sin mayor novedad, y fue un poco como cambiar de mundo. Aquello no parecía Bruselas. O sí, pero no la que había justo al otro lado de allí.

De momento, no parecía Bruselas porque la gente que había allí era étnicamente homogénea. Sólo parecía haber belgas, y belgas de Bélgica, de piel blanca y lengua... bueno, la lengua es otra cosa, ya se sabe que puede haber dos de ellas, pero aquí eso no tenía mucha importancia, o no parecía tenerla. No vi absolutamente a nadie que tuviera aspecto musulmán, no se veía un pañuelo en la cabeza en toda la parroquia, y me costó mucho distinguir a un negro entre la concurrencia, aunque finalmente encontré a dos, uno de cada sexo, un porcentaje irrisorio entre toda aquella gente.

Friquismo, eso sí, todo el que hiciera falta. A veces uno se encontraba alguna pinta que me recordaba mis tiempos metaleros de cazadoras con remaches y camisetas negras de grupos "heavies"; a veces era más "gore" que otra cosa; las más de las veces parecía gente en sus veinte o en sus treinta, o mayores, con ganas de pasárselo bien. Muchos stands, tiendecillas de parafernalia...

Si lo puedo comparar con algo, es con el ambiente que se respira en clubes de ajedrez, donde hay una fuerte presencia porcentual belga y no demasiados negros ni musulmanes, aunque alguno hay.

La gente comenzó a arremolinarse junto a la entrada de la sala de proyección, nos controlaron la entrada y pasamos a la sala. No, la película no empezaba directamente, sino que primero iba la entrega de premios y galardones, y sólo después venía la proyección.

Lo voy a dejar aquí, porque, de lo contrario, esto se va a alargar mucho, y hoy más que nunca se me está haciendo bastante tarde. Pero sí, queda materia que relatar.

viernes, 7 de abril de 2023

El chantier

Atención, porque con este concepto nos adentramos en uno de los aspectos más temibles de la idiosincrasia belga. Hay un más o menos equivalente en ruso, por hacer honor al país que vio nacer esta bitácora, que es ремонт, y que fue una palabra mencionada y estudiada en su momento, cuando estaba en Rusia, más exactamente aquí. No, no quieren decir lo mismo, me apresuro a reconocerlo, sino sólo algo más o menos similar, pero hay una cosa que tienen en común, y es que su sola mención tiene la virtud de erizar el cabello de quien la escucha.

Sea como fuere, ahora estamos en Bélgica y la palabra clave es "chantier", que puede ser varias cosas, en esa polisemia que tanto dificulta la correcta comprensión de un término. Si, en el caso de "remont", hubo que recurrir a la correcta clasificación de los distintos tipos de reparaciones, el término "chantier" puede hacer referencia, en primer lugar, al lugar que los obreros acotan para depositar los materiales que están utilizando en la obra. Además, puede referirse a la obra misma. En los dos casos, lo menos que se puede decir es que es una lata.

Una tendencia bastante molesta de las cuadrillas de obreros belgas consiste en dejar las cosas inacabadas. No inútiles, porque eso sería inmediato objeto de una reclamación, sino a falta de un par de detalles que no acaban de desencadenar la reacción virulenta del cliente, pero tampoco dejan la cosa niquelada para poder recepcionar la obra con alegría.

Un ejemplo: en una calle de Bruselas que ha estado en obras literalmente durante años, toda la maquinaria se ha retirado y han dejado la calle completamente asfaltada... excepto una franja de tres metros de largo y dos palmos de ancho que han cubierto con gravilla y tierra compactada. Cualquier vehículo que pasa por allí, por ejemplo, mi bicicleta, y yo sentado sobre ella, intenta evitar esa franja y pasar por el medio metro de calle correctamente asfaltada, pero no es sencillo, sobre todo si te cruzas con alguien que venga desde el otro lado ¿Les hubiera costado mucho asfaltar una superficie tan pequeña? No creo ¿Hay un plan detrás de esa acción, a primera vista, pérfida? Quiero pensar que sí y que la compañía eléctrica o vaya usted a saber quién tienen entre ceja y ceja renovar una instalación que pase precisamente por la franja inacabada y que, total, para eso no hace falta asfaltar. Pero no lo sé, ya han pasado unos cuantos meses desde que la franja quedó ahí, obligando a trabajar a las suspensiones de los vehículos que no tienen más remedio que pasar por ahí, y no se mueve nada.

Luego está la duración de las obras. Son eternas, y no entiendo por qué. Que seguro que hay que hacer las cosas bien, pero estamos hablando de reparar un puente o abrir una calle cortada. Esta peña trabaja como si la cosa no fuera con ellos, o como si no acabaran la obra hasta estar seguros de que tienen otra al día siguiente. Algún compañero polaco echa de menos la presencia de compatriotas (suyos), que, según él, acabarían con el "chantier" en un periquete. Se ve que es asunto de meter gente, y que las empresas constructoras belgas eso de meter gente, a la que hay que pagar, no lo ven demasiado claro. Yo veo la mano de los sindicatos por ahí, pero tampoco hay que excluir que sea la de la patronal, que tiene un tufo de cártel que apesta.

No sé qué pensar de todo esto, pero tengo la impresión de que no hay fin. En las casas privadas sí que lo hay, por la cuenta que trae a los obreros, pero las obras públicas son otra cosa y se suceden misteriosamente en una cadena de "chantiers" que sólo puedo atribuir a la ineptitud o a la connivencia de quienes están detrás de ellos. Vale, yo no tengo ni idea de estas cosas, fuera de algunas reformas que me ha tocado hacer en casa, pero algo pinta mal cuando pasan meses y más meses, y aquello sigue avanzando con una parsimonia inexplicable.

Pasa en los mejores municipios, como el mío, que se supone que es uno de los mejor gestionados de la región, fuera de las prédicas populistas de otros. Tres años, tres, les ha costado finalizar un camino semiforestal, el Crabbegat, donde, la verdad, fuera de cambiar adoquines de sitio, no tengo demasiado claro qué han terminado por hacer, y dónde estaba el peligro para el peatón que transitara por allá. Vale, puede que hubiera peligro para la conservación del propio camino, pero tres años es demasiado desde cualquier punto de vista.

Ahora, por fin, ya está abierto y, ya que he mencionado el Crabbegat, quizá no sea una mala idea recorrerlo, no de estranjis y esquivando vallas y, ejem, "chantiers", sino por las buenas, como un paseante cualquiera.

Eso será lo que haremos en una próxima entrada, pero hoy es un día muy especial y los oficios de Viernes Santo comienzan pronto, así que me toca salir de casa, que se me hace tarde.

lunes, 3 de abril de 2023

Obras son amores

Obras públicas... Dios mío, qué cruz.

Creo que pasa algo similar con la práctica totalidad de las ciudades grandes de este mundo, pero, en todo caso, es un fenómeno que alcanza su perfección en Bruselas, una ciudad con una infraestructura vetustilla que tuvo su auge por lo menos en el reinado de Leopoldo II (entonces era nueva) y que, como la edad no perdona, toca ir renovando como se puede. Y, efectivamente, es cosa de ver, por ejemplo, la infraestructura ferroviaria, para darse cuenta de que el material rodante, que es lo que más aprecia el viajero, necesitaría un rejuvenecimiento en forma de mandar al museo ferroviario los materiales más antiguos (porque habrá gente que querrá visitarlos) y sustituirlos por algo que nos recuerde que estamos en el siglo XXI.

La infraestructura viaria y las mismas viviendas también pasaron por su mejor momento hace varias décadas. Las autoridades de Bruselas, en su día, pergeñaron una red de túneles que supongo que ha venido muy bien, no sé si para evitar los atascos de tráfico (a la vista está que no), sino al menos para que todo el mundo se comprara un coche y conseguiera de esta manera aprovechar los túneles. Los atascos los tienes igual, pero así puedes tragar más coches de lo que podrías sin túneles.

Pasar por algunos de esos túneles da un poco de yuyu. El conductor no suele fijarse en los detalles del túnel que le acoge, sino sólo en el vehículo que le precede y, si ha tenido que frenar bruscamente, quizá en el que le sigue. Únicamente se fija en el túnel cuando se encuentra atascado y no tiene absolutamente otra cosa que hacer. Como los atascos en los túneles están a la orden del día, uno se encuentra con la cruda realidad en forma de humedad, goteras, barras de hierro que sobresalen, vigas podridas y todo tipo de imperfecciones, por ser suaves, que amenazan con que el tinglado se venga abajo, atrapando debajo a quien haga falta. Y sí, hay todo un plan de renovación de túneles, que avanza muy lentamente y que puede dejar inutilizada una vía de comunicación durante meses.

Así, Bruselas está bloqueada con una frecuencia insólita, para felicidad de las empresas de construcción de la región y aledaños, que cuenta con un cliente ahíto de servicios y más servicios, un volumen inagotable de trabajos para repartir y la garantía de que exprimirá al contribuyente lo que sea necesario para pagar a sus proveedores. No me consta, como pasaba en España, que el puesto de concejal de obras públicas sea el lugar para hacerse rico, pero no sería de extrañar, a la luz de las puertas giratorias y todo tipo de influencias más o menos toleradas, que dichas facultades, si no para forrarse, sí que sirvan para dejarle a uno la vida razonablemente resuelta en forma de trabajo en cuanto los votantes, caprichosos ellos, decidan que el puesto en lo sucesivo lo va a ocupar otro.

Luego están las ecolo-obras. La mayoría del gobierno de la región de Bruselas, que coexiste con los ayuntamientos de los diecinueve municipios que la componen y entre los cuales no hay la menor separación física, porque todo es zona urbana, está compuesta por una coalición entre sociatas y ecologistas. De hecho, los ecologistas tuvieron un éxito resonante en las últimas elecciones regionales y municipales y se han colado en buena parte de los ayuntamientos de la región, además de en el gobierno de la región misma. Y ya se sabe que la prioridad de un ecologista, al menos en materia de obras públicas, que es de lo que se trata aquí, consiste en jorobar a los conductores de automóviles y en construir carriles-bici. No seré yo quien se quejé de lo segundo, puesto que yo mismo me suelo desplazar en bicicleta y no conduzco mi coche más que de uvas a peras, pero el caso es que eso lleva a una de las palabras más temidas para el ciudadano ajeno al negocio de la construcción. Y esa palabra es chantier.

Esa palabra no es fácilmente traducible al castellano, por la riqueza semántica que atesora, y quizá también por los nervios que produce en quien le toca enfrentarse a ella. Habrá que dedicarle una entrada específica, pero no será ésta, porque podría quedar larguísima. Y se haría tarde.