Como ya dijimos, el enchufe de Godofredo III con el emperador dio sus frutos, y en 1183 su hijo se vio favorecido con el título de duque (Herzog, en alemán). Como era propio de la época, se pasó buena parte de su vida dándose de tortas por los alrededores de sus amplios dominios, pero también por Tierra Santa, donde estuvo un par de años conduciendo una expedición que llegó a conquistar Sidón. No es de extrañar que se le apodara el Valiente.
En 1235, cuando murió, curiosamente de muerte natural, no de heridas de ninguna guerra, le sucedió su hijo Enrique II, que fue bastante menos peleón que su padre y se dedicó a administrar sus tierras y en dejarse de excesivas querellas. La verdad es que eran otros tiempos, en los que no diría yo que la infancia de nuestro Enrique II fuera muy afortunada. Su padre lo debía tener más o menos como moneda de cambio, y así, nada más nació, en 1207, ya le buscó novia. Qué digo novia, le buscó prometida, en la persona de una niña de seis años, María de Hohenstaufen, hija de Felipe de Suavia, rey de romanos y uno de los candidatos a convertirse en emperador, como hijo de Federico Barbarroja que era. Hasta que pudieron casarse, Enrique I estuvo dando a su hijo como rehén a sus distintos adversarios, así que igual no pasaron mucho tiempo juntos.
Finalmente, Enrique y María se casaron en 1215. La novia tenía catorce años, pero es que el novio tenía ocho, justito el uso de razón; ahora bien, lo de la capacidad reproductora como que todavía le venía escasa. Sea como fuere, tuvieron bastantes hijos, la primera niña ya en 1224, a los diecisiete años de él, que ya tiene un pasar. Pero, en 1235, muy poco antes de convertirse en duque de Brabante, Enrique II se quedó viudo. A los 28 años, aunque fueran los de entonces, uno todavía tiene bríos, así que se casó, en 1240, con Sofía de Turingia, un pibón de dieciséis años, con un potencial hereditario muy grande y un tío muy ambicioso que le quería levantar el marquesado de Turingia que le correspondía. Y, por cierto, hija de una santa, Santa Isabel de Hungría. La imagen de ahí arriba se supone que representa su boda.
En 1248 falleció Enrique II, dejando bastantes hijos de su primer matrimonio, uno de los cuales, Enrique III, le sucedió en el ducado de Brabante, mientras su viuda se dedicaba a pelearse con su tío por la herencia que le iba a dejar al hijo varón que tuvo con Enrique II y que también se llamaba Enrique. Se ve que en el Brabante de esta época los padres tenían serios problemas con la originalidad a la hora de poner nombres a los hijos.
Pero las guerras por el control de Turingia son otra historia, y no tienen nada que ver con Bruselas y sus mandamases. Así que volvamos a Enrique III, que se convirtió en duque de Brabante en 1248. Un tipo interesante, este Enrique III, que gobernó el ducado de Brabante hasta que murió en 1261 y que le tocó lidiar con el principio de uno de los períodos más confusos de la Edad Media: el Gran Interregno que se produjo en el Sacro Imperio a partir de 1250, con la muerte del emperador Federico II, y que no se resolvió hasta 1274.
Pero eso, seguramente, será cuestión de la siguiente entrada de esta serie, que parecía que no iba a ser nada del otro mundo, y ya va durando la cosa, ya...
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