Hay gente muy contumaz en este mundo y, al formar Bélgica parte de este mundo, es evidente que hay gente contumaz en Bélgica. La hay entre los arquitectos, sí, que desde la década de 1960 han convertido Bruselas en un campo de experimentación a costa de lo que debió de ser esta ciudad en el período de entreguerras. Ni los alemanes le hicieron tanto daño a esta villa como los arquitectos de la postguerra y, así, no es de extrañar que varios de ellos, incapaces de reconocer el desaguisado que han perpetrado, tratan, no sólo de justificar sus acciones, sino de hacerlas pasar por el no va más y el colmo de los colmos. Y la gente se lo cree, claro.
Hablábamos el otro día de San Marcos, un templo al ralentí que está en marcha no más de un día por semana, y que ya dijimos que es un ejemplo como hay pocos de destarifo y despilfarro. La foto que ilustra dicha entrada la pude haber sacado yo mismo con mi mecanismo, pero lo cierto es que voy a confesarme de algo, y es de que la obtuve de una
página web muy recomendable en lo suyo, que es reivindicar las transformaciones arquitectónicas de la Bruselas de los años cincuenta a setenta del siglo pasado. Pero en mi descarga está que ellos también la obtuvieron de otro sitio. Si el fotógrafo ve esto, que levante la mano, e iré yo mismo a San Marcos a obtener una foto parecida y retirar ésa.
Supongo que es cuestión de gustos, y el mío es muy diferente al del autor, pero de eso ya escribiré en otra ocasión, porque no faltarán ocasiones para ello. Lo que me llama la atención son las ganas de los responsables eclesiásticos de esos mismos años de lanzarse a hacer el canelo edificando templos a cual más feo. Que sí, que a Dios se le puede adorar en muchísimos sitios, también en los feos, y no hay hoy quien construya una catedral gótica, o neogótica, pero una cosa es eso y otra es construir adefesios de atractivo más que dudoso.
En la página en cuestión se encuentran ejemplos de libro de lo dicho, por ejemplo, la imagen que ilustra este texto y que corresponde al templo de Nuestra Señora de Stokkel. Con cierto orgullo, los autores de la página antedicha hacen notar que, de no ser por la cruz de hormigón que culmina la obra, el edificio podría pasar por un pabellón de deportes, cosa ciertísima, pero no acabo yo de ver dónde está el orgullo en tal desaguisado. Además, el desaguisado es aún peor, porque el resultado final no tuvo mucho que ver con el proyecto inicial, que se corresponde con la maqueta de ahí abajo.
El proyecto no puedo realizarse porque el ingeniero se equivocó en sus cálculos, así que los arquitectos (René Aerts y Paul Ramon) debieron aligerar algo la construcción y cualquiera diría que, efectivamente, copiaron los planos de un palacio de deportes que hubieran diseñado en algún momento (creo haber entrado en alguno sospechosamente parecido). El proyecto, si se quiere, tenía un pasar; el templo final es difícil de tragar salvo para alguien con unos criterios estéticos poco corrientes entre el pueblo fiel.
De todo esto, sin embargo, lo que me admira es la paciencia de los responsables del arzobispado, tragando con todas estas cosas. La concepción del edificio se remonta a 1957 y la construcción se realizó entre 1962 y 1967. En aquel entonces, la Iglesia Católica en Bélgica no estaba todavía en la calamitosa situación a la que hoy se ve reducida, sino que tenía una fuerza apreciable, así que sólo puedo concluir que había gente con mando en plaza a la que realmente le gustaban engendros como el de la foto.
San Marcos no es un caso tan extremo, pero, ¡leches!, ¿eso atrae a alguien? No sé, hace pocos días estuve charlando por teléfono con un sacerdote, a quien me quejaba, igual que lo hago aquí, de que los templos están cerrados.
- Mire, padre -decía yo-, cerca de mi casa está San Marcos, pero está completamente cerrado.
- Ah, San Marcos, un templo muy... bonito.
- Bonito... bueno, eso es opinable.
- Pero al menos es grande.
- Eso sí que lo tiene.
Y grande es un rato, sí. Tanto, que al reducirse la feligresía, y para que no luciera vacío, los distintos encargados de la cura de almas decidieron reducir oficios, en lugar de luchar por aumentar el número de fieles, y así se ha llegado a la situación actual, en que San Marcos se abre los domingos por la mañana, y pare usted de contar. Y, en estos tiempos de confinamiento
light, ni siquiera eso. Quién iba a pensar que se llegaría a esto en 1970, cuando se terminó de construir.
La frase
La belleza nos salvará llega a nosotros, desde el clasicismo griego, a través de Dostoyevsky, que la puso en boca del príncipe Myshkin, protagonista de
El idiota, novela que no está entre sus obras más conocidas, pero que merece una leída. Uno de los que la ha citado en este siglo, en 2002, ha sido el entonces cardenal Ratzinger, más conocido a partir del año siguiente como Benedicto XVI. Efectivamente, el arte cristiano se encuentra ante una encrucijada. Sí, la belleza se encuentra en la verdad y el amor, y no siempre en la belleza física, pero eso no significa que debamos aplaudir ese culto al feísmo que tanto se extendió en los años que giraron en torno a esta época. Y que, me temo, los responsables de aquello persisten en jalear, siquiera sea para no reconocer que algo de lo han hecho haya sido un error.
En fin, tras haberme desahogado un rato, y haber rebuscado entre fotos de iglesias a cual más desesperantes, he de reconocer que San Marcos no es el peor ejemplo ni mucho menos, pero, donde esté una iglesia con planta en cruz e imaginería clásica, como las que todavía hay en cualquier pueblo, no debería haber sitio para edificios que más parecen edificados para ufanar a los arquitectos que los concibieron que para gloria de Dios.
Pero, para gloria de Dios, tenemos esta noche, así que, adelantándome unas pocas horas, ¡feliz Pascua florida!