Es absolutamente lamentable, pero me veo obligado a abandonar la serie optimista de cosas buenas que tiene Bélgica y a pasar a la tónica habitual de esta bitácora y a fruncir el ceño ante las cosas que se ven por este país que me acoge.
Toda esta semana en que estamos la he pasado en el extranjero. El extranjero con respecto a Bélgica, se entiende. Vamos, que he estado un par de días en Estrasburgo, que está en Francia, mal que le pese a los irredentistas alemanes, y ahora mismo vengo de Luxemburgo, que hasta hoy, y por la razón que sea, es un país independiente. Sí, ya sé que Luxemburgo es conocido hoy en España por la sentencia que ha convertido al señor Junqueras en diputado europeo, y de la que escribiría más si la hubiera leído, pero el caso es que es ahí donde he pasado la última noche, más ocupado en descansar del trajín que llevaba encima que de disfrutar de la ciudad de Luxemburgo, que por cierto tiene muchas cosas que valen la pena.
La noticia en Francia era la huelga. Yo, en Estrasburgo, la verdad es que no he notado nada, porque a ver quién es el insensato que deja de trabajar en pleno marché de Noël, con los ingresos que eso deja. Si acaso, lo que he notado es que había mucha menos gente que otros años, y en particular, mucha menos gente que el año pasado, en que un sarraceno tarado decidió por su cuenta y riesgo irse a reunir con Mahoma por la vía rápida.
Supongo que, en previsión de que otros de su misma especie pudieran seguir su ejemplo, el pueblo ha resuelto retraerse del mercadillo de Navidad, por si las moscas. Pero los comercios, restaurantes, puestecillos y hoteles estaban todos abiertos a pleno gas, en abierta actitud esquirola y a despecho de que Macron aumente la edad de la jubilación. Si hay indignados por eso, y no digo que no, el nivel de indignación estaba debajo de los registros precisos para ponerse en huelga.
En todo caso, las huelgas en Francia son algo civilizado. Los convocantes hacen saber a la autoridad gubernativa su intención de llevar a cabo los paros, y luego hay unos servicios mínimos, y unas manifestaciones debidamente autorizadas. Ah, y todo eso se sabe con antelación.
En Bélgica, no.
En Bélgica, por lo visto, hay un mecanismo que es igual que la huelga, en el sentido de que el trabajador no cumple con sus deberes, y obviamente no cobra, o sea, igual que en la huelga. Pero, diría yo que para rendir tributo a la improvisación local, no se llama huelga, sino, ojo al dato, interrupción espontánea del trabajo. Ya me tocó sufrirlo el año pasado con motivo de la bromita que nos gastaron los trabajadores de tierra del aeropuerto de Zaventem, pero aquello fue una aventura bastante complicada, que terminó con un desplazamiento accidentado y retrasado que seguramente contaré otro día cuando tenga aún más motivos de queja contra Vueling, esa compañía con los precios de una línea normal y los servicios de una de bajo coste.
Hoy, los que están de huelga son los ferroviarios. Claro, una huelga general de varios días en Francia, aunque sólo la siga el sector público, es noticia en los periódicos de todo el mundo, y oscurece cualquier conflicto laboral, y no digamos si tiene lugar en el paisito del Norte. Quizá sea por eso que, al planear el viaje, no había previsto el contratiempo. El resultado es que he tenido que adelantar un par de horas mi retorno, ante el riesgo de pasar la noche en Luxemburgo (o en Arlon, lo que es bastante peor), porque los trenes se iban tachando de los paneles a ojos vista.
Para ser justos, esta huelga no es salvaje. Ha tenido preaviso y hasta servicios mínimos. Tres días completos antes del inicio de la huelga, los trabajadores deben indicar si desean seguirla, lo cual ya es bastante más de lo que ocurriría en España. Si hay demasiados trabajadores en huelga y no se pueden garantizar los servicios mínimos, entonces la SNCB, que tal es el nombre de la compañía belga de ferrocarriles, debe apañarse como mejor le parezca. En este caso da la impresión de que no ha sido necesario, y la mejor prueba de ello es que estoy en un tren que circula sin mayor novedad y que dentro de un rato me debería dejar en Bruselas para continuar con nuevas aventuras.
Pero de ésas tocará escribir otro día. Seguro que serán chulas, porque, como ya estamos descubriendo, Bélgica tiene muchas cosas buenas, ¿verdad?
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