Con eso del invierno tan benigno que hemos tenido, y como ha llovido muy poco, dicen que los niveles de contaminación están por las nubes en Europa Occidental. En París han implantado, por lo que dicen, un sistema por el que ruedan en días alternos los coches con matrícula par o impar, y en Bruselas, aquí mismito, se lo están pensando, porque aquí también la contaminación parece que está desbocada.
A todo esto, nos hemos hecho con un medidor bastante correcto: el coche.
En dos meses y pico que lo tenemos, aparcado en la calle, es verdad que ha pillado algo de polvo, pero, en general, está impecable.
En cambio, en Moscú, el coche lo teníamos en un garaje bien resguardado. Si lo dejábamos aparcado a la intemperie, no ya dos meses, sino dos días, pillaba un dedo de polvo, o lo que fuera que acabara posándose sobre la carrocería, y había que lavarlo cada dos por tres.
Sin embargo, en todo el tiempo que pasamos allí, jamás oí que los niveles de contaminación pasaran de un nivel ni medio preocupante. Jamás.
Bueno, una vez. En dos entradas. El resto del tiempo, todo iba bien.
Conflicto Rusia-Ucrania. Actualización mes de octubre
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