Sinopsis: He sido designado para montar un desfile de moda tiranistaní en tres semanas, con la ayuda de un funcionario tiranio un pelín pusilánime, un italiano ensoberbecido y un par de altos funcionarios tiranios tocapelotas. De esta serie ya hemos visto unos cuantos antecedentes, que son éstos: I, II, III y IV.
Para los que no sepan como funcionan las aduanas rusas, afortunadamente cada vez menos, deberían dar un repaso a alguna entrada en la que se glosó el tema. Mi favorita es ésta (de hecho, quizá sea mi entrada favorita en toda la bitácora), pero, para un tratamiento completo, es buena idea mirar aquí. Con estos antecedentes, el marrón que me había caído era descomunal.
El transportista que se ocupaba del asunto era un viejo conocido, al que vamos a llamar Jiménez. Unos años antes, cuando un servidor era muy inexperto y no tenía ni idea de aduanas rusas, metí la pata estrepitosamente en un transporte del que él era responsable y nos metí a los dos en un lío del que salimos por los pelos y de mala manera. Entretanto, los dos nos habíamos curtido algo más en tratos con la aduana rusa, pero la verdad es que el bueno de Jiménez no tenía ningún motivo para confiar en mi buen hacer, a la vista de los antecedentes con los que me presentaba.
Sea como fuere, Jiménez estaría en el aeropuerto de Sheremetyevo con los trajes tiranios el domingo por la mañana, y ya era viernes. Urgía hablar con él por teléfono.
- ¿Jiménez?
- Soy yo ¿Quién me llama?
- Soy Von Buchweizen.
- ¡Hombreee! ¡Von Buchweizen! ¿Y cómo le va por Moscú?
Jiménez era lo suficientemente delicado para no recordar expresamente el asuntillo aquél que nos puso por primera vez en contacto y en el que la pifié... pero seguro que pensaba en ello cada vez que oía mi nombre.
- Bien, bien. Estoy en la organización del desfile de moda de los tiranios, y me han dicho que usted va a encargarse de hacer llegar los trajes.
- Me lo dijeron ayer, y tuve que decir que sí ¡Pero es una barbaridad! ¡No puedo hacer una exportación con tan poco tiempo! Y mi agente de aduanas me ha dicho que tampoco me puede ayudar, porque no tiene licencia para eso.
- ¿Entonces? ¿Cómo lo quiere hacer?
- La única opción que veo es el cuaderno ATA.
No me quiero meter en líos técnicos, pero el cuaderno ATA es un procedimiento para importaciones temporales de elementos muy concretos, como joyas, por un período corto, normalmente para exposiciones o ferias, prestando una garantía que luego se devolvía. En principio, admisible, salvo por la pega de que en aquel tiempo jamás funcionaba bien con Rusia. Rusia se había adherido a la convención hacía poco, y el Comité Estatal de Aduanas (que entonces se llamaba así) dictó un reglamento interno de admisión de los cuadernos ATA que introducía requisitos adicionales a los exigidos en la convención. El más famoso era exigir sellos del organismo garante, en esté caso la Cámara Tirania de Comercio, en todas las páginas del cuaderno: como la Cámara Tirania (ni ninguna otra) no conocían ese requisito interno ruso, nunca ponían esos sellos, entre otros requisitos, y el resultado al llegar a Rusia era graciosísimo... excepto para el pobre que de buena fe y creyendo estar en regla (¡y estándolo!), se encontraba con el "Niet!" del aduanero y, las más de las veces, con la confiscación de la mercancía hasta la salida del país.
- ¿El... cuaderno ATA?
- Pues a ver cómo lo hago. Bueno, de hecho ya lo tengo. He puesto a trabajar y a traducir a toda la empresa y aquí lo tengo, que ya es viernes.
- En fin. Vamos a ver si lo conseguimos. El domingo le estaré esperando en la aduana.
- ¿Viene usted?
- En persona.
Jiménez se calló un momento, y yo no tuve ninguna duda de cuáles eran sus pensamientos.
- Bueno, pues hasta pasado mañana, entonces.
La cosa pintaba fatal. Si ya los trámites aduaneros en Rusia son la repera, aquello iba a ser la recontrarepera. Me paseé nerviosamente cinco minutos por el despacho buscando una manera de salir del atolladero, y finalmente salí corriendo hacia la Embajada de Tiranistán. Le di un ultimátum al administrador y conseguí salir de allí con un sello oficial, papel en blanco con el membrete del lugar y, por si acaso, con una carta que había redactado en ruso explicando el caso y firmada por el Embajador tiranio. Si había suerte, serviría para algo; si no la había, la carta estaba escrita en un papel demasiado áspero como para reutilizarlo en el wáter de la aduana del aeropuerto. Lo que seguro que iba a acabar allí era el cuaderno ATA.
Me fui a casa. Era viernes por la tarde, y los viernes por la tarde en Rusia es difícil hacer nada de utilidad a partir de cierta hora. Y se me había hecho tarde. Como ahora mismo.
Conflicto Rusia-Ucrania. Actualización mes de octubre
-
"Cuánta gente apoya la guerra, y cuántos están en contra? Si bien existen
investigaciones de opinión pública no son confiables porque mucha gente
teme re...
Hace 1 mes