De vuelta por Madrid, después del breve paso por Cuenca, resultó que el hotel se columpió con nosotros cosa mala. Baja uno a desayunar, y se encuentra con una cola del quince. Son las siete y veinte de la mañana, nuestro autobús salía a las ocho, y tardo quince minutos, quince, en acceder a la sala. El resultado es que lo que hubiera debido ser un desayuno tranquilo, con un cuarto de hora largo para nutrirse tranquilamente, se convierte en una carrera de obstáculos, que se complica cuando, por las prisas y por un codazo involuntario de un japonés con tanta prisa como yo, me tiro medio vaso de zumo de naranja por encima de la ropa y tengo que perder cinco minutos suplementarios en cambiarme de ropa (y veinte euros suplementarios que me cobró la lavandería del hotel por dejarme la ropa como antes de mancharla).
Como no sé por qué capricho el personal del hotel no abrió la sala que tenía al lado mismo de la sala de desayunos y que hubiera deshecho la cola como un azucarillo, me cabreé con el hotel y decidí que la cosa no se quedaría así. Durante todo el día estuve intentando soliviantar a mis compañeros rusos de grupo para que presentaran una reclamación, como yo mismo pensaba hacer, para darle más fuerza.
El resultado de mis intentos de encender a las masas fue bastante lamentable.
- Voy a presentar una reclamación por lo que ha pasado esta mañana con el desayuno ¿Por qué no presentan ustedes una también?
Las rusas me miraban como si fuera un extraterrestre.
- Eso no sirve para nada. Igual que en Rusia. - decían ellas.
- Que sí. Que sí que sirve. - decía yo.
Una de las rusas, por lo demás muy maja, emitió unas risitas, no sé si de simpatía o de conmiseración.
- ¿Va usted a reclamar? ¡Qué mono!
- Tampoco ha sido para tanto. Total, un cuartito de hora - intervino otra.
- ¿Y por qué va a reclamar? - preguntó una tercera.
- ¿Y servirá para algo? Yo creo que no.
Lamentablemente, la muestra de rusas era lo suficientemente significativa, lo cual da pie a una reflexión, y es que uno de los motivos por los que las cosas en Rusia, sobre todo en materia de servicio, vayan tan sumamente mal es que la gente se conforma con cualquier cosa. Es posible que los rusos se quejen, pero lo hacen mal y en la intimidad, como Aznar hablando catalán, y nunca toman el bolígrafo después de que les traten de pena con ánimo que no dejar títere con cabeza allí donde los desprecian. Y, con ello, la consecuencia es lógica: los dueños de los servicios saben que disponen de impunidad poco menos que garantizada y siguen tal cual, tocando las narices al personal por pura antipatía. Y es verdad que las cosas han mejorado, pero ha sido por la competencia, no por que el ruso medio se haya puesto gallito.
Por la tarde, a la vuelta al hotel, fui a recepción ya con la sangre fría que da el haber pasado varias horas desde el suceso, y dije que quería poner una reclamación.
En España, poner una reclamación en un hotel debe ser chungo para el establecimiento. Lo digo porque lo he intentado hacer dos veces, y en las dos el gerente salió disparado de donde estuviera y movió cielo y tierra para que no lo hiciera. La primera vez lo que me habían hecho tenía remedio y el hotel lo remedió. En esta ocasión, aunque el gerente me ofreció compensarme, yo no vi cómo podía hacerlo y le dije que ya tardaba en pasarme la hoja de reclamación. Lo hizo, rellené la reclamación, se la di para que rellenara su parte y me pasara copia, y me dijo que me la llevarían a mi habitación.
Pasaron dos cosas. Mejor dicho, una, y fue que en el resto de mi estancia en el hotel las colas para el desayuno desaparecieron como por ensalmo, así que para algo sí que sirve reclamar. La segunda cosa no pasó, porque de la copia de mi reclamación nunca más se supo. Ante la fuerte sospecha de que mi reclamación haya desaparecido, creo que en la Consejería de Consumo, o como se llame, de la Comunidad de Madrid van a tener noticias mías.
Pero lo importante es que en España, al menos, hay un sistema para reclamar. Los españoles somos también muy perezosos para hacerlo, y hacemos mal, porque las cosas funcionan mejor cuando se protesta ante las pifias. Los rusos no es que sean perezosos, sino que pedir el libro de reclamaciones es algo que está totalmente fuera de sus planteamientos vitales. Y así nos va en Rusia en nivel de servicio, en administración pública, y en tantas otras cosas que más parecen pensadas para martirizar cristianos que para servir al público.
¿Acaso no se puede reclamar en Rusia? Yes, we can, y de hecho me vienen a la cabeza sucesos del pasado muy divertidos. Pero ésa es otra historia, y le tocará a otra entrada, aunque, la que la cuenta realmente bien, es Alfina.
P.S.: Entretanto, el Levante ha perdido el liderato de primera división, pero ahora viene la fase en que Fadrique deja de ser iracundo para convertirse en blasonador, y no sé muy bien qué fase es peor, así que creo que me quedaré por España unos días más hasta que la granotera deje de estar en posiciones de Champions League. Jo, con lo tranquilos que estábamos en segunda B.
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Hace 1 mes
5 comentarios:
Amigo Alfor, admiro la forma en que se puede hacer un reclamo en España. En mi país a pesar de tener una entidad que se llama Defensoría del Consumidor, no es tan efectiva como lo veo que es en España. El otro día en el supermercado a la hora de pagar frente al cajero, y pasar las compras por la banda, la bolsa plástica que contenía el azucar tenía un hoyo diminuto pero que fácilmente dejaba escapar su contenido. Yo no me fijé al momento de tomarla del estante y el cajero al percatarse que yo la puse a un lado pues no iba a pagar un producto defectuoso, habló con un vigilante y luego con el gerente de la tienda esperando que yo la pagara. Siendo mi esposa española, y ya cabreada pues le dijo: 'Si nos cobra el azúcar pues la pagamos, pero devolvemos todos los demás comprados'. Y de esta forma nos libramos de comprar un producto defectuoso... pero que yo hiciera un reclamo y me lo escucharan... parecemos Rusia en este aspecto. cordial saludo
¿Qué más se puede agregar a lo dicho por el anterior comentarista?
Que "quien no llora, no mama", tan simple como eso. De lo que viene una lógica reflexión: quién no quiere mamar, difícilmente vaya a llorar:)
Claro que el de las rusas no es el caso... Ahí es bien genética la cosa. Ellas saben que nunca valió la pena llorar para mamar. Allí, según la Historia, el que quiso mamar, mamó por fuerza...
Lo que sigue interesante es el tema del ruso, al que le jode todo lo que no sea ruso...(o malinterpreto?)
Ernestín, es que hay que quejarse. Muchas veces saldrá mal, pero cada vez esas veces serán menos.
უფლისციხე, bienvenido de vuelta. En cuanto al ruso, lo que le joroba no es todo lo que no sea ruso, sino todo lo que no sea él. Sólo él sabe lo que hay que hacer.
Gracias Alfor!
Así que muy egocéntrico el rusito??
Me huele a moscovita...:)
Moscovita es, ni más ni menos.
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