Los trámites para la devolución del IVA en el aeropuerto de Barajas es algo que los españoles que vivimos en el extranjero remoto (es decir, fuera de la UE) conocemos bien. Uno llega al aeropuerto y lo primero que tiene que hacer es no facturar. En la T-4, el garito de la Guardia Civil está después de los mostradores de facturación. Nunca me ha pasado, pero el guardia del puesto puede perfectamente solicitar que le enseñes el objeto que has comprado y que te llevas fuera del territorio de aplicación del IVA. Si has facturado, se siente.
Como en mi grupo, cada una de las participantes iba en vuelos diferentes, yo me quedé con las que volvían, como yo mismo, a Moscú. Eran siete personas, todas mujeres, y cuatro de ellas, que no era la primera vez que pisaban España, habían tomado la precaución de pedir a El Corte Inglés (quién si no) que les hicieran las facturillas especiales del tax-free. Otras tres debían ser relativamente nuevas en el ajo, o habían comprado a saber dónde, y la última había sido más comedida y no había comprado nada que superara en su conjunto los noventa euros a partir de los cuales ya se puede pedir la devolución.
Les enseñé la ventanilla a las cuatro que venían conmigo, me quedé con sus maletas, procurando que el guardia civil viera que las teníamos, y a éste, que venía de explicarle prolijamente a un turista despistado que sólo con el tique de compra a pelo no le podía sellar nada, se le vio aliviado cuando vio que sus siguientes cuatro clientes hablaban un español más que decentillo y lo tenían todo en orden. Ni siquiera se molestó en comprobar más que el pasaporte y lo selló todo.
Tras facturar, pasar la m**rd* de control de seguridad que tienen allí y llegar a la terminal satélite, les llevé al puesto donde les darían el dinero. Aquí ya comencé a darme cuenta de que estaba ante un caso tirando a especial y manirroto. Yo, cuando voy a España y compro algo, suelen ser cosas como material informático (esos teclados con la eñe que no se encuentran por otros sitios), y quizá algo de ropa y calzado, que en Rusia va muchísimo más caro. Y ya está. Teniendo en cuenta que al final lo que te devuelven viene a ser, en los mejores días, el 10% de lo que pagaste, lejos del 18% que es el tipo del IVA español, y que el reciente incremento del IVA en dos puntos ha ido a parar directamente a la entidad gestora y rapiñadora, pues como que tampoco estoy muy entusiasmado. Normalmente voy buscando mucho más precios baratos que comercios con la pegatina del tax-free.
El caso es que, cuando lo he hecho, me he llevado unos treinta euros los días de más éxito. Mis compañeras de viaje, en cambio, parecía que hubieran cambiado su ajuar entero, Dios mío. La que menos salió de la caja con ochenta euros, y la que más supero muy holgadamente los cien. En El Corte Inglés deben estar llorando de pena por el viaje de retorno de semejantes clientes. Un poco más e Isidoro Álvarez las cita en el informe anual.
¿Qué es lo que hacen cuatro rusas en un aeropuerto con pasta fresca en su bolsillo y hora y media por delante antes del embarque de su vuelo? Síiiiiii, eso precisamente, saquear las tiendas. Yo las acompañé por pura curiosidad y porque, tal y como veía el percal, me temía que alguna pereciera bajo el peso y el volumen de los bultos que tenía y que no hacían sino aumentar.
De paso, ya tengo una idea de lo que compran las rusas en los duty-free. Éstas no fumaban, a Dios gracias, y además conocían bastante bien España. Compraron turrón en cantidades enormes. Yo espero llegar a tiempo de comprarlo en Mercadona por cuatro chavos, porque ocho euros por tableta por un turrón industrial, y eso que se supone que viene sin impuestos, es una faltada de narices. Compraron jerez y coñac para aburrir, y una tuvo un antojo y se compró chocolate. Ya dije en la primera entrada de la serie que lo suyo era el dulce, y su volumen lo testificaba.
Claro, a la salida de la tienda hubieran hecho falta un par de porteadores de safari para llevar todo aquello. Me hice con un carrito del aeropuerto y, mal que bien, pudimos llegar a la puerta de embarque. Iberia, siempre tan cariñosa con el vuelo de Moscú, no sólo obliga a los pasajeros a pasar cinco horas en un asiento tan parecido a un zulo que no falta sino que las azafatas vayan con pasamontañas y boina negra por el avión, repartiendo el Zutabe y el Gara en lugar del ABC y El País; no, Iberia, además, pone el avión en el último rincón del aeropuerto, lo más lejos posible, como para que los pasajeros vayamos haciendo camino a Moscú.
Al final, pues, llegamos a la puerta de embarque y mis compañeras lograron agarrar todas las bolsas que llevaban y que las tapaban casi por completo. Como yo me senté más bien hacia delante, y ellas iban en la parte trasera, no vi cómo consiguieron colocar tanto bulto en los estantes superiores, pero tuvo que ser digno de verse.
Y con esto termina la serie del viaje, mucho más tranquilo que en otras ocasiones en que los participantes eran todos hombres y alguno con tendencias muy marcadas hacia el levantamiento de vidrio. Pero ya tocaba volver a Moscú, donde siguen pasando cosas.
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