Me dirigí hacia el restaurante con algo de desconfianza. Atravesé la puerta, y una sonriente camarera me recibió.
- ¿Tienen sitio para uno?
- Sí, quiere el buffet libre, ¿no?
- ¿No tienen carta?
Me miró de arriba abajo. Yo no sé qué pasa, pero todos los guiris turistas deben ir al buffet libre a ponerse morados. Pero, claro, yo iba de investigación, y aunque no iba vestido de ruso ricachón, tampoco es como para presuponer tan descaradamente que soy un don Nadie. Lo seré, vale, pero tampoco es eso.
- Sí... Tenemos carta.
- ¿Y tienen tortilla de patatas?
- A veeeer... ¿es esto?
Asentí.
- Sí, sí que hay.
- Pues vamos.
El restaurante es, como muchos restaurantes rusos, un lugar lóbrego reñido con la luz, con muchos posters de sevillanas y donde sonaba música ¿española? Hombre, si eres muy imperialista, puedes decir que "La cucaracha" y "Los ojos negros", y hasta "La chica de Ipanema", son españolas. Por decir...
En fin, que con la música hubo suerte. No estaba muy alta, y no era Julio Iglesias, a quien, por cierto, me pusieron al día siguiente en un restaurante italiano. No somos nadie, Nathalie.
La camarera me acompañó a un rinconcillo, me dio una carta y yo me puse a examinarla. Se veía la intención didáctica en la primera página, con preguntas tales como "¿Sabe usted lo que es el chorizo?". Luego venía una serie de sangrías de distintos tipos. Sangría con burbujas. Sangría ¡blanca! Pero, ¿sabrá el que escribió eso lo que significa la palabra? Vale, prescindimos de la sangría.
Los entremeses, por suerte, eran normales, quesos, tapas de lata, jamón y embutidos (sí, chorizo también). Luego tenían unos menús, unos platos principales que revelaban una inclinación de la carta hacia la cocina catalana, lo cual me parece estupendo, porque la cocina catalana está muy bien. Y algo después, pasé mi vista por la parte de platos para dos y me detuve, aterrado, en la página que ilustra esta entrada.
"¡Ay, madre! ¡Ay, madre! ¡Ay, madre! ¡Que me da, que me da y que me da!"
El hereje despiadado del cocinero, muestra de estulticia y representante de la peor leyenda negra antiespañola, había osado titular la receta, pasmémonos: "Paella de valencia (sí, con minúscula, ese cafre no sabe ni qué es Valencia) para dos personas", con los siguientes ingredientes. Atención al despropósito.
Chorizo (nooooooooo...)
Gambas (Dios mío, ¿por qué me toca a mí ver esto?)
Pollo (Bueno, algo es algo)
Aros de calamar (A esta alturas ya le puede echar gasolina, si quiere)
Cebolla marinada (¡Qué asco!)
Brotes (sea de lo que sea, no toca)
Alioli (En el arroz a banda, sí, pero, ¿en la paella?)
Arroz (¡Hombreeeeee! ¡Casi se nos olvida!)
Cuarenta euros costaba el sacrilegio disfrazado de paella. Estaba yo tan enfadado que, de haber aparecido Fadrique, lo hubiera pasado mal él. Llamé a la camarera.
- ¿De dónde es el cocinero? ¿Español?
- ¿Español? Pues... no.
- ¿Entonces de dónde es?
- Verá... es finlandés.
- Eso no le da derecho a meter una paella de valencia como esta... cosa en el menú.
- ¿No se hace así?
- Jamás de los jamases. Llámelo paella, si quiere y lo hace en una paella, y que le siente mal a quien no la conozca. Nunca le puede meter chorizo ni la mitad de las cosas que hay aquí.
- Ah... ¿seguro?
- Soy de Valencia, que es una ciudad y se escribe con mayúscula.
- Aaahhh...
Pedí tortilla de patatas. Estaba comestible, pero con muy poca cebolla, poco huevo y mucha patata, como si el cocinero mirara la peseta y no estuviera por el gasto excesivo.
De postre pedí crema catalana, y por fin voy a poder decir algo bueno del establecimiento, porque al cocinero le quedó brutal. De lo mejorcito que he comido nunca. Entre el modo supereconómico de preparar la tortilla y el éxito brutal de la crema catalana, tengo mis sospechas sobre dónde aprendió el cocinero finlandés lo que sabe sobre cocina española.
Por cierto, y puesto que la crema catalana es uno de mis postres favoritos, creo que tengo un poco abandonada la serie "Cocina para exiliados". Y eso no puede ser.
A ver si lo arreglo a mi vuelta a Moscú, que quizá tenga que esperar un poco, porque, entretanto, el Madrid sigue perdiendo puntos (no está claro que consiga el objetivo de la permanencia), y el resultado es que el Levante está por delante de él en la clasificación general. Por si los fadriques, mejor será retrasar un poco el retorno, aunque eso me cueste estar demasiado cerca de un restaurante con una receta de paella merecedora del patíbulo y el garrote vil para el cocinero que la perpetre.
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