El otro día estuve, después de hacía mucho tiempo, en IKEA. En su día, recuerdo que la apertura de la primera tienda de IKEA en Moscú, en el lejano marzo de 2000, fue un acontecimiento planetario, mucho mayor que el encuentro de Obama y Zapatero (vale que éste tampoco es manco). Para hacernos una idea de lo que significó la llegada de IKEA, bastará con saber que, con anterioridad, comprar muebles en Moscú significaba pasar las de Caín. O comprabas unos mamotretos postsoviéticos para llorar, con unos defectos impresionantes, o te veías reducido a gastarte un ojo de la cara en mueble de importación, que tampoco tenía siempre la calidad mínima. Además, tú te las apañabas con el transporte a casa de lo que compraras. Para los que no éramos millonarios, pero necesitábamos muebles mínimamente presentables, la situación era por lo menos incómoda, lo que explica en muy buena medida la austeridad de mi apartamento de recién llegado, con cuatro muebles comprados por catálogo, igual que los electrodomésticos, y pare usted de contar.
IKEA cambió radicalmente la situación. La primera vez que entramos Alfina y yo casi nos dio algo.
- ¡Pero si es una tienda igual que las de Eurøpå! - Alfina todavía sigue repitiendo que ir a IKEA era como pasar a otra dimensión.
En aquel entonces, marzo de 2000, Rusia estaba hecha una cochinada, las tiendas tenían un servicio deleznable, con unos dependientes que directamente despreciaban al cliente, y no digamos si no hablaba ruso como un nativo. Pasabas a IKEA, y te encontrabas con que estaba todo limpio, incluso los baños (es imposible mantener un baño limpio en Rusia, pero allí se las apañaban para conseguirlo); todo estaba ordenado, no amontonado; podías encontrar las cosas que querías sin preguntar a ningún cretino ensoberbecido; eran bastante bonitas y, en comparación con lo que te encontrabas por la ciudad, tiradas de precio; podías pagar con tarjeta, sin necesidad de llevar un saco de billetes; tenías un restaurante molón y barato donde comías bastante bien y los niños tenían su propia zona para jugar mientras mirabas muebles. Un edén.
Claro, lo que ocurrió fue que, durante los años siguientes, si ibas a visitar a cualquier ruso o guiri que anduviera cerca de la treintena y fuera de clase media, te encontrabas exactamente los mismos muebles y decoración en todos los pisos. Es decir, lo mismito que tenías tú en tu casa.
De eso han pasado once años, y han abierto muchas más tiendas de IKEA, mientras que otras tiendas se han tenido que poner las pilas y no tratar a los clientes como el enemigo.
He estado en tiendas de IKEA en Alemania (una vez) y en Moscú (muchísimas veces, y las que me quedan), pero no en España (en Valencia todavía no hay, y en Madrid no necesito muebles). Me sorprende que todas las tiendas sean exactamente iguales, con exactamente las mismas cosas y los mismos nombres en sueco, a veces bastante divertidos. Sí, aquí también tenemos la mundialmente famosa estantería "Billy" que nadie consigue montar correctamente, entre otros modelos con nombres a cual más raro. Como raro parece que la tienda de IKEA en Moscú sea igual que la que hay en Düsseldorf o la que hay en Murcia, cuando las circunstancias en esos sitios no tienen nada que ver.
Y, efectivamente, un poquito de adaptación sí que hay. Pero, como se me hace tarde, lo dejo para mañana.
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