El día 20 de marzo es día habitual de bajón en Valencia. Han terminado las fiestas, ha ardido todo el trabajo del último año, las falleritas lloran porque ha terminado una semana alucinante y el lunes tienen que volver al colegio y todo el mundo, en fin, está un poco sin saber qué hacer y deambula como esperando que sigan sonando los petardos y que riadas de gente los empujen a diestra y siniestra.
Nosotros, como otros años, hemos hecho un pedacito de Valencia en Moscú y hemos quemado nuestra falla. Una falla modestita, muy primitiva, lejos de los presupuestos que se gastan en la sección especial (y eso que este año la crisis los ha hecho moderarse), compuesta de cuatro cartones colocados en un círculo que por la mañana yo había cavado en la nieve, y donde algunos de los presentes habíamos escrito los nombres de algunos de nuestros seres menos queridos, incluyendo un "Diez Minutos" atrasado con la efigie de Felipín y Letizia en la portada y varios miembros de esa familia que ocupa la Zarzuela y desde ella, según dicen los que creen saber de esto, reinan, pero no gobiernan.
Conseguir petardos en Moscú es cosa más fácil de lo que podría suponerse. Y, sobre todo, más barata. Así como en Valencia, en época de fallas y fiestas, los petardos cuestan un ojo de la cara, en Rusia estamos lejos de esos excesos, y por fin podemos encontrar algo más barato que en España. El viernes, a la salida del trabajo, me acerqué en bicicleta hasta una tienda, poco más que un quiosco, situado en un cruce cerca de Novoslovodskaya. Una tienda sólo de productos pirotécnicos, cuyo dependiente, como casi todos, se quedó mirando el bulto misterioso con curiosidad. Como no era de Moscú y en la tienda no había más cliente que yo, estuvimos charlando un rato de todo lo divino y lo humano y de a ver cuándo ponen carriles-bici en Moscú, cosa que no sé si verán mis bisnietos.
El caso es que me llevé un buen cargamento, que fue utilizado como es debido al día siguiente. Bengalas, fuentes, petardos... es curioso verlos estallar o alumbrar la nieve por un momento, mientras los vecinos, por si acaso, se quedan en sus casas sin intentar comprender lo que está pasando.
El momento cumbre sigue siendo la cremà. Tres valencianos cantando la noche de San José a grito pelado el Himno regional o "El fallero" es algo bastante normal... salvo que los valencianos sean Roberto, Carbuncho y yo mismo, vivamos en Moscú casi desde tiempo inmemorial, después de haber pasado por las mismas aulas de la Escuela de Idiomas de Valencia, y estemos pisoteando la nieve de este invierno que parece no terminar nunca y que ahora mismo, mientras escribo, está dando sus espero que últimos coletazos en forma de tormenta de nieve con unos copos como puños.
Pero eso fue el sábado. Hoy sólo quedan las cenizas de los cartones y el suelo, otra vez, está cubierto de nieve, sin ninguna consideración a la hora que me tiré el sábado para conseguir llegar hasta el fondo y formar un círculo practicable. Y los niños, sin embargo, están contentos, pero sólo porque hoy es cuando comienzan sus vacaciones de, habrá que decirlo, primavera, que les tendrán hasta el próximo lunes cargando pilas en casa, muy a diferencia de los niños valencianos, que tal día como hoy, tras una semana sin clase, vuelven a las aulas a clavar los codos, mientras miran disimuladamente por la ventana, por donde, allí sí, debe estar entrando el sol entre las hojas de los árboles, recordando la semana pasada y sin comprender bien cómo no se pueden alargar las fallas un poco más.
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