Bueno, pues la serie continúa. En la entrada anterior creo que ha habido aportaciones muy interesantes (y seguimos generalizando mucho, pero es que, si no, ¿qué hacemos?), pero la que se lleva la palma es el enlace de Inmi que, por desgracia, está en ruso, pero el que lo pueda leer que lo haga, porque es buenísimo.
Es buenísimo, sobre todo, porque explica muchas cosas. En Rusia, la mujer vive bajo una permanente presión de que el marido la deje y se vaya con otra (cosa que, por desgracia, ocurre con cierta frecuencia), por lo que el marido, básicamente, puede hacer lo que le dé la puñetera gana, incluso zurrarla de vez en cuando. Que la mujer denuncie al marido es totalmente insólito, y no porque el marido no lo merezca (¡claro que lo merece!), sino porque las mujeres rusas, en general, no están programadas para estar solas. Y hay otro factor: las mujeres en Rusia abundan y los hombres casaderos escasean muchísimo ¿Por qué? Porque su mortalidad es elevadísima: el alcohol, los accidentes de coches, los accidentes laborales, el servicio militar... son un montón de causas de muertes (o de impotencia, o de... mmm... indeseabilidad absoluta) que a las mujeres les pillan muy de refilón. Como consecuencia, hay más mujeres que hombres y a éstos, a poco que no seamos repugnantes, les resulta bastante sencillo encontrar pareja, mientras que las mujeres afrontan una competencia feroz y tienen que destacar cuidándose más que nadie y tratando de ser más encantadoras, guapas y atractivas que las demás. De verdad, debe ser un sinvivir. Yo no podría con eso.
El caso es que esta situación no viene de ahora. La mortalidad masculina en Rusia siempre ha sido más elevada que la femenina, pero el colmo debió alcanzarse al final de la Segunda Guerra Mundial, después de que entre las purgas, el frío, los ocupantes alemanes, los campos de concentración nazis y los comisarios populares lanzando a los miembros del Ejército Rojo en plan carne de cañón, las bajas, en gran medida masculinas, superaran a la población de España en aquella época.
Todavía hoy, y ya ha llovido bastante, estremece contemplar la pirámide de población rusa (que está en la imagen de arriba), y contemplar el estrechamiento correspondiente a las bajas de aquellos años. No es de extrañar que, tras la guerra, una de las principales preocupaciones de las mujeres seguramente consistía en encontrar con quién reproducirse, y que esta preocupación se haya incrustado tan fuertemente en su imaginario que la conserven eternamente y, es más, la transmitan a sus sucesores.
Así que nos encontramos con una situación en que los hombres, a pesar de que la generalidad de las mujeres rusas nos considera bastante inútiles, o inútiles del todo, estamos cotizadísimos por nuestra escasez. En España, en cambio, las mujeres puede que tengan una opinión algo mejor de los hombres, pero carecen de esa presión atávica por encontrar pareja. O, al menos, la disimulan divinamente, así que la relación está algo más equilibrada... hasta que llegaron las políticas feminazis a ahogar su frustración tratando de que todo el mundo estuviera tan frustrado como ellas.
Pero eso queda para la próxima entrada.
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