Para mi último viaje a Luxemburgo en tren, decidí salir a media mañana, creyendo que así esquivaría las hordas de estudiantes que lo atestan y que, cuando se les acaban los sitios en segunda clase, pasan a los vagones de primera como si tal cosa. Sí, a mí me pagan un billete de primera, en un tren que, la verdad, no tiene gran cosa que ofrecer al viajero. Por no haber, no hay ni un triste vagón restaurante donde comer o beber algo, así que, por mucho que vayas en primera, te toca llevar las vituallas que necesites y, si sales a media mañana, está claro que la hora de comer la vas a pasar de camino.
Como esperaba, el vagón de primera estaba en esta ocasión casi vacío. Casi. A medida que lo fui atravesando para llegar a mi sitio vi un jovencito entre mulato y negro con una mochila, un par de viajeros trajeados y, al fondo, dos sujetos con una gorra blanca vuelta y una cazadora multicolor que se comunicaban en una jerigonza incompresible para mis oídos, y además a grito pelado. Comoquiera que el resto del enorme vagón estaba vacío y había sitio de sobra, me senté donde mejor me pareció y me puse a sacar los bártulos con que me quería ocupar durante el viaje, y muy en particular el billete de tren, que había imprimido oportunamente.
Y menos mal que lo hice, porque, apenas hubimos salido de la estación, apareció por el vagón una revisora bajita y rechoncha, escoltada por dos bigardos de seguridad, de hombros amplios y expresión poco conciliadora, que iba controlando que quien estuviera por allí tuviera derecho a quedarse. Después de un par de controles satisfactorios, le llegó el turno al mulato. Como podía sospecharse, el mulato no había pagado quince euros de más para hacer el viaje en primera; lo malo es que ni siquiera había pagado los veinticinco euros del billete de segunda. El mulato puso cara de sorpresa, pero tenía bastante buen perder, aceptó bajarse del tren en la siguiente estación, Ottignies, y se encaminó hacia el fondo del tren con la mochila a la espalda. Igual es que no iba más allá de Ottignies, en cuyo caso, evidentemente, el precio del billete era mucho menor que el que queda escrito ahí arriba.
La revisora llegó a mi altura y me aceptó el billete sin mayor problema. Los siguientes eran los dos viajeros del fondo. No volví la cabeza, pero intenté no perder ripio de lo que se tratara por allí.
De momento, a la exhortación de la revisora a que los dos tipos enseñaran su título de transporte, uno de ellos, el que llevaba la voz cantante, porque el otro no dijo ni mu, respondió en la jerigonza que estaban utilizando. La revisora, a la vista del percal, dejó el paso a los dos seguratas que la acompañaban.
- Enséñeme el billete - dijo uno, mirando con cara de pocos amigos al que estaba hablando.
- ¿Qué billete? - respondió éste con tono despreciativo, en un francés bastante bueno.
- El tren no es gratis -explicó el agente- . La gente que está aquí ha pagado dinero por subirse. Usted también tiene que hacerlo.
- ¿Por qué? He venido aquí a solicitar asilo. Tengo derecho.
- No lo tiene. Y menos a subirse al vagón de primera clase.
- Nos podemos subir a cualquier vagón ¿Primera? ¡Bah! Eso sólo es un número pintado en el vagón ¿No ves todo el sitio que hay?
Sí, sí, tuteando al segurata con todo el desparpajo del mundo. Eso es un polizón con clase. De toda la vida de Dios, los polizones se han subido al lugar más disimulado del tren procurando pasar lo más inadvertidos posible. Éstos no. Éstos se han metido en pleno vagón de primera clase a ser polizones a todo boato. Di que sí, recontra: si pides asilo, pídelo como un rey. Porque tú lo vales.
- No, no se pueden subir al tren sin pagar, y menos al vagón de primera.
- Pues nosotros tenemos que ir a Namur a la oficina que nos han dicho, y tenemos derecho a hacerlo.
- Pero será pagando.
- No tengo dinero - dijo en un tono todavía más desafiante que hasta entonces, que ya es decir.
- Entonces, ¿qué hacemos? Pues yo se lo diré: se van a bajar del tren en Ottignies, la próxima parada, y allí ya les dirán en la oficina de allí cómo llegar a donde tengan que ir.
- Esto es racismo. Eres un racista.
- No. No es racismo. Aquí hay unas leyes y unas reglas, y hay que cumplirlas. No tiene nada que ver con el racismo.
- ¡Racista!
- Ya le he dicho que aquí hay unas normas que cumplir, y para subir al tren hay que pagar como todos los demás pasajeros.
- Ya te he dicho que no tengo dinero. Yo estoy pidiendo asilo. Por Francia ya he pasado. Estoy aquí para pedir asilo, y tengo derecho a hacerlo. Y tú eres un racista y no me vas a quitar mi derecho.
La verdad es que los dos sujetos tenían tan aspecto de refugiados políticos como de cruzados medievales, pero supongo que era el estribillo que les habían enseñado quienquiera que les hubiera asesorado. Si les hubiera enseñado a no faltar al respeto a quienes se encontraran por el camino, es posible que les hubiera hecho un favor mayor, pero me da a mí que hay cosas que requieren algo más de tiempo y de base, y los modales pertenecen a este tipo de cosas.
- Levántense. Vamos a llegar a Ottignies.
- ¡Racista! ¡Que eres un racista!
- Bajaremos con ustedes y les acompañaremos a la oficina. Es posible que allí les den dinero, que pueden utilizar para pagarse un billete hasta donde tengan que ir. Cuando lo tengan, suben al tren. Lo que no pueden es subir sin billete.
El tren se detuvo en la estación de Ottignies y los dos solicitantes de asilo, muy a su pesar, descendieron del mismo, seguidos de los dos agentes de seguridad y precedidos unos metros por delante por el mulato, que debía ser belga y que ya sabía cómo funcionaba aquello. No sé cómo continuaría la aventura de aquel grupito, porque mi destino se separó del suyo y me condujo a Luxemburgo más de dos horas y un bocadillo de queso y pechuga más tarde.
En todo caso, con solicitantes de asilo tan descarados como los que me tocaron en el vagón, Vlaams Belang terminará por tener mayoría absoluta incluso en Valonia.
3 comentarios:
Esto es patético, con el cuento del racismo y de otros más ismos, quieren hacer lo que les de la gana. Pero eso no pasa con todos. a Dios gracias
Una historia curiosa. Siempre pasa algo interesante en los trenes. Saludos
Alí Reyes, la verdad es que verlo en directo resultó chocante. Luego están los ucranianos, que merecen entrada aparte.
Balugante, a veces son tres horas de viaje muy aburridas hasta Luxemburgo, pero es mejor así, porque a veces lo "interesante" que ha pasado es que el tren se ha quedado parado en algún lugar de las Ardenas y, para eso, mejor es aburrirse.
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