sábado, 25 de diciembre de 2021

Feliz Navidad

A lo largo de la vida de esta nuestra bitácora, hay dos fechas en las que siempre, incluso en los años menos fructíferos de la misma, ha habido entrada. Una es el primero de mayo, que, vale, es la fiesta del trabajo y San José Obrero, pero sobre todo es el aniversario de esta bitácora. El otro día es el 24 o 25 de diciembre, en que se celebra el nacimiento de Nuestro Señor.

Así que, un año más, el autor de esta bitácora os desea una feliz y santa Navidad. Que los lectores, gente que presupongo de buena voluntad, lo pasen bien, canten villancicos, disfruten en familia y que, más adelante, el día de Reyes, y ni un momento antes, reciban regalos y también los den, porque cuanto más damos, más ricos somos, y ya sé que suena raro, pero cada vez creo más en esto.

Feliz Navidad. Y que el año que viene nos sea más propicio que éste, que tampoco tiene que esforzarse demasiado.

sábado, 18 de diciembre de 2021

Aguinaldos (actualización)

En esta bitácora ya hubo hace la friolera de seis años una entrada sobre este particular. Entretanto, la petición de aguinaldos se ha enfriado un poco, no se si por el cambio climático o porque los vecinos estamos cada vez más con la mosca tras la oreja y más remisos a aflojarla. A aflojar la mosca, quiero decir.

El cachondeo está llegando a límites insospechados. Se ve, además, que entre los equipos de recogida de basura ha debido circular la especie de que en Uccle estamos forrados y soltamos billetes a manos llenas, cosa que en parte puede ser verdad. Me refiero a la parte de que en Uccle hay quien está muy forrado, cosa muy verosímil a juzgar por los casoplones que tiene una parte del personal; lo que no creo que sea tan cierto es que soltemos billetes a manos llenas, porque, de ser cierto, ya os digo que no estaríamos forrados.

Pero el rumor está ahí, y la consecuencia es que, cuando algún equipo "titular" de recogida de basuras falla, y desgraciadamente, sobre todo para los usuarios, los equipos titulares fallan con frecuencia, entonces los equipos suplentes se pelean para venir a nuestra zona a recoger la basura... y de paso a recoger los aguinaldos, aunque se hayan pasado todo el año recogiendo la basura de Jette o de Laeken, por poner dos de los lugares más alejados de la región. Y, si sólo fuera un equipo, pues aún tendría un pase, pero aquí hay equipos diferentes por tipos de basura: un equipo recoge las bolsas azules (envases) y amarillas (papel y cartón); otro recoge las bolsas verdes (desechos de jardín); un tercero las bolsas naranja (residuos orgánicos) y, finalmente, otro equipo recoge las bolsas blancas (todo lo que no está especificado en los paréntesis anteriores). Y todos ellos pasan a timbrar a felicitar, ya no las Navidades, sino las fiestas (sí, ésa es otra, pero ya volveré sobre ello).

El vecindario, lógicamente, ha terminado por marearse con tanto pedigüeño. En esta época que vivimos, las redes sociales están por todos los sitios, y era cuestión de tiempo que apareciese una red social vecinal, donde, como en todas las redes sociales, hay usuarios muy activos y beligerantes, y otros que nos limitamos a ver los toros desde la barrera. Alguno de los más activos (y, no lo olvidemos, beligerantes) se ha tomado la molestia de llamar a Bruxelles-Proprété (Proprété se traduce como "limpieza"), la empresa pública responsable de la recogida de basuras, para informarse de si esta situación obraba en conocimiento de la gerencia. Conociendo cómo se las gasta algún vecino (activo y beligerante), el contacto habrá sido tirando a tenso, y la persona que recibe las llamadas, que debe ser belga, ha eludido dar una respuesta concreta, y se ha limitado a recomendar que sólo se dé aguinaldo a quienes lo pidan mientras estén recogiendo la basura.

Bien. A triplicar el tiempo de recogida, que ya, de por sí, sucede durante la hora punta y bloquea media ciudad. Obviamente, los equipos de recogida saben que, a las horas que pasan, en las casas no suelen estar más que los jubilados, que no suelen pertenecer a la categoría de "los más forrados", así que su horario de actuación a los efectos de recoger aguinaldos se desplaza a fines de semana. Está claro que a la persona que responde a las llamadas le falta calle.

A los vecinos activos y beligerantes les faltó tiempo para intervenir en las redes sociales y protestar amargamente por la situación. Otros años, los equipos de recogida había tenido la precaución de pasar unos días antes (esta vez sí, mientras recogían la basura) y dejar un pasquín con su foto en los buzones, para asegurarse de que luego no venían otros. Este año no han tomado esa precaución, lo que permite sospechar que no están tan en contra de que sus colegas esquilmen al personal, pretendiendo quizá esquilmar ellos de la misma manera.

El veredicto de los participantes de las redes sociales ha sido bastante uniforme. La mayoría estaba por no dar ni medio euro, y una minoría por dar un aguinaldo miserable que les quitase las ganas de volver, tanto más cuanto que los chicos, por lo que respecta a su rendimiento laboral, colapsan el barrio dos días por semana, con esa pretensión de no trabajar de madrugada, sino de hacer coincidir sus recorridos con los momentos de mayor tránsito.

En todo caso, la existencia de las redes sociales tiene esa ventaja de saber que tu vecino está haciendo más o menos lo mismo que tú. Tiene otras ventajas, pero ésas ya las iremos viendo otro día, porque hoy se hace tarde.

lunes, 29 de noviembre de 2021

Vueltas y revueltas: la aparición del nombre de Bélgica

 

Tiene su guasa que en el ayuntamiento de Bruselas pongan, como mandamás de Bruselas, a la "República francesa", que, nos pongamos como nos pongamos, desde luego que no es un mandamás, porque tampoco es una persona. Pero ahí la tenemos, como un monarca más, en una de las paredes del ayuntamiento de Bruselas.

La cosa ya venía calentita. José II, como hemos visto, era un señor muy metomentodo, incluso en materia litúrgica. Ello provocó el cabreo de la gente de religión, que era la mayoría de la población por goleada, porque ochenta años de guerra contra los herejes tienen ese tipo de consecuencias. En enero de 1789, antes de la Revolución Francesa, las provincias de Henao y Brabante se declararon en huelga fiscal, como se dice ahora, es decir, que no pagaron los tributos imperiales (técnicamente, los Países Bajos Austríacos pertenecían al Sacro Imperio). José II, que además era el emperador de ese mismo Sacro Imperio, se enfadó lo suyo y envió a sus tropas a ocupar Henao militarmente y, de paso, eliminó todas las libertades de los territorios en cuestión, la famosa Joyeuse Entrée. No olvidemos que este pollo tiene calle, y calle principal, en Bruselas, mientras que los reyes de España, que no tocaron una coma de dichas libertades, están por entrar en el callejero de casi cualquier ciudad belga, con alguna honrosa excepción.

Entretanto, las cosas empezaron a torcerse por Francia, con la revolución que estallaba por allí en forma de toma de la Bastilla, mientras las sociedades secretas comenzaban a extenderse por Bélgica, y un ejército patriótico se formaba en las Provincias Unidas, e invadía los Países Bajos meridionales, donde no les esperaba nadie. El 24 de octubre, tras tomar Hoogstraaten, promulgaron un manifiesto independentista, el manifiesto brabanzón, que marca el comienzo de la Revolución Brabanzona. El ejército imperial, de algo más de dos mil soldados, se lanzó poco después contra el revolucionario, más o menos del mismo tamaño, pero nada profesional, excepto su comandante, que decidió fortificar Turnhout y obligar al ejército imperial a afrontar una lucha callejera en lugar de maniobras a campo abierto. La táctica le salió bien, y el ejército imperial tuvo que retirarse, sin apenas bajas, vale, pero sin tomar la ciudad. Los revolucionarios habían ganado y, como buenos insurrectos, les faltó tiempo para engrandecer aquella escaramuza como si fuera la batalla de Arbelas y hubieran destrozado al ejército persa. Y se vinieron arriba.

Efectivamente, aquello desembocó en un alzamiento general, que culminó el 7 de enero de 1790, en Bruselas, cuando los Estados Generales proclamaron la independencia de los Estados Unidos Belgas, nombre que aparece por primera vez desde Julio César unido a una entidad política. De momento, la revolución fue bastante más pía que el despótico-ilustrado gobierno austríaco y, de hecho, los Estados Generales representaron a los tres estados, clero incluido, y oyeron misa antes de reunirse. Al principio, la cosa marchó bien, el gobernador austríaco pusopies en polvorosa y los rebeldes obtuvieron la rendición de la guarnición imperial de Amberes, con lo que toda la actual Bélgica al occidente del obispado de Lieja les pertenecía.

Esta revolución recuerda mucho lo que sucedió poco después de 1568, cuando la rebelión contra Felipe II, en que hubo una provincia que no quiso saber nada de la rebelión, y esta provincia es Luxemburgo (que entonces era el doble del Gran Ducado actual). Namur, en cambio, que en aquel tiempo había permanecido fiel a Felipe II, en 1790 se unió a los Estados Unidos.

Lieja tuvo también su revolución, como hemos visto, pero ésta sí fue anticlerical a tope y se centró en echar al Príncipe-Obispo y terminaría por someterse a los revolucionarios franceses, otros anticlericales de libro.

El caso es que en febrero de 1790 murió José II y le sucedió su hermano Leopoldo, que preparó concienzudamente la reconquista de los territorios rebeldes, primero en el plano internacional, en que los logró aislar completamente, y enseguida en el plano militar. En septiembre de 1790, el Imperio contraatacó, desde sus bases de Luxemburgo, y lo hizo más o menos como los tercios cuando don Juan de Austria y Alejandro Farnesio los condujeron de vuelta a Flandes. Los austríacos derrotaron a los belgas en Falmagne, Namur se rindió en noviembre y, para principios de diciembre, todo el territorio estaba sometido. Bruselas se rindió el 2 de diciembre, una fecha que luego sería muy bonapartista, pero entonces ni siquiera se sabía quién era ese Bonaparte. 

La cosa no quedó tranquila; bueno, ni en los Países Bajos ni en ningún sitio de toda Europa, pero ahí menos. 1791 pasó como se pudo, y Leopoldo II murió el 1 de marzo de 1792. Su sucesor, Francisco II, se unió a la coalición contra la República Francesa y, por supuesto, Bélgica volvió a ser campo de batalla. Al principio, la cosa fue mal (bueno, mal desde el punto de vista contrarrevolucionario, que cualquier lector de esta bitácora sospechará que es el mío). Los ejércitos de la coalición se llevaron dos soberanos sopapos en Valmy y Jemappes, ésta última frente a los austríacos, en noviembre de 1792. Los revolucionarios franceses entraron en Bruselas y anexionaron toda la región a la República Francesa, con lo que Bruselas pasó de capital de los Países Bajos Austríacos a simple cabeza de departamento francés, lo cual no sé cómo describirlo sino como una degradación. De hecho, recordamos que la revolución brabanzona tenía un tufillo clerical, frente a los abusos de José II, mientras que de los revolucionarios franceses la Iglesia no podía esperar nada bueno, y así fue cómo se dedicaron a saquear conventos y quemar iglesias. Eso sí, en marzo de 1793 el Imperio volvió a contraatacar, y esto ya parece una película de ciencia ficción, derrotó a los ejércitos revolucionarios en Neerwinden, y Francisco II entró triunfante en Bruselas, e incluso juró la Joyeuse Entrée, para satisfacción de sus súbditos.

El último dominio austríaco duró cosa de un año más. En verano de 1794, los ejércitos revolucionarios, que ya habían inventado las levas masivas y se estaban convirtiendo en la maquinaria de guerra que arrasaría Europa durante los siguientes veinte años, derrotaron a los imperiales en Fleurus, y éstos salieron de Bélgica para no volver: los franceses entraron poco después en Bruselas, de donde no salieron hasta la batalla de Waterloo. Bueno, de Waterloo habrá que escribir en algún momento, no en vano está a pocos kilómetros de mi casa. En estos años, excepcionalmente, los frentes sólo se acercaron a Bruselas en la campaña de 1815, porque la invasión del año anterior apenas se puede llamar frente.

Económicamente, a Bruselas le fue bien, porque se convirtió en un centro textil de importancia, ya que Napoleón estaba enfadadillo con el Reino Unido, que entonces era la fábrica de Europa, y la sometió al bloqueo continental, con lo que eliminó la competencia para Bruselas; políticamente, Bruselas se quedó como capitalita del departamento del Dyle, muy lejos de lo que había sido hasta entonces.

Y entonces llegó junio de 1815 y el fin del Primer Imperio Francés. Había que ver qué pasaba con Bruselas y con los antiguos Países Bajos meridionales tras el Congreso de Viena.

Pero eso lo veremos más adelante, que hoy se hace tarde.

sábado, 27 de noviembre de 2021

Medidas

Ha pasado un mes desde la última entrada, y si no he seguido escribiendo aquí es porque he estado entregado a investigaciones históricas, pero no sobre los mandamases que ha habido en esta insigne ciudad de Bruselas, sino sobre la emigración mudéjar en el Reino de Valencia bajomedieval. Uno, que tiene sus aficiones...

Lo bueno de que las aficiones sean de interior, y no requieran mucho desplazamiento, es que uno puede reaccionar tranquilamente al desbarajuste que se ha montado en Bélgica durante el último mes. Cuando publiqué la última entrada, los contagios repuntaban al alza; ahora ya apenas tienen margen de subida, con lo que el todopoderoso comité de concertación ha ordenado teletrabajo obligatorio, cuatro días a la semana, mascarillas por doquier, gel hidroalcohólico hasta en la sopa y distancia social sólo un poco menor que la que mantendrían dos fineses en condiciones normales. Leña al virus, hasta que hable inglés.

Y, como la cosa no tiene visos de mejorar, tercera dosis de vacuna para todo quisqui (al principio sólo era para los mayores de 65 años y gentes con problemas inmunitarios), cierre de discotecas y limitación de horarios en bares y restaurantes. Lo que es extraño es que no se han metido con los cultos religiosos: es más, en los templos ya ni están las sillas separadas por dos metros, sino casi como han estado siempre; eso sí, las mascarillas siguen siendo obligatorias.

Lo que ya es de opereta es lo relativo a las actividades deportivas. En mi caso, sigo federado en ajedrez, y el domingo pasado fui a jugar con mi equipo al Flandes más profundo, limítrofe con los Países Bajos, cosa importante, porque aquí cada región, y hasta cada municipio, hace lo que le da la gana. Me controlaron el código QR que prueba, o algo así, que algunas medidas he tomado contra el bicho, pero a mi contrincante, el jugador del equipo local, le pasaron por alto. Yo pregunté tímidamente qué era eso, y mi contrincante dijo no sé qué de un certificado médico. Sospechoso. Además, la mascarilla era obligatoria si te ponías de pie, pero no si estabas sentado. Pensé, por un momento, que no había entendido bien el flamenco cuando anunciaron esta medida, pero sí que lo había entendido bien y se la traduje a mis compañeros de equipo, cuyo flamenco es más limitado que el mío. No le busquemos lógica. Parece que en el piso de abajo funcionaba un restaurante, y habían aplicado a todo el edificio la normativa de la restauración. Ya me diréis a mí qué le importará al virus si estás sentado o de pie.

El caso es que nos montamos un lío del quince. A veces se nos olvidaba quitarnos la mascarilla al sentarnos y nos la dejábamos puesta... para luego quitárnosla al levantarnos, e irla buscando por ahí después al darnos cuenta de que algo iba mal.

Yo no sé si esto va a durar mucho tiempo más, aunque me temo que sí, pero lo que está fuera de toda duda es que va a seguir dando mucho juego.

miércoles, 27 de octubre de 2021

Retornando

Desde que comenzó la pandemia, se nos viene anunciando más o menos cada tres meses que se ve la luz al final del túnel, y que el retorno a la normalidad está al caer. Primero fue lavarse las manos muchas veces, y ponerse guantes, y así estaríamos en condiciones de salvar el verano de 2020. Luego resultó que las mascarillas eran la salvación, y que los guantes era mejor no usarlos, porque daban una falsa sensación de confianza. Luego llegaron las vacunas, y al principio todas eran igual de buenas, pero más adelante se vio que unas eran más iguales que otras, como los animales de "Rebelión en la granja". Total, que al mismo se dijo que lo de vacunar es indispensable, pero eso no quiere decir que no puedas contagiar o ser contagiado, así que hay que seguir con las mascarillas, lavándose las manos (hay gente que se ha lavado las manos más veces en este año y medio que en toda su vida anterior) y separándonos metro y medio de nuestro prójimo.

Esta vez, al menos en Bruselas, las cosas parece que van en serio. Hace tiempo que nadie se pone máscara, salvo para entrar a tiendas, templos y autobuses, y el tráfico ha recobrado la insoportabilidad de antaño, y eso que la gasolina está por las nubes. En hora punta, que vuelve a ser un momento especialmente concurrido, tenemos a los típicos camiones de ocho ejes desplazándose por las callejuelas de la ciudad, y a los camiones de basura bloqueando la calle, porque aquí la basura no se recoge por la noche, como en todas las ciudades en que he vivido, sino a eso de las ocho y media o nueve de la mañana, justo cuando la gente lleva a sus hijos al colegio, con lo que hay calles en que se monta un tinglado tal, que llamarlo atasco no es hacerle justicia y se queda corto.

Y luego está la lluvia. Claro, no porque hubiera pandemia ha dejado de llover, pero la gente que podía se quedaba teletrabajando desde casa y así parece que llueve menos. Como, entretanto, el gobierno belga (últimamente existe y todo) ha eliminado el teletrabajo obligatorio, el resultado es que la gente se echa a las calles, y cuando lluve se ponen nerviosos. Los valencianos pensamos que la aversión a la lluvia es cosa de Valencia, y es cierto que nosotros desaparecemos cuando caen cuatro gotas, como si fuéramos azucarillos, pero en Bélgica, entre los atascos y los nervios, los conductores parecen a veces Gremlins mojados.

Lo que voy a escribir está muy feo, además de que no deja de tener cierto peligro, pero igual, confinados en casa en plena pandemia, no estábamos tan mal, pero lo cierto es que, opine lo que opine, parece que los contagios empiezan a remontar de nuevo e igual dentro de un par de semanas estamos en teletrabajo 100%.

Total, como lo que pase apenas depende de mí...

(P.S.: Justo ayer, la comisión de concertación belga volvió a sus recomendaciones de que la peña teletrabaje todo lo que pueda. No, si se veía venir...)

lunes, 25 de octubre de 2021

Austrias todavía más ausentes

Hemos dejado, pues, a Carlos VI como nuevo mandamás de Bruselas y de los Países Bajos Españoles, ahora lógicamente llamados Países Bajos Austríacos. Los nuevos señores (Carlos VI, María Teresa, José II y Leopoldo II, éste en plena guerra) tampoco se dignaron mucho pisar sus posesiones; de hecho, a diferencia de los españoles, que defendieron Flandes con uñas y dientes y no escatimaron recursos mientras los tuvieron en poner allí picas y más picas, los Habsburgo de la rama austríaca no acabaron de apreciar esas tierras que les habían caído en suerte. Es más, intentaron canjearlas en alguna ocasión por otros territorios más cercanos al núcleo vienés de su poder, pero no coló en ningún caso. El elector de Baviera, a quien los emperadores le ofrecieron el canje, prefirió seguir siéndolo, más que embarcarse en una aventura flamenca de dudoso éxito; probablemente no le convencieron cuando le dijeron que la cerveza era mejor en Flandes que en Baviera, pero éste es un tema muy delicado que es mejor no tocar.

Tampoco coló con los franceses, a quien María Teresa insinuó que, si se reconquistaba Silesia con su ayuda, podría ceder esos territorios, pero Luis XV debía estar a otras cosas, no debió entender bien las insinuaciones, y lo de meterse con Federico el Grande y el ejército prusiano se lo debió dejar a quienes le sucedieran en el gobierno francés. Ya se sabe: después de él, el diluvio.

El penúltimo representante de esta saga fue José II, el de la foto, que por lo menos sí que visitó Bruselas, con lo que la ciudad pudo alojar a uno de sus mandamases por primera vez desde Felipe II. Eso sí, la actual Bélgica fue la última parte de sus dominios que visitó José II, un monarca que viajó muchísimo por toda Europa y que, por fin, llegó a Bruselas, donde, en el poco tiempo que estuvo, desempeñó una actividad frenética.

Aquí se puso a hacer lo que hacía en todos sus estados, es decir, reformar y reformar, como buen representante canónico del despotismo ilustrado. José II tenía especial inquina contra la Iglesia Católica, y no tenía mucho respeto por la separación entre iglesia y estado; de hecho, se puso a legislar hasta cuántas velas podían alumbrarse en el altar, con lo que, además de ganarse el mote de Rey Sacristán, consiguió cabrear al personal eclesiástico; para tener una opinión pública homogénea, también se puso a cabrear al personal civil, machacando las libertades públicas brabanzonas como un Carlos el Temerario cualquiera e imponiendo el francés como lengua para todo. Y eso que el flamenco hubiera debido entenderlo razonablemente bien, puesto que el alemán era su lengua materna.

Sin embargo, resulta que estos tres pollos, para quienes Bruselas y lo que hoy es Bélgica no era sino un territorio secundario, tienen calle en Bruselas. Es verdad que la de Carlos VI y la de María Teresa son calles pequeñajas en el municipio de Saint Joost ten Noode, pero la de José II es una señora calle en el barrio europeo que termina en los edificios principales de la Comisión. Y, si la pregunta es si hay alguna calle dedicada a Felipe II, Felipe IV, Carlos II o Felipe V, que sí se curraron la protección de los Países Bajos, aunque no los visitaran, la respuesta es que no. Tiene calle Carlos V, I de España, pero sólo porque no cuenta como guiri y nació por estas tierras. Tiene guasa que tenga calle nada menos que Guillermo el Taciturno, artífice principal de la destrucción del ducado de Borgoña, y no la tenga Felipe II.

El dominio austríaco en la zona comienza en 1715, cuando se retira el ejército de ocupación holandés (que, sin embargo, dejó algunas guarniciones de seguridad), y empieza a tambalearse con las reformas de José II y el cabreo general subsiguiente. En 1790, año en que falleció José II, las cosas estaban revueltas en los Países Bajos Austríacos e, incidentalmente, desde el año anterior las cosas estaban todavía más revueltas en la vecina Francia. Aquello no podía terminar bien.

viernes, 22 de octubre de 2021

Ramillies

El 28 de mayo de 1706, la soberanía del rey de España sobre Bruselas terminó formalmente, porque las autoridades de la ciudad decidieron retirar su vasallaje y someterse al rey de España alternativo que atendía por Carlos III, o Archiduque Carlos. No lo hicieron porque tuvieran especial antipatía a los españoles. De hecho, apenas quedaban españoles peninsulares en el territorio, e incluso el gobernador general era un alemán, un Wittelsbach; el último gobernador general español que tuvieron los Países Bajos fue el marqués de Gastañaga, que dejó el cargo en 1692.

Los otrora invencibles tercios españoles habían desaparecido prácticamente en aquellos años, y su táctica militar era algo ya bastante obsoleto en tiempos de los regimientos de línea. Por si fuera poco, la política de apretarse el cinturón de los ministros de Carlos II terminó de apagar la eficacia de estas unidades, muy inferiores numéricamente a los ejércitos franceses, aunque seguían siendo capaces de oponerles cierta resistencia. En la guerra que estaba teniendo lugar, aparentemente sobre suelo bajo la soberanía del rey de España, ningún mando relevante de los ejércitos de rey era español, sino francés.

Cuando los belgas dicen que su país es el campo de batalla de Europa, se refieren, desde luego, a la batalla de Waterloo, o a la de las Ardenas, pero lo cierto es que la frontera entre Francia y el norte era un lugar caliente desde mucho tiempo antes. No sé si los escolares españoles actuales tienen idea de dónde está San Quintín, o Gravelinas, y de por qué aquellos ejércitos se las tuvieron tiesas. Pero, con todo, el momento álgido de la presencia de ejércitos en el que hoy es suelo belga tuvo lugar durante la Guerra de Sucesión Española.

A despecho de todos los tratados de reparto que se habían firmado entre las potencias europeas, cuando Luis XIV vio que su nieto se podía hacer con la totalidad del Imperio Español, y que él iba a hacer lo que le diera la gana, decidió que ya estaba bien de tonterías, y que de tratados de reparto nada, que España era una, grande y... bueno, libre. El resto de las potencias, como si no supiera de antemano que fiarse de un francés es signo de candidez intolerable, se sorprendió por el asunto, pero igualmente se preparó para la guerra, que fue la llamada Guerra de Sucesión de España, que se desarrolló en tres frentes principales: la Península Ibérica, donde terminarían imponiéndose los Borbones; Italia, donde los austracistas se salieron con la suya, y Flandes, donde se juntaron los mayores ejércitos que hasta entonces se habían visto, y se dieron las mayores matanzas de la historia.

 

El cambio de parecer de las autoridades de Bruselas se dio pocos días después de la batalla de Ramillies. En esta batalla se enfrentó por parte austracista-inglesa uno de los mejores generales del siglo, el duque de Marlborough, más conocido en España como Mambrú. Las cuatro batallas de Blenheim, la citada Ramillies, Oudenarde y Malplaquet son obras maestras que acabaron con cuarenta años de supremacía militar francesa en Europa... y con las vidas de varias decenas de miles de soldados.

 El caso es que Ramillies fue el fin del dominio español en Bruselas, y prácticamente en todos los Países Bajos. Sólo se pudieron conservar unos años más Namur, Mons y Luxemburgo, y de todas formas Felipe V, por consejo de su abuelo (que efectivamente mandaba más de lo que era decente), cedió los Países Bajos al elector de Baviera, que se había quedado sin territorios después de la terrible derrota de Blenheim. De todas formas, la defensa del territorio estaba desde hacía tiempo totalmente en manos francesas, porque los soldados españoles estaban combatiendo fundamentalmente en España, y los tercios habían desaparecido y habían sido sustituidos por regimientos formados según el modelo francés.

Sea como fuere, el ayuntamiento de Bruselas ha decidido poner el fin del gobierno de Felipe V no en 1706, cuando las autoridades locales se sometieron al Archiduque Carlos, sino en 1712, supongo que contando con que, el 2 de enero de dicho año, que ya son ganas de ponerse a trabajar nada más comenzar el año, Felipe V confirmó la cesión de sus derechos sobre los Países Bajos al elector de Baviera. Sus derechos, y pare usted de contar, porque para entonces Felipe V no mandaba un pimiento en Flandes. En cuanto al propio Archiduque Carlos, pero como Carlos VI, no III, sitúan el comienzo de su gobierno en 1703, que fue cuando fue proclamado rey de España en Viena, con lo que tenemos la curiosidad de que, entre 1703 y 1712, es como si en Bruselas mandaran dos señores. Para rizar el rizo, hubieran debido colocar como mandamás de Bruselas, al menos entre 1712 y 1714, al propio elector de Baviera, Maximiliano II, si querían ser coherentes con considerar a Felipe V como soberano más tarde de 1706, pero no: Maximiliano II no aparece en la sala del ayuntamiento en ningún sitio, supongo porque nadie le tomó realmente en serio, y posiblemente porque Maximiliano es un nombre muy largo, y no encontraron a nadie que quisiera pintar todo eso en uno de los muros.

El caso es que se terminó el dominio español sobre Bruselas, y comenzaba el dominio austríaco, pero no le digamos eso al Archiduque Carlos, que se seguía considerando rey de España mucho después de la paz de Utrecht, mantenía un consejo de españoles, adoptó el ceremonial español, y tenía un ministerio dedicado a "los asuntos de España", que eran los territorios españoles que mantenía en su poder: los Países Bajos, Nápoles, Sicilia, los presidios toscanos y la Lombardía. No se bajó del burro, aunque fuera un poco, hasta 1725. Se ve que los años que pasó en España entre 1705 y 1711 le marcaron profundamente. En cambio, por Flandes no se le vio el pelo en ningún momento, exactamente igual que sus antecesores de Madrid.

Con el tiempo, quedó claro que la capital de los nuevos mandamases de Bruselas era Viena, pero de eso hablaremos en otro momento, porque hoy se hace tardísimo.