Ha pasado un mes desde la última entrada, y si no he seguido escribiendo aquí es porque he estado entregado a investigaciones históricas, pero no sobre los mandamases que ha habido en esta insigne ciudad de Bruselas, sino sobre la emigración mudéjar en el Reino de Valencia bajomedieval. Uno, que tiene sus aficiones...
Lo bueno de que las aficiones sean de interior, y no requieran mucho desplazamiento, es que uno puede reaccionar tranquilamente al desbarajuste que se ha montado en Bélgica durante el último mes. Cuando publiqué la última entrada, los contagios repuntaban al alza; ahora ya apenas tienen margen de subida, con lo que el todopoderoso comité de concertación ha ordenado teletrabajo obligatorio, cuatro días a la semana, mascarillas por doquier, gel hidroalcohólico hasta en la sopa y distancia social sólo un poco menor que la que mantendrían dos fineses en condiciones normales. Leña al virus, hasta que hable inglés.
Y, como la cosa no tiene visos de mejorar, tercera dosis de vacuna para todo quisqui (al principio sólo era para los mayores de 65 años y gentes con problemas inmunitarios), cierre de discotecas y limitación de horarios en bares y restaurantes. Lo que es extraño es que no se han metido con los cultos religiosos: es más, en los templos ya ni están las sillas separadas por dos metros, sino casi como han estado siempre; eso sí, las mascarillas siguen siendo obligatorias.
Lo que ya es de opereta es lo relativo a las actividades deportivas. En mi caso, sigo federado en ajedrez, y el domingo pasado fui a jugar con mi equipo al Flandes más profundo, limítrofe con los Países Bajos, cosa importante, porque aquí cada región, y hasta cada municipio, hace lo que le da la gana. Me controlaron el código QR que prueba, o algo así, que algunas medidas he tomado contra el bicho, pero a mi contrincante, el jugador del equipo local, le pasaron por alto. Yo pregunté tímidamente qué era eso, y mi contrincante dijo no sé qué de un certificado médico. Sospechoso. Además, la mascarilla era obligatoria si te ponías de pie, pero no si estabas sentado. Pensé, por un momento, que no había entendido bien el flamenco cuando anunciaron esta medida, pero sí que lo había entendido bien y se la traduje a mis compañeros de equipo, cuyo flamenco es más limitado que el mío. No le busquemos lógica. Parece que en el piso de abajo funcionaba un restaurante, y habían aplicado a todo el edificio la normativa de la restauración. Ya me diréis a mí qué le importará al virus si estás sentado o de pie.
El caso es que nos montamos un lío del quince. A veces se nos olvidaba quitarnos la mascarilla al sentarnos y nos la dejábamos puesta... para luego quitárnosla al levantarnos, e irla buscando por ahí después al darnos cuenta de que algo iba mal.
Yo no sé si esto va a durar mucho tiempo más, aunque me temo que sí, pero lo que está fuera de toda duda es que va a seguir dando mucho juego.
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