En las últimas semanas he estado meditando un poco sobre la literatura de hospitales y enfermos, un subgénero de la novela que ha sido cultivado por un grupo reducido, pero influyente, de novelistas de primer orden y, en estas meditaciones, he caído en una serie de parecidos entre dos autores de las literaturas que mejor conozco: Camilo José Cela y Alexander Solzhenitsyn.
Lo primero que llama la atención es que son prácticamente coetáneos: Cela nació en 1916 y murió en 2002, a los 86 años, mientras que Solzhenitsyn era sólo dos años más joven, pues nació en 1918, y duró un poco más, hasta 2008, a punto de cumplir noventa años. Está bitácora se hizo eco en su día del fallecimiento de Solzhenitsyn, y ya es hora de que Alexandr Isaevich vuelva a aparecer por estas pantallas.
Los dos autores llegaron a una edad muy avanzada, lo cual es tanto más curioso cuanto que ambos padecieron enfermedades que no todo el mundo supera, y menos en la época que ellos las padecieron. Cela tuvo tuberculosis, una enfermedad que hoy no asusta a mucha gente, porque los tratamientos disponibles han logrado avances impensables hace un siglo, pero que en los años treinta del pasado siglo tenía un pronóstico pésimo. Sin ir más lejos, pocos años antes de que Cela tuviese sus problemas con el bacilo de Koch, había fallecido de tuberculosis mi autor preferido de la tercera literatura que conozco un poco y, probablemente, mi autor favorito de entre todos quienes en el mundo han sido: Franz Kafka.
Solzhenitsyn también tuvo serios problemas de salud, concretamente poco después de salir del gulag, que de por sí no es precisamente un sitio donde uno pueda esperar lograr una salud de hierro. Solzhenitsyn padeció -y superó- un cáncer en la sanidad soviética centroasiásica, lo cual ya nos indica que era un tipo realmente duro de pelar, lo que explica que sobreviviera a todo lo que tuvo que pasar.
Ambos autores utilizaron sus experiencias con su mala salud como inspiración. Cela escribió su segunda novela, tras la durísima La familia de Pascual Duarte, a principios de los años cuarenta: Pabellón de reposo. En cuanto a Solzhenitsyn, que es casi seguro que en esta época no conocía la obra de Cela (es muy improbable que se distribuyera por Siberia), una de sus primeras obras, concluida en la segunda mitad de la década de los cincuenta, es Pabellón de cáncer, cuyo título en español es similar al primero, pero eso es asunto de los traductores. El título original es Раковый корпус.
Antes de pasar a la literatura hospitalaria, no está de más seguir buscando paralelismos -y diferencias- entre Cela y Solzhenitsyn.
Un primer elemento podría parecer una diferencia. Así como Solzhenitsyn puso su talento literario en oposición al totalitarismo soviético que le tocó vivir, lo que fue una postura enormemente valiente que puso en peligro su vida (llegó a ser envenenado por la KGB y su secretaria se ahorcó después de la intervención de los servicios secretos), Cela siempre fue un señor de derechas que vivió con comodidad bajo el régimen de Franco, y que colaboró con él en numerosas ocasiones. Eso le permitió escribir sin demasiados problemas y contar con la indulgencia del régimen cuando alguna vez se pasó de la raya.
Dicho esto, vamos a matizar un poco las diferencias en este punto. Solzhenitsyn visitó España en marzo de 1976, muerto Franco, pero sólo desde hacía cuatro meses. Se sorprendió de que llamáramos a España "dictadura", habida cuenta de que los españoles podían viajar adonde quisieran, extranjero incluido, podían comprar prensa extranjera y usar fotocopiadoras, cosas todas ellas impensables en la Unión Soviética, y así lo dijo en una entrevista que le hicieron en televisión, y que incluso recuerdo vagamente. Pobre señor ¡Nunca hubiera dicho que la Unión Soviética era un régimen totalitario, y que el nuestro era un paraíso de libertad en comparación! Le llovieron capones de parte de todos los progres que poblaban la dictatorial España, siendo el más fuerte el de Juan Benet, articulista de El País y escritor que seguramente nunca se estudiará en el programa de Bachllerato, que escribió, para su vergüenza, lo siguiente:
Todo esto, ¿por qué? ¿Porque ha escrito cuatro novelas, las más insípidas, las más fósiles, literariamente decadentes y pueriles de estos últimos años? ¿Porque ha sido galardonado con el premio Nobel? ¿Porque ha sufrido en su propia carne –y buen partido ha sacado de ello– los horrores del campo de concentración? Yo creo firmemente que, mientras existan personas como Alexandr Soljenitsin, los campos de concentración subsistirán y deben subsistir. Tal vez deberían estar un poco mejor guardados, a fin de que personas como Alexandr Soljenitsin no puedan salir de ellos. Nada más higiénico que el hecho de que las autoridades soviéticas –cuyos gustos y criterios sobre los escritores rusos subversivos comparto a menudo– busquen la manera de librarse de semejante peste.
No sé si este figura se arrepintió alguna vez del párrafo de arriba. Curiosamente, otro de los progres de nueva cosecha que se unió al coro de voces que pedían poco menos que la expulsión de Solzhenitsyn fue el propio Cela, que olvidó rápidamente que era de derechas y había sido censor franquista, y puso verde a su modo (no tan vomitivo como el de Benet, desde luego) a Solzhenitsyn:
Soljenitsin no está solamente contra España, nuestro pequeño y amado país, lo cual no sería nada. Está contra Europa. Heraldo de la tristeza. No tenemos necesidad de pájaros de mal agüero.
A Solzhenitsyn supongo que todo esto le resbalaba, y me temo que dejó España pensando que los españoles éramos una panda de cretinos, y es probable que tuviera razón.
Siguiendo con los paralelismos, ambos se casaron dos veces. Bueno, en realidad Solzhenitsyn se casó tres, pero las dos primeras fueron con la misma persona. No parece muy lógico en personas que se consideran cristianas, pero Cela consiguió la nulidad de su primer matrimonio, que había durado cuarenta y cinco años antes del divorcio civil (y no voy a opinar sobre el asunto ni sobre el que le concedió la nulidad), así que, técnicamente, murió conforme con la Iglesia. En cuanto a Solzhenitsyn, ya sabemos que los ortodoxos tienen la manga ancha con eso del divorcio.
El paralelismo más claro es la cuestión de los premios: los dos tienen el premio Nóbel. También hay diferencias allí, porque a Solzhenitsyn le llegó en 1970, para convertirse en el cuarto Nóbel ruso, cuando aún le quedaba bastante por escribir, mientras que a Cela le llegó en 1989, ya más provecto y cuando sus novelas eran algo raritas y difíciles de digerir (aún recuerdo Cristo versus Arizona, del año anterior, y lo mal que lo pasé).
Yo soy español, sí, y Cela me gusta mucho como escritor (me abstendré de opinar sobre el personaje, del que no todo me gusta), pero le tengo mucha más simpatía a Solzhenitsyn. Ése sí que las pasó canutas y, además, siempre me pareció un tío honrado y consecuente, algo que, por otra parte, no siempre era el caso entre los opositores soviéticos, demasiados de los cuales estaban como una regadera. Y algunos no han madurado desde entonces.
Pero el paralelismo que me interesa ahora es el que quedó mencionado al inicio, esto es, los pinitos de ambos en la literatura hospitalaria, un género, parece ser, que sólo interesa a quienes han pasado por esa experiencia de primera mano. Pero la continuación del asunto tendrá que esperar a otro día, porque hoy, diablos, es tardísimo.
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