lunes, 1 de mayo de 2017

Undécimo año

El 1 de mayo de 2006 comenzó esta bitácora a arrojar sus pantallas al ancho mundo virtual que nos acoge. Después de unos años prolíficos, los pasados en Rusia, llegó el momento -siempre inesperado- de dejar el país, y la vida en Bélgica ha resultado menos productiva en cuanto a entradas se refiere. Bélgica es un país notable, que merece cronistas que lo glosen, aunque no es ni mucho menos tan exótico como Rusia y, por otra parte, es un lugar frecuentemente visitado por los españoles, ya desde el siglo XVI. En aquel tiempo nuestro cometido eran protegerles de los herejotes a mandoble limpio. Hoy, nosotros mismos somos incapaces de protegernos de los herejotes, y mucho menos a los belgas, pero el español que se precie sigue visitando Bélgica a golpe de compañía aérea de bajo coste.

La capital de Europa es un notable rompeolas de todas las razas y naciones. Europeos de todos los países trabajan en las instituciones internacionales que aquí tienen su sede, y descendientes -negros- de los congoleños colonizados residen por aquí sin mayor novedad, mientras que una creciente población norteafricana y sarracena se concentra en determinados barrios y ver mujeres con pañuelo en la cabeza no representa ninguna novedad. En algunos lugares, la novedad más bien es la contraria.

Para dar servicio a los ciudadanos procedentes de países donde la magia se considera una disciplina relevante, ha aparecido una serie de profesionales que ofrecen sus servicios a todos aquéllos que tienen cuitas por resolver.

Entretanto, mientras los españoles visitan Bélgica con frecuencia, yo viajo a Valencia con menos regularidad de la que me gustaría, pero con mayor frecuencia (y, desde luego, mayor comodidad) de la que podía alcanzar desde Moscú. Normalmente, cuando llego a mi piso, el buzón de correos está atestado de todo tipo de folletos publicitarios y, últimamente, también de otros de propaganda electoral, pero, de entre todos, hay uno que me ha llamado poderosamente la atención.

Es, en castellano, el mismo pasquín que recibo regularmente en mi domicilio de Bruselas, que finalmente, aunque con otros datos de contacto, ha llegado igualmente a Valencia ¡Ya somos europeos!

Quién nos iba a decir cuando entramos en la Comunidad Económica Europea que ser europeo acabaría por ser imitar a los africanos.

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