'Las joyas de la Castafiore', uno de los últimos álbumes de Tintín, es bastante diferente a los demás. En lugar de desparramarse por todo el ancho mundo, la acción tiene lugar prácticamente por completo en el castillo de Moulinsart, residencia del capitán Haddock y, por añadidura, de Tintín y del profesor Tornasol. Le falta poco para cumplir las tres unidades del teatro clásico, cosa insólita en casi cualquier tebeo, y no digamos en Tintín.
No salir de Bélgica permité a Hergé lo que estoy seguro es un desahogo profundo, porque lo he vivido, y lo sigo viviendo, prácticamente a diario. Veamos una escena.
Dejando aparte lo del teléfono, porque ya llegará el momento de hablar de Belgacom y sus esbirros, centrémonos en el marmolista, señor Boullu, pero sirve para electricista, albañil, fontanero y todo tipo de currito doméstico. Son muy amables, y prometen servir al cliente con enorme diligencia. Sigamos viendo. Un par de escenas después, es el capitán Haddock quien se tropieza con el escalón roto, con mucha peor suerte que el profesor Tornasol, porque se hace un esguince y no puede irse a Italia, a donde estaba saliendo de estampida para no tener que coincidir en su castillo con la Castafiore, que venía de visita. No sólo coincide con ella, sino con el plomo de Serafín Latón, agente de seguros que viene a visitarle, otro tipo belga como pocos.
Las esperanzas del capitán Haddock en la profesionalidad de su marmolista parecen irse desvaneciendo. Ojo a la excusa del marmolista.
Pero eso no es todo. El marmolista acaba por pasar de ponerse al teléfono y utilizar un escudo humano, lo cual, ahora que llevamos semanas para poner la encimera de la cocina y mi paciencia se ha terminado, me pone del humor que puede suponerse. Y ojalá la encimera fuera todo lo que faltara.
Varias páginas después, se ha hecho público un falso compromiso de boda entre el capitán Haddock y Bianca Castafiore, el castillo se ha llenado de periodistas, la Castafiore ha perdido, y encontrado, sus joyas, Hernández y Fernández han vuelto a hacer el ridículo... y el peldaño sigue sin arreglar, pero el marmolista tiene excelentes razones para no hacerlo.
Siguen pasando las páginas, los acontecimientos se han precipitado, y el capitán Haddock incluso se ha recuperado del esguince... pero el peldaño sigue sin arreglarse, y lo que te rondaré, morena.
Normalmente, los álbumes de Tintín acaban bien. Éste acaba así, como se ve en la siguiente imagen, y le cedo la pluma a Hergé. Yo no tengo ninguna duda de que sabía de lo que estaba hablando, y doy fe de que Bruselas está plagada, porque son una plaga, de los señores Boullu de la vida. Y todos tienen trabajo, tú...
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