Comprar una vivienda en Bruselas es una experiencia única. Vale, ya hemos hecho la experiencia de comprar un piso en España, y uno espera que, puesto que estamos en Europa y esas cosas, y tanto el sistema belga de obligaciones y contratos como el español son hijos del francés, no debería haber muchas diferencias.
Las hay, las hay.
No todo son diferencias, claro. Hay un comprador, o más de uno, y hay un vendedor, o más de uno. En este caso, se trata de sendos matrimonios.
Cuando el matrimonio vendedor, que es una pareja de sesentones jubilados, decide que están hartos de la casa donde han pasado toda su vida, que sus hijos no quieren saber nada de ella, y que mejor se mudan fuera de la ciudad, pueden poner un anuncio en el sitio que miran todos los que están activos en el sector inmobiliario belga (immoweb.be, se llama la página), y decir que no quieren saber nada de ninguna agencia, o contratar una agencia inmobiliaria. Si la contratan, ya saben que entre un 3% y un 5% de lo que saquen no lo van a ver.
En España, la agencia inmobiliaria, según mi experiencia, también intenta (y consigue) crujir al comprador, o eso hacía en los tiempos pre-burbuja, cuando compré el piso en Valencia. Quizá ahora, en estos años de vacas flacas, hayan moderado su apetito. En Bélgica, el comprador paga un montón de gabelas y se deja la pasta por ni sé los sitios, ya lo veremos, pero a la agencia no le paga un euro: ésa sólo cobra del vendedor, lo cual ciertamente tiene su lógica, porque es él quien le ha contratado.
La agencia, una vez contratada, hace unas cuantas fotos de la vivienda, la describe en los mejores términos posibles, para atraer cuantos más incautos mejor, y acto seguido pone su anuncio en Immoweb, no faltaba más, fijando un precio probablemente un 10% o un 15% más elevado de lo que el vendedor está dispuesto a aceptar. Además, pone las fotos en su propia página web, imprime unas cuantas copias y las pega en las vitrinas de sus oficinas, sin escatimar en signos de admiración.
Ahora que ya tenemos vendedor, agencia y fotos, vamos a pasar al comprador. En este caso, Alfina y yo, matrimonio en régimen de gananciales. El comprador, que ya lleva tiempo echando un ojo a Immoweb, probablemente está más que harto del ejercicio y tiene muchas ganas de que sus visitas cotidianas a la página terminen cuanto antes. Advierte el anuncio que ha metido la agencia, envía un correo y concierta una visita. Es importante reseñar que los agentes inmobiliarios trabajan en sábado, lo cual es notable en un país, como Bélgica, en que los horarios de oficina son los que son y, si a alguien no le gusta, ya sabe dónde está la frontera.
La visita tiene lugar. Aparentemente, la vivienda es habitable, tiene todo lo que hay que tener, no parece haber mucho gato encerrado, pero los cuartos de baño son típicamente belgas, no españoles. Me explico: a los belgas les gustan los cuartos de baño enormes, mientras que los españoles preferimos dedicarles el menor espacio posible, lo justo para lavarse, ducharse y hacer las necesidades. Los belgas, a veces, parece que lo quieran usar, yo qué sé, de gimnasio. Así que toca reforma.
Sin embargo, la casa mola. Mola mucho más que cualquiera de las anteriores casas vistas a lo largo de los últimos meses, y en donde siempre ha habido defectos: no tenía garaje, le faltaba una habitación, el sótano parecía la vivienda de un tipo con síndrome de Diógenes, había humedades como para entrar en los sitios con paraguas, o el precio era como pensar que había un tesoro escondido, y que entraba en el trato.
Así que los compradores reflexionamos, hacemos números, hay una segunda visita con profesional incluido, por si acaso y, finalmente, hacemos una oferta. Una oferta que es un 10% menos del precio que aparecía en el anuncio.
La oferta es rechazada. Una pequeña subida es igualmente rechazada.
Como, tras hacer números, resulta que la oferta está peligrosamente dentro del límite de lo que los compradores nos podemos permitir, reforma incluida, no hay nuevos movimientos, y la vida sigue igual.
Pero no del todo. Porque, pasan tres semanas, y parece que, por una parte, los vendedores no han recibido más ofertas; por otra, ellos mismos parecen haber encontrado algo y, claro, como que el dinero fresco viene bien en esta tesitura. Así que, a las tres semanas, los compradores nos encontramos con la sorpresa de que sí, que parece que la oferta queda aceptada. Albricias y pan de Madagascar.
En España, llegado a este punto, se paga una señal por mediación de la agencia, y cuando los compradores han arreglado el pequeño detalle de cómo pagar, se queda en una notaría, se firman los papeles, se intercambian cheques bancarios y llaves del pisito, y ya tenemos compraventa.
Bélgica, cómo no, prefiere alambicar el proceso todo lo posible. De momento, la agencia ha terminado su función, y sólo le falta poner la mano. Ya no vamos a volver a encontrarlos. Aparecen, en cambio, otros personajes de importancia capital: los notarios.
Sí, más de uno. Pero eso es materia de otra entrada.
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