La página de Internet 'rorate caeli' es una de las fuentes de información y opinión más apreciables para un católico, y mucho más si el católico, como es mi caso, es tradicionalista hasta las cachas y no va a misa en latín porque ese fenómeno no abunda por los parajes en los que resido.
Una etiqueta específica de 'rorate caeli' está dedicada a Bélgica, y no sin razón. Bélgica es un caso especialmente terrorífico de caída en barrena del catolicismo, hasta extremos de apostasía generalizada. Y, lógicamente, cuando este fenómeno se observa desde cualquier otro sitio, todo católico preocupado por su fe no puede menos que preguntarse qué rábanos ha pasado aquí para llegar a esta situación, amén de recordar ese refrán tan español sobre las barbas del vecino.
'Rorate coeli' titula su etiqueta 'El colapso belga', y lo hace con mucho tino. Bélgica era una nación creada católica, retenida católica, y que siguió siéndolo hasta un momento no bien definido de hace unas cuantas décadas. Hoy Bélgica no es católica y, muy probablemente, tampoco es una nación. Lo segundo, aunque algo de relación podríamos encontrarle, no es materia de esta entrada. Lo primero sí.
Bélgica nació como un experimento. En 1830, fecha que siguen conmemorando, porque probablemente es la única guerra que han ganado ellos solos y de cuyo resultado se pueden sentir orgullosos, el Reino Unido que mantenían con los Países Bajos se dividió, y se dividió por una cuestión religiosa... y un poquito económica también. Desde las guerras de religión de la primera Edad Moderna, la actual Bélgica se conservó católica (y algo tuvimos los españoles que ver en eso), mientras que el norte de los Países Bajos, más allá del límite al que llegaron los tercios, se hizo protestante, y eso incluía a la familia real. Los futuros belgas, además, preferían hablar francés, y un francófono, bien sabido es, tiene una tendencia muy marcada a no hablar más lengua que la suya, como si ésta le ocupase todo el cerebro. Por si fuera poco, los belgas, sobre todo los valones, se dedicaban a la industria pesada y a la minería, y la política económica del Rey de los Países Bajos, mucho más sesgada hacia la agricultura y el comercio, como que no les convenía.
Bélgica, pues, ha intentado conjugar la fe católica, que profesaban en aquel tiempo prácticamente todos sus habitantes, y la ideología liberal proveniente de la época de su nacimiento, en la primera mitad del siglo XIX. De hecho, Bélgica y Francia fueron los primeros lugares donde la Restauración tuvo que dar su brazo a torcer: el ciclo de revoluciones liberales de 1820 lo había conjurado bien, y así las revoluciones de España y Nápoles de aquel año terminaron por fracasar. En 1830, las potencias de la Santa Alianza ya no estaban en condiciones de apagar tantos fuegos, y consintieron con la revolución de febrero, en Francia, que sustituyó a Carlos X por un monarca liberalillo, Luis Felipe, de una rama segundona de los Borbones, y con la que sucedió un par de meses más tarde en Bélgica.
En Francia, la Iglesia Católica lo tuvo bastante claro y se opuso a la revolución con más o menos fuerza. En Bélgica, en cambio, hubo un interesante movimiento tendente a compatibilizar liberalismo y religión. En aquellos tiempos del siglo XIX, y de forma parecida a lo que sucedería en la España de la Restauración y del turno, había un partido conservador, más favorable a la religión, y un partido liberal, trufado de masonería y, obviamente, anticlerical de libro, pero que tampoco gritaba demasiado su condición. Fenómenos como el congreso de Malinas, en 1863, en donde se dio más o menos abiertamente carta de naturaleza al liberalismo católico, sólo podían tener lugar en Bélgica, un país que, para recordar un régimen que no fuera liberal, debía remontarse al emperador José II, que, por otra parte, fue uno de los personajes más anticlericales de su siglo.
Que el equilibrio era delicado lo demuestra lo que ha terminado por suceder. Bélgica, y su fracaso como país, es también el fracaso del intento de ciertos católicos de hacerse liberales y seguir siendo católicos. Al final, va a resultar que soplar y sorber, no puede ser.
Es costumbre echar la culpa del desaguisado al cardenal Daneels. Incluso esta misma bitácora ha pasado por ahí, pero voy a dejar de insistir en ello. El cardenal Daneels es solamente uno más de entre los clérigos que debieron pensar en que una aplicación del Vaticano II complaciente a los tiempos modernos era lo conveniente. Tales clérigos los ha habido en cualquier sitio, y muy especialmente en Centroeuropa. El mundo les aplaude y les respalda frente a la clericalla inmovilista, y ellos deben sentirse muy ufanos y celosos de haber puesto al día la desfasada enseñanza católica. Pero el resultado es que han vaciado las iglesias, mientras que la clericalla inmovilista las mantiene en bastante buen estado.
Se calcula que, en Bélgica, aproximadamente el 3% de la población asiste a misa con regularidad. El 3%. Lo increíble es que el alto clero belga parece empeñado en deshacerse, también, de ese 3%. No de otra forma se pueden entender actitudes como la del obispo de Amberes, monseñor Bonny, y sus manifestaciones a favor de todo tipo de uniones diferentes al matrimonio de toda la vida ¿Este señor ha leído bien el Génesis, o se nos ha hecho directamente marcionista? En cualquier caso, el hecho de que no le pongan inmediatamente en su sitio, cosa que no ha sucedido, da a entender que en otoño vamos a tener un Sínodo animadito, y que la iglesia belga no tiene la menor intención de pararse y considerar que igual, tomando otro camino, esquiva el precipicio.
Con el 3% de feligresía, la Iglesia Católica en Bélgica se asemeja a una gran cáscara vacía, con una imponente apariencia exterior, compuesta por templos impresionantes, y nada, o muy poquito, en su interior. Por poner un ejemplo que me es muy próximo, la Iglesia Católica en Rusia, que de liberal no tiene ni un poquito ni falta que le hace, tiene muy poca cáscara, pero el interior es riquísimo y rebosa por todos las costuras.
Lo curioso del caso es que este fenómeno del colapso belga debería poner sobre aviso a otras conferencias episcopales, como, sin ir más lejos, la española. Lamentablemente, no parece que sea así, como fácilmente podrá comprobar cualquiera que conecte los medios de comunicación de los que es titular la Conferencia Episcopal Española y se da cuenta de que, a saber a cambio de qué, no hacen más que propaganda del partido liberal que, todavía hoy, ostenta la jefatura del gobierno de España. Así, mal vamos.
Yo entiendo que, después de varios siglos de paz religiosa en Europa, la vocación de martirio la tenemos todos un poco embotada. Pero no nos toca a nosotros decidir ni el lugar ni el tiempo en el que nos ha sido dado vivir, y a nosotros nos ha correspondido la Europa del siglo XXI. Aún deberemos dar gracias porque, al menos de momento, nuestro martirio no va a ser en forma de torturas y decapitación, como nuestros hermanos de Siria e Irak, sino de discriminación, burlas e insultos, como tuvo que vivir Nuestro Señor antes de pasar a mayores.
Ésta no va a ser la última entrada sobre el colapso belga, pero a partir de ahora me voy a centrar menos en lo que yo creo que es la causa de ese colapso, que eso ya me parece que queda claro con las líneas que van arriba, y más en las manifestaciones prácticas del mismo. Que las hay, las hay, ya lo creo que las hay.
En cualquier caso, probablemente estoy en un error, porque monseñor Bonny y monseñor Daneels son belgas a más no poder y, como es bien sabido, los belgas nunca se equivocan.
Conflicto Rusia-Ucrania. Actualización mes de octubre
-
"Cuánta gente apoya la guerra, y cuántos están en contra? Si bien existen
investigaciones de opinión pública no son confiables porque mucha gente
teme re...
Hace 1 mes