Por razones que no vienen al caso, desde hace un par de años soy un asiduo visitante de Alsacia, y más en concreto de su capital, Estrasburgo. Estrasburgo es una de esas ciudades con un pasado ambiguo y con un presente ecléctico, que las convierten en un lugar de sumo interés para el visitante, porque en ella se encuentran elementos de todas las personalidades que conforman este continente en el que vivimos.
Estrasburgo fue primero romana, galo-romana, hasta que llegaron los francos, la arrasaron completamente y la fundaron de nuevo. Contra lo que pueda pensarse, los francos no eran franceses, sino lo más parecido a los alemanes de hoy que había entonces: un pueblo germánico con voluntad de expansión y notables virtudes militares. Así que Estrasburgo pasó bajo el influjo germánico, y así siguió hasta que esos germánicos se cristianizaron y Estrasburgo volvió a ser romana, porque en la Edad Media, a falta de autoridad real, quien mandaba en la ciudad era el obispo, dependiente, al menos en teoría, del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, otra construcción ecléctica de la época.
Nos queda de entonces la catedral de Estrasburgo, gótico tardío, una preciosidad hoy, y que debió de serlo aún más entonces, con los ornamentos interiores.
Caída la Edad Media, y dividida la Cristiandad, Estrasburgo fue uno de los escenarios en que se enfrentaron la mentalidad latina, predominantemente católica y romana, y la germánica, predominantemente protestante. De momento, en Estrasburgo se impusieron los protestantes, la catedral pasó a sus manos y fue despojada de todo ornato interior. Los protestantes, con sus propios dogmas litúrgicos, eran y son muy austeros con la decoración de sus templos, y en aquella época eran los amos de Estrasburgo. El obispo católico se exilió, Calvino mandó una serie de misioneros desde la no muy lejana Ginebra y, aunque no dejó de haber culto católico, se quedó en minoría. El alemán (o algo remotamente parecido al alemán) se impuso como lengua de la ciudad, y los apellidos dominantes en Alsacia, aún hoy, no son precisamente Durand ni Dupont.
La reacción galorromana, por así llamarla, llegó a finales del siglo XVII, cuando Francia emergió como primera potencia europea tras las guerras contra España. Luis XIV se anexionó Estrasburgo sin demasiada oposición, el obispo volvió a la ciudad y la catedral volvió a ser católica y a albergar imágenes de santos. Los protestantes, sin embargo, siguieron existiendo con cierta tranquilidad, incluso tras la derogación del edicto de Nantes. Aun hoy tienen varios templos y, en particular, el segundo en importancia de la ciudad.
La verdad es que no busqué adrede que la señal de prohibido el paso cubriera la puerta, pero, una vez hecha la foto, no puedo menos que mencionar que, si existe una crisis de enorme importancia en la Iglesia Católica en lo que toca a la práctica de la fe, lo de las iglesias protestantes, al menos en Europa, adquiere proporciones épicas. En las muchísimas veces que he pasado frente a este templo, o al de Sainte Aurélie, que es por donde me suelo alojar, jamás lo he visto abierto ni, por supuesto, a nadie entrar en el mismo. No se diría sino que la señal de prohibido el paso tiene fundamento.
Tras la anexión francesa, las cosas no cambiaron demasiado. El Antiguo Régimen, incluso en un país tan absolutista como Francia, era mucho más tolerante que lo que está terminando por ser el nuevo. Cada cual iba a la suya, y el poder central (no muy central) dejaba hacer. Cuando cambiaron las cosas, ahora sí, fue con la Revolución Francesa. Si París había dejado hasta entonces a las provincias hacer hasta cierto punto de su capa un sayo, las cosas iban a cambiar mucho. Pero mucho mucho.
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