Durante el viaje de estos chicos necesitaba alguien en quien desahogar mis penas. En Valencia quedaba mi amigo Sepp von der Ebene, conocido común de ellos y mío, que ya ha aparecido en alguna entrada de esta bitácora.
Querido Sepp:
La verdad es que esta gente no deja de sorprenderme. Sus últimas aventuras por estos parajes son dignas de mención, y a ello voy, a mencionarlas.
Anteayer hicieron un esfuerzo supremo y se levantaron tempranísimo, de forma que consiguieron llegar al Kremlin, que era su objetivo para el día, a la una, cuando solamente hacía tres horas que lo habían abierto. Consiguieron pasar por precio de estudiante enseñando los DNI, en su estilo, liando a la cajera y mientras una rusa a la que habían convencido para que les ayudara por si fallaba lo de los DNI ("Idióms?") se aguantaba la risa como podía. Allí lograron que la milicia le cascara a Kúkoch una multa de 25 rublos por hacer fotografías dentro de una de las catedrales, mientras Spassky, que era el dueño de la cámara fotográfica, huía hacia el otro lado, dejando la solidaridad y otras zarandajas para otro momento.
Luego pasaron a recogerme al trabajo, y fuimos a comprar los billetes a San Petersburgo, no sin que Manolo, con un ataque agudísimo de hambre, insistiera en comer algo, lo que fuera, por el amor de Dios, y acabáramos comiendo un burrito en el metro. Bueno, Manolo se comió dos, y más hubiera comido si no fuera porque ya nos iban a cerrar la taquilla de los billetes y hubo que arrancarle de allí a la fuerza.
En la taquilla se portaron bastante bien. Sólo cambiaron de opinión siete veces sobre los trenes que querían tomar a San Petersburgo.
Pero a continuación tenían uno de los grandes problemas de su estancia ¿Cómo comportarse en sociedad? Porque, de forma totalmente incomprensible, les cayeron bien a mi novia, que se empeñó en invitarles a cenar, algo absolutamente insensato, pero, ¿qué se le va a hacer? Sin embargo, superaron la prueba con bastante solvencia, e incluso llevaron algún regalito a la anfitriona: un paquete de espaguetis de cuatrocientos gramos, un paquete de griechka, una botella de jarabe de fresa, otra de kvas y un rollo de chocolate (con mucho pan y poco chocolate). Además, como hacía calor, al llegar a la casa se quitaron unánimemente los pantalones para estar más cómodos y se quedaron en calzoncillos. Mi novia debió respirar profundamente cuando se fueron, pero no debe haber quedado demasiado disgustada, porque ¡se viene con nosotros a San Petersburgo! Creo que mi novia no me va a durar demasiado, a este paso.
Ayer tuvo lugar uno de los días más emocionantes de su estancia. Tortajada (la excepción culta del viaje) huyó de casa por la mañana un rato, pero contó con la solidaridad de Kúkoch, Spassky y Manolo, que se quedaron sobando y vegetando por casa hasta las cuatro de la tarde, y sólo entonces, al volver Tortajada, fueron a comprar algo para comer. Después de una siesta (todo era poco para descansar del día anterior), decidieron que nunca habían cogido un tranvía en Moscú, y que ya iba siendo hora. A las ocho de la tarde, o sea, poco antes de llegar yo del trabajo y de comprar mis billetes a San Petersburgo, decidieron salir valientemente de casa y tomar el primer tranvía que les paró cerca. Subieron, llegaron hasta el final de trayecto, y el conductor les obligó a bajar; obedientes, bajaron, se quedaron a la puerta, hasta que el conductor les dijo que ya podían subir. Subieron, y les llevó al otro final de trayecto, y les obligó a bajar. Bajaron, esperaron ya a que les volviera a dejar subir... y el conductor arrancó y se fue, porque eran las once y se iba de retiro. No me han conseguido explicar cómo volvieron a casa, pero me consta que lo conseguieron.
Su idea para hoy consistía en ver la galería Tretyakov, ya sabéis, el museo ese de iconos. Los iconos son "esos cuadricos que venden en las tiendas de souvenirs", según su definición. Luego no sé lo que pretenden hacer, porque tal vez se cansen por allí y porque no me quedó muy claro cómo van a estructurar el resto de su estancia. En todo caso, envío una nueva selección de frases, profundas como ellas solas.
"Alfor, ¿te molesta que me quite los pantalones largos en el ascensor?" (Manolo, entrando a casa en calzoncillos) "Es que, si te molesta, me los quito dentro de casa".
"Oye, dime qué hay de postre, a ver si me conviene repetir el primer plato" (Kúkoch, a mi novia, que les había invitado a cenar)
"¡Qué desinhibidos son!" (Mi novia, a mí, después de que Kúkoch, Manolo y Spassky se quitaran los pantalones largos y se quedaran en calzoncillos)
"Hay confianza, ¿no?" (Kúkoch y Spassky, antes de quitarse los pantalones)
"Oye, yo no he venido a Moscú a quedarme entre cuatro paredes ¿Vamos mañana al museo ése?" (Tortajada, tal vez un poco harto del plan)
"Bueno, va, habrá que ir." (Spassky, compasivo)
"Oye, Alfor, a mí no me gustan los cuadros, dime algo donde pueda ir" (Manolo)
"Venga, cabrón, vente al museo, a ver si te culturizas un poco" (Spassky)
"Puedes ir a pasear por la calle, a ver tías, porque, para encontrar algo que te guste más..." (Yo, pasando ya un poco de esta gente)
"Y por la tarde podíamos ir a esa calle Arbat que os conté..." (Tortajada, otra vez, hojeando el libro sobre Moscú que se ha comprado)
"¿Mañana por la tarde? No, no hagamos planes a largo plazo" (Kúkoch)
"Alfor, ¿aquí la gente es feliz?" (Manolo, sin avisar)
"Nos esperan un par de días muy duros en San Petersburgo. Habrá que descansar." (Spassky, tumbado en el sofá)
"Podríamos no comer en San Petersburgo ¡dureza!" (Kúkoch)
"¿Qué hay que ver en San Petersburgo?" (Tortajada)
"¿Hará frío en San Estrasburgo?" (Manolo)
"A San Petersburgo podemos llevar una cazuela de espaguetis. Fríos, y con aceite y nueces están buenísimos. Yo lo hacía siempre en la objeción." (Spassky)
"Hemos tenido un día durísimo" (Spassky, diciendo ¡uf! sentado en el sofá, después de explicar lo del tranvía)
Vaya, que San Petersburgo promete. Ya mandaré algo. a ver si me comentáis qué reacciones despierta en Valencia su estancia aquí. Avisaré cuando vayan a volver, para que Rita Barberá tome medidas preventivas.
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