El alcalde Moscú, Sergey Sobyanin, sigue en sus trece de aligerar el transporte público local. Tras pasar por la experiencia, probablemente poco agradable, de comprobar personalmente cómo es el tráfico de la ciudad en hora punta, se está dedicando a elaborar planes de, como dicen ahora los finos, movilidad. Toda la vida habían sido de transporte, pero ahora la moda consiste en llamarlos de movilidad.
Sobyanin quiere acelerar la construcción de líneas de metro y poner en servicio 82,5 kilómetros más; también se plantea la construcción o reparación de otros ochenta kilómetros de carreteras principales. Esto no es nuevo. No hay plan de transporte ruso (¡y hay muchísimos!) que no se haya planteado la construcción de más líneas de metro y de más carreteras. Pero, atención, porque en esta ocasión hay algo más.
En esta ocasión, a juzgar por lo que dice
Vedomosti (que es un diario económico de la misma cuerda que el Moscow Times, pero en ruso), y traduzco:
Los autores del programa también apuestan por la bicicleta. "Se desplaza por la ciudad con una velocidad media de 17 km/h y rodea cualquier atasco, mientras que la velocidad media del automóvil asciende a 25 km/h, y en la horas punta no supera los 17 km/h", alaban así las ventajas de la bicicleta. Un kilómetro de trayecto le cuesta de media al automovilista una media de 5 rublos, y otro tanto son los gastos del Estado, por ejemplo, en infraestructura, según consideran los autores del programa, de modo que los desplazamientos en bicicleta ahorrarán dinero a los ciudadanos y a la ciudad. Proponen construir, hasta 2016, no menos de 150 km. de rutas ciclistas y carriles-bici y construir 10.000 sitios de aparcamiento para bicicletas.Al leer esto, una lagrimilla de emoción rodó por mis mejillas, y no pude evitar retroceder en el tiempo al lejano 1983, en la Valencia de mis entretelas, tan diferente de la que tenemos hoy, casi treinta años después, desarrollada y endeudada por igual.
Hace tanto tiempo de aquello que Rita Barberá, que parece que ha estado al mando de la ciudad desde su fundación, ni siquiera era alcaldesa. Lo era Pérez Casado, sociata él y último alcalde varón que hemos tenido. En aquel entonces, yo iba al colegio, situado en la otra punta de la ciudad, en autobús, con un grupo de compañeros de distintos cursos que vivíamos más o menos por la misma zona y nos recorríamos la ciudad de cabo a rabo a diario.
Un buen día, uno de los compañeros de viaje, Vicente, dejó de venir en el autobús y pasó a recorrer la ciudad de cabo a rabo, pero a pie. Poco después, cuando le preguntamos por qué había dejado de venir con nosotros, nos respondió que se guardaba el dinero del viaje y que en unos cuantos meses se compraría una bicicleta con los ahorros que conseguía así.
Naturalmente, no le hicimos mucho caso. Una bicicleta.
Quin pensament.Al cabo de unos cuantos meses de peregrinación, y de muchos kilómetros de marcha y contramarcha, Vicente logró ahorrar lo suficiente y se compró la bicicleta, con lo que sus viajes al colegio volvieron a ir sobre ruedas, pero más estrechas que las nuestras. De vez en cuando lo veíamos desde la ventana del autobús, mientras todos los adolescentes que se cruzaba y los veían le jaleaban en burla llamándolo "¡Lejarreta!" o "¡Arroyo!". Qué digo todos los adolescentes: yo mismo me burlé de él en alguna ocasión.
Pura envidia, lo reconozco. Ese verano hice algo que me había impedido tomar el ejemplo de Vicente: aprender a montar en bicicleta, lo que me costó algunas caídas y conocer de primera mano el fondo de varias acequias de mi pueblo, pero se consiguió. Lo que no me planteé, aún, fue usar la bicicleta en Valencia hasta algunos años después.
Pasados estos años, en Valencia, el alcalde Pérez Casado había sido descalabrado por su propio partido (ya entonces lo hacían), que designó para sucederle a Clementina Ródenas, sociata de Ayora y residente en Rocafort, que no estaba muy claro qué hacía de alcaldesa en una ciudad en la que ni había nacido ni vivía, pero estaba. Más o menos por entonces se puso en marcha la primera red de carriles-bici de Valencia. Básicamente era un sólo carril que conectaba el centro con el campus universitario de Blasco Ibáñez, así que llamarlo red era, por lo menos, pretencioso, pero se encontró de frente a la oposición, que en aquel entonces eran Martín Quirós, pepero él, y el líder de la oposición, el recordado Vicente Martínez Lizondo, de Unión Valenciana, que, siempre vehemente, aseguraba que eso del carril bici era un gasto inútil y que nadie iba por él. Cosa normal, porque no llevaba más que a la universidad desde un lugar donde no vivían universitarios.
En aquel tiempo, los transportes municipales de Valencia estaban de huelga casi todas las semanas, así que durante muchos días me tocó, a la fuerza, seguir el mismo recorrido de mi compañero Vicente mientras ahorraba para la bicicleta. Al final, ya ni esperaba el autobús y echaba a andar directamente hacia la universidad. Y, al final, como Vicente, acabé por traerme la bicicleta del pueblo, en un viaje emocionante de cuarenta y pico kilómetros con final urbano por primera vez en mi vida, y en dar comienzo a mis rutas ciclistas urbanas entre las oraciones de mi madre, que no estaba muy convencida de la seguridad del artefacto. Me tocó pagar en mis propias carnes las burlas de los adolescentes que me cruzaba, que no dejaban de llamarme "¡Perico!", "¡Lucho!", ¡Parra!".
Pasados un par de años, la oposición pasó al poder, y Rita al sillón de la alcaldía, que no ha dejado desde entonces. González Lizondo pasó a ser primer teniente de alcalde, con lo que el carril bici, como era de esperar, aunque no fue suprimido, quedó bastante estancado. Yo iba por él cuando no tenía demasiada prisa, cosa poco frecuente, pero la gran mayoría de mis desplazamientos, igual que hoy, eran por la calle pura y dura. Lo que no cambiaban eran los adolescentes gritándonos a los ciclistas en tono de burla, cada vez menos "¡Perico!", y cada vez más "¡Induráin!".
Y eso que Valencia, fuerza es decirlo, ha mejorado enormemente en cuanto a comodidad ciclista se refiere. Hoy hay algo más de cien kilómetros de carril bici, servicio de alquiler de bicicletas y cada vez que voy a Valencia veo más y más ciclistas, eso por no contar los recorridos por el río saliendo de la ciudad, que han mejorado igualmente. El plan-E, del que tanta gente se ha reído, le ha dado un impulso final y, aunque quedan muchas cosas por hacer, las cosas han cambiado muchísimo desde que Vicente ahorró lo suficiente para comprarse una bicicleta y convetirse en el primer ciclista urbano del que tuve conciencia.
Eso sí. Los adolescentes siguen gritando cosas. Aunque ahora simplemente gritan: "¡Dopado!"
Y ahora, pregunta, ¿será el plan de transportes de Moscú el comienzo de un desarrollo ciclista como el de Valencia? A ver si a la próxima medito sobre el asunto.