Esta vez estaba todo previsto: nada de salir corriendo desde el trabajo, nada de precipitaciones, nada de carreras desesperadas. No. Esta vez me había tomado libre el día enterito, había terminado todo el trabajo pendiente, pero todo todo; había pedido un taxi para salir con muuuucho tiempo. Las maletas estaban hechas, las compras de rigor realizadas... todo estaba programado para que el viaje familiar a España por Navidad no fuera el típico momento de nervios de todos los años, sino algo distinto, civilizado, del siglo XXI, algo placentero, casi como de turismo desahogado.
Pero no.
En Moscú, más que en cualquier otro sitio, el hombre propone, y Dios dispone. Además de Dios, da la impresión de que dispone mucha más gente, con lo cual de la propuesta original queda lo que queda.
A las dos el taxi debía estar en la puerta de casa. Las maletas estaban a punto de salir. En Moscú, para pedir un taxi, llamas con varias horas de antelación (si no, olvídate) y, como media hora antes de que llegue el coche, te llaman de la compañía de taxis para avisarte de la marca y matrícula del taxi que te envían, porque la mayoría de los taxis no se distinguen de los coches normales. Algunos sí son de color amarillo o negro, como en Barcelona, pero la casi totalidad son cualquier turismo sin ningún atributo externo, así que mejor es que sepas cuál es la matrícula, porque, si no, chungo.
Esta vez la llamada llegó con un mensaje más inquietante que de costumbre.
- El taxi llegará con algo de retraso, quizá unos veinte minutos. Está en un atasco.
- Bueno, veinte minutos entra dentro de lo aceptable. Aún valdría.
Cuando un atasco moscovita se mete de por medio, puede pasar cualquier cosa, pero ninguna buena. Mientras la familia se despedía hasta después de año nuevo, yo daba paseítos arriba y abajo de la habitación, mirando el reloj.
El teléfono sonó de nuevo.
- Le quería decir que el taxi sigue en el atasco. Calculamos unos veinte minutos de retraso.
- Bueno, ya les he dicho que eso valdría.
En esos momentos es cuando uno comienza a pensar en un plan alternativo de llegar al aeropuerto con varias maletas y tres niños, en un ambiente cubierto de nieve y hielo y a diez grados bajo cero ¿Helicópteros? ¿Telequinesis? ¿Magia? ¿El coche de San Fernando?
El teléfono sonó de nuevo.
- Oiga, que el taxi continúa parado en el atasco, y que no sabemos cuándo llegará. En el último cuarto de hora no se ha movido ¿Continúa usted interesado en que se lo enviemos, o prefiere renunciar?
Tapé el auricular del teléfono mientras rechinaba los dientes, para no asustar a la operadora, que probablemente no era responsable del problemón que se nos venía encima. Por otra parte, una de las ventajas de saber idiomas distintos al ruso es que puedes maldecir e insultar en valenciano, o en lo que sea, sin que tu interlocutor se entere de qué va la cosa ni se ofenda.
De todas formas, uno es educado y reprime sus instintos más primitivos, así que, en lugar de un "Puede usted meterse su m**rd* de taxi por donde le quepa", que era lo que me pedía el cuerpo que dijera, la cosa quedó en:
- Bueno, señorita, en estas circunstancias, renuncio al taxi.
Claro que ahora había un problema.
Pero su solución queda para la próxima entrada.
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