Los que tenemos que tratar con moscovitas no dejamos de asombrarnos de la manía que tienen, en cuanto tienen un poquito de poder, de utilizarlo en basurear al personal a base de bien, incluso en asuntos que son en su beneficio. Se diría que hay una especie de reafirmación personal en humillar un poquito al prójimo. Así, el funcionario te hace esperar sin ninguna necesidad, el cajero del banco te pone todo tipo de trabas, el empresario remolonea hasta el último momento a la hora de concederte una cita, la vigilante del metro mira con desprecio a los pasajeros y ruge a los que se atreven a preguntarle algo, la secretaria del jefe se cree alguien y mira por encima del hombro a las demás secretarias, a las que trata con un desdén brutal... vamos, que flota en el aire una mala uva que es infinitamente más dañina que la contaminación ambiental. Y os aseguro que la contaminación ambiental es la repera.
Pues bien, que nos sirva de consuelo a los guiris que somos basureados que esta actitud no es nueva ni muchísimo menos. Ahí, en la imagen de la izquierda tenemos una de las referencias históricas más acabadas del basureo. El cuadro es obra de Víktor Vasnetsov, uno de los grandes pintores rusos y el no va más del género histórico y religioso, que acabó sus días en 1926 en la confusión de un estado diferente al que le había inspirado, como otro de los grandes, Nesterov. Pero eso ya será cosa de otra entrada.
El señor representado en el cuadro es Iván IV, apodado "el Terrible" (1530 - 1584). Efectivamente, parece que el pobre hombre no era de trato precisamente agradable. Subió al trono al morir su padre cuando tenía tres años, se quedó huérfano de madre a los ocho y durante su infancia los boyardos le basurearon a base de bien, por lo cual tomó ojeriza a todo quisqui. Cuando consiguió hacerse con el bastón de mando, se dedicó a caer mal al mundo entero, además de a asesinar a diestro y siniestro, a casarse repetidamente (Enrique VIII, a su lado, era un aprendiz) y a conducir guerra tras guerra. Pero eso es secundario: lo principal es que era un maestro en el arte de basurear. Porque basurear puede ser un arte, ya lo creo que sí.
En 1557, Iván el Terrible pilló un cabreo de dos pares de narices cuando a unos artesanos alemanes que había contratado les denegó el visado de tránsito (por hablar en términos actuales) la Orden de Livonia, una rama de la Orden Teutónica, que dominaba los territorios de lo que hoy son Estonia y Letonia y por donde los artesanos de marras tenían que pasar sí o sí. La verdad es que la Orden Teutónica estaba bastante lejos de ser lo que había sido en los siglos XIII y XIV, así que Iván, que estaba crecido después de sus últimas victorias bélicas, les pidió un tributo de los que hacen pupa al bolsillo. La Orden de Livonia, muchos de cuyos miembros, pero no todos, se habían pasado al protestantismo, estaba en plena disolución (efectivamente, se disolvió tres años después), por lo que intentó evitar un choque armado y, de momento, envió una embajada a Moscú con el fin de arreglar las cosas.
La embajada no tuvo éxito. Los regateos de los caballeros teutónicos no dieron resultado, con lo que los miembros de la legación se volvieron para el Báltico, pero el último día antes de irse, recibieron una invitación a cenar por parte del mismísimo zar. Los diplomáticos alemanes, supongo que contentos por cenar de gorra y con el zar, que sería antipático y un psicópata de categoría, pero les daba papeo, llegaron al Kremlin, se sentaron a la mesa y se encontraron con que los platos estaban vacíos, y así siguieron, porque nadie les sirvió en toda la noche ni siquiera las sobras del mediodía. El zar, por supuesto, ni apareció por allí. Toma basureo.
Y así hasta hoy, maldición, que no hay ruso con algo de poder entre sus manos, o que crea que lo tiene, que no lo use en aplastar al prójimo. Y, si para ello hay que renunciar a los buenos modales, se renuncia. Lo primero es lo primero.
Al que le fue peor fue al propio Iván el Terrible. La guerra de Livonia duró entre 1558 y 1582, nada menos, y dejó a Rusia enfrentada a la Unión Polaco-Lituana, a Suecia, a Curlandia, a los turcos y prácticamente a todo hijo de vecino, hasta que al final Iván tuvo que darse por vencido, reconocer su derrota, y murió poco después, probablemente dando un alivio tremendo a todo el que había tenido que soportarlo. Como, en vida, se había cargado a toda su familia, hijo mayor y alguna esposa incluidos, le sucedió su segundo hijo, que era tonto perdido y con el que extinguió la dinastía. Rusia, tras su reinado, quedó tan hecha cisco que por poco no desaparece a manos de los polacos.
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