La lectura de la Biblia correspondiente al lunes, 2 de octubre, fue del libro de Job. Creo que todos conocéis la historia. A Job (que ha pasado a la posteridad como ejemplo de persona paciente) todo le va de narices, y entonces Satanás le dice a Dios que, claro, así no tiene mérito que Job respete y alabe a Dios. Entonces Dios le da permiso a Satanás para que le provoque desgracias a Job, y vaya que Satán se las provoca: le deja en un día en la miseria y le mata a todos sus hijos. Pasan todas las desgracias, y entonces llega el hermoso pasaje siguiente (Job, 1, 22):
Entonces Job se levantó y rasgó sus vestiduras, se rapó la cabeza, se postró por tierra en oración y dijo: "Desnudo salí del vientre de m madre y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó ¡Bendito sea el nombre del Señor! A pesar de todo lo sucedido, Job no pecó ni protestó contra Dios.En tiempos de Job,
Aeroflot no existía. Por eso no podemos saber si Satán, entre sus torturas, hubiera puesto a Job a comprar un billete de avión en Aeroflot, pero es muy posible que sí. Y siempre nos quedará la duda de saber si Job hubiera sido capaz de resistirlo sin blasfemar.
Aleccionado con las lecturas del día (sin las cuáles no sé si me hubiera atrevido a la hazaña), entré en las oficinas de Aeroflot con ánimo de comprar, no uno, sino cinco billetes. Esta actitud levantisca de desafío al destino ha tenido reflejo en
la más reciente literatura bitacoril (de lectura altamente recomendada), y no pude menos que experimentar un escalofrío al entrar en la cámara de torturas. Conmigo entró
Carbuncho, que en algún momento me sirvió de testigo. Gracias, Carbuncho.
Precavido, había hecho una reserva previa por internet y había ya metido todos los datos de pasaportes, billetes, y hasta tenía la tarifa. Calculé que eso ahorraría la mitad del tiempo de trabajo de la dependienta. Como si Dios quisiera librarme de una prueba superior a mis fuerzas, no había
cola y pasé directamente al potro.
- ¿Usted a dónde va?
- A Madrid. He hecho una reserva. Serán cinco billetes.
Y puse encima de la mesa las instancias, cinco fotocopias de pasaportes, las tarjetas de cliente frecuente, la de crédito, y copias impresas de la página de internet de las reservas. Y, además, un vale de descuento por cien dólares procedente de la última vez que Aeroflot salió con un retraso de ocho horas, y me tocó a mí.
- Uffffff... - la dependienta lo miró todo- Y este Alfor Fon, que tiene derecho a estos cien dólares, ¿quién es?
- Pues yo.
- ¿Y eso cómo lo sé? En la reserva sólo pone Alfor.
- Pues miré, es que en España tenemos dos apellidos. Somos así, y el que redactó el descuento en España lo sabía.
- ¿Y yo cómo lo sé?
- Se lo prometo.
- ¿Y para qué me vale su promesa? Aquí, viene uno, luego se va...
- Oiga, mire mi pasaporte, que lo tiene aquí.
- Que sí, que es él -terció Carbuncho.
Al final, a regañadientes, aceptó el vale. Uno a cero.
No sé si por suerte o por desgracia, desde donde estaba sentado tenía visión de la pantalla de ordenador. La verdad es que la aplicación de emisión de billetes parecía bastante intuitiva y sencilla, pero nada es bastante sencillo cuando hay una dependienta de Aeroflot a los mandos. La mujer parecía querer implicarme en la operación; el caso es que iba murmurando lo que iba haciendo. Iba pasando el tiempo. Carbuncho, más afortunado que yo, ya había pasado la prueba.
- Y ahora le pongo la edad del niño... le hago el descuento... Irina, ¿cómo se escribe "discount"?... diez mil trescientos rublos... más otros diez mil trescientos que teníamos... llevo cinco... ya se ha vuelto a estropear la calculadora... ¿cuál decía que era su número de tarjeta de crédito?... ¡vaya, la pantalla en blanco otra vez! Habrá que comenzar de nuevo... ¿y dice usted que el descuento también se aplica a los niños?
- Sí-i-i... -dije con la vocecilla que me quedaba.
- Voy a preguntar... -y se levantó y fue a la habitación vecina- Natasha, ¿el descuento se acumula al infantil?
- ¡Pues claro! -gritó Natasha- ¡Claro que se acumula!
- Vale, vale... -y volvió a su sitio- ¿Por dónde iba?... ¡Ah, sí, creo que estaba contando!... Pues no, me he descontado, empezaré desde el principio... A ver... Irina, ¿este billete que sale por la impresora es tuyo? ¿No? ¿Pues de quién es? Huy, me he vuelto a descontar... Se me ha olvidado el año de nacimiento de su tercer hijo... ¿Que éste no es su hijo? Es que tienen ustedes unos nombres muy raros... Irina, quita ese billete de la impresora... Natasha, no me gusta nada esa tos...
(media hora de un monólogo insufrible...)
"Recuerda, Alfor, el libro de Job. No pierdas la calma", traté de contenerme.
(otra media de monólogo estremecedor)
- Qué extraño... me sale un precio muy alto... ah, no, que es el número de la tarjeta de crédito.. quítela de en medio, venga... Natasha, eso es un virus que está paseándose por ahí... Acabaremos todos enfermos, ya lo verá... ¿y ahora cómo le cuento yo al programa que usted paga en parte con la tarjeta y en parte con el vale? Probaré con este botón... no sale... ¿y con éste?... tampoco... Hmmmm... tenía que haberle hecho pagar en efectivo... pero ya he pasado la tarjeta... ¿qué me dirán en caja?... Natasha, debería usted irse a casa, ¡qué tos más fea!... He vuelto a olvidar la fecha de nacimiento de sus hijos... anda, la pantalla se ha puesto en blanco otra vez... ¿empiezo otra vez, o sigo?
(otro buen rato de tortura psicológica)
Ya mis rodillas estaban trémulas y mi tronco se balanceaba hacia delante y hacia atrás en un intento de controlar las convulsiones que se me apoderaban. "Job, Alfor, Job, acuérdate de Job", decía para mis adentros.
(otro largo intervalo de naderías en discurso)
- A ver, vamos a imprimir uno... compruebe los datos... ¿está correcto? ¿Sí, de verdad? ¡Qué cosas! Vamos a probar con otro, a ver si también está bien.
Fueron saliendo los cinco billetes, lentamente, de la impresora.
- Firme, firme como que está de acuerdo con las condiciones del billete, y firme aquí, y también aquí... mire, no se vaya todavía, que voy a bajar a caja a ver si lo he hecho todo bien, o tenemos que hacer los billetes de nuevo.
Un escalofrío recorría mi espalda mientras la dependienta bajaba y subía. Oí sus pasos, acercándose, desde mi asiento.
- Todo está bien.
"¡Alabado sea el Señor!"
- Perdone que hayamos tardado tanto. Es que ¡todo es tan complicado!
- No pa-sa na-da -balbucí, mientras me levantaba.
Bueno, pues ya sé que pasaré las Navidades en España, si Dios quiere. Prueba conseguida.
"Después, el Señor cambió la suerte de Job, porque él había intercedido en favor de sus amigos, y duplicó todo lo que Job tenía. (...) El Señor bendijo los últimos años de Job mucho más que los primeros. El llegó a poseer catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas." (Job, 42, 10-12)
Algo así se siente uno, sí...
Salía de la cámara de tortura, cuando la dependienta aún dijo:
- ¡Natasha! He hecho cinco billetes, tres de ellos de niños, con dos reservas, con descuentos, y pagando con un vale y con una tarjeta de crédito ¡Y lo he hecho sola!