Después de la visita a los paisajes industriales devastados, había llegado el momento de la comida. Paramos en un restaurante, y en él el Presidente comarcal había reservado mesa.
La cocina rusa, y que no se enteren ellos de que digo esto, es simple.
- Oiga, ¿y tienen ustedes una cocina local? -pregunta Oskarl.
- Sí, claro, tenemos pescado.
- Ah.
Comer, se come. Primero los entremeses, y durante los entremeses llega el primer brindis, que corresponde al anfitrión. Petrovich, nuevo ruso de pro, ha sido comisario político en Cuba, donde guarda un excelente recuerdo del comandante Fidel, al que imita en cada brindis. Luego, cuando le tocó la dirección de la ingeniería con sus contratos cautivos, los sueldos de ciento cincuenta dólares a sus ingenieros y sus beneficios exorbitantes, descubrió que bueno, podía seguir siendo comunista, pero ¿por qué no iba a comprarse un Lexus? (eso sí, primero vio que no habia ningún coche más caro)
- Compañeros y compañeras, muchachos y muchachas, "señoros" y señoras - y golpea la copa con su tenedor -. Quiero pronunciar un brindis por nuestros amigos que han venido de lejos a participar en nuestros proyectos, por nuestra amistad, y porque nuestras ideas se transformen en realidad... - y así una retahila interminable de deseos.
Todo el mundo levanta su copa, la choca, y bebe. Alf, y no sólo Alf, que sabe lo que pasa, se limita a mojar los labios sin tragar nada. Pero Oskarl, no sé muy bien si por obligación o por devoción, y el Ingeniero, posiblemente (pero sólo posiblemente) por ignorancia, sí que apuran sus copas.
El segundo brindis lo pronuncia el invitado. Oskarl lanza un alegato similar en favor de la amistad y de los proyectos comunes. Copas arriba, y hasta el fondo. Por fortuna, no hay un control estricto de que todo el mundo apura su copa (hay sitios donde sí lo hay), así que puedo seguir con la táctica de humedecer los labios sin tragar.
El tercer brindis debería ser por las mujeres, y a partir de ahí nadie está realmente en condiciones de seguir un ritmo claro. El decimosexto brindis suele haber terminado con la lucidez del más pintado, hasta el punto de que no falta el insensato que pronuncia el decimoséptimo. Sólo cuando se hace realmente tarde, la gente se retira a su siguente etapa.
En cuanto al Ingeniero, balbucea algunas cosas ininteligibles, dirigiéndose a mí; a la quinta vez que repite la frase me parece oír una referencia a no sé qué de una siesta. Evidentemente, tiene problemas de pronunciación, ya perceptibles desde que le tocó a él pronunciar su brindis y no supimos en qué idioma estaba hablando. La verdad es que, a esas alturas, ya importaba poco.
Una hora después nos metieron, ya en la capital, en otro restaurante, y hala, vuelta a empezar. Otros veinte brindis mal contados y otra vez el comunista capitalista de Petrovich contando sus aventuras en la Cuba de Fidel. El decimoséptimo brindis me tocó a mí.
- "Señoros", señores -dijo Petrovich-, muchachos, muchachas, ¡compañeros! Va a pronunciar un brindis este camarada de nombre tan complicado, Alf.
Me levanté con la copa en la mano.
- Señores, amigos, no voy a brindar por Fidel, sino que voy a brindar por la ciudad que hemos visitado, K***, así como por el Presidente comarcal, aquí presente y, como contrapunto a sus brindis, Valery Petrovich, a sus brindis con matices rojicubanos, por el fundador de la ciudad en 1903, teniente S, y por su superior, Su Alteza Imperial Nicolás II.
La verdad es que fue un gustazo hacer brindar a Petrovich por Nicolás II. Apuré mi copa hasta el fondo, ahora sí ¡Viva el zar legítimo!