sábado, 18 de octubre de 2025

Camino de Santiago en Bruselas: San Gilles

Ya hace algún tiempo que, siguiendo el camino de Santiago en Bruselas, nos quedamos en la Puerta de Hal y en el monolito y placa que el gobierno autonómico gallego, llamado Xunta en el romance vernáculo, donó a las autoridades bruselenses y que pide a gritos una reparación.

Naturalmente, el camino continúa hacia el sur. Aunque nada lo indica, porque actualmente no hay separación urbana alguna, lejos de lo que ocurría cuando las murallas de Bruselas dejaban bien claro dónde terminaba la ciudad, hemos cambiado de municipio. Seguimos, sí, en la actual región de Bruselas, esa enorme conurbación de diecinueve municipios, pero ahora estamos en San Gilles.

San Gilles es un feudo portugués, por así decirlo. Los emigrantes portugueses que acudieron el siglo pasado a trabajar a Bruselas se pusieron a vivir aquí, no muy lejos de los españoles, que, como vimos, estaban en Marolles, intramuros. La diferencia es que muchos descendientes de aquellos portugueses siguen viviendo en San Gilles, hasta el punto de que el municipio está trufado de churrasquerías y no es difícil escuchar la lindísima lengua portuguesa a poco que uno pegue la oreja a la conversación que pueda mantener un grupo de personas morenas, sí, pero no de raza negra. Entretanto, todo hay que decirlo, también hay brasileños y probablemente africanos lusófonos, aunque éstos, como me decía un profesor mío portugués con cierta retranca, no hablan portugués, sino pretogués.

La imagen que ilustra esta entrada es la iglesia parroquial de San Gilles, en la cual, naturalmente, se celebra misa en portugués. Se supone que también hay una misa en español, pero la única vez que asistí a ella la celebró un sacerdote que lo hablaba con mucha dificultad, asistido por una religiosa brasileña que tampoco lo tenía como lengua nativa.

Pero bueno, lo que uno espera cuando va siguiendo un camino, sobre todo en el complejo escenario urbano, en el que hay calles por doquier y, por tanto, muchas posibilidades de desviarse, son marcas, señales, algo que guíe al caminante.

Un poco más allá de la iglesia de San Gilles, subiendo hacia la barrera, que es el lugar donde se situaba la antigua aduana de entrada en Bruselas, encontré por fin la señal que iba buscando. A partir de aquí, las marcas ya no estarían clavadas al suelo, como en el municipio de Bruselas, sino que serían pegatinas fijadas a elementos del mobiliario urbano. En este caso, vemos la concha amarilla sobre fondo azul que nos guiará a partir de ahora, pero la verdad es que no veremos demasiadas. A lo largo de este trayecto, vamos a fiarnos igualmente en las marcas rojas y blancas del GR-12, sendero de gran recorrido que, si lo siguiéramos en su totalidad, nos llevaría de Ámsterdam a París, pero que en este tramo, como ya dijimos, va a hacer causa común con el Camino de Santiago.

El camino es algo caprichoso, la verdad, y no necesariamente nos lleva por el recorrido más breve, sino que, como un guía orgulloso de su ciudad, nos indica lugares que vale la pena visitar, aunque ello nos obligue a dar algún paso más de lo estrictamente necesario.

Y eso es exactamente lo que sucede en esta ocasión, en que, en lugar de seguir derechamente por la carretera de Alsenberg, que es la que lleva directamente al sur, nos desvía a nuestra izquierda, con el fin indudable de que pasemos por el edificio que está muy cerca de la barrera de San Gilles y donde hemos localizado las marcas que seguimos.

El palacio es impresionante. No es otra cosa sino el ayuntamiento de San Gilles, maison communale en romance vernáculo y Gemeindehuis en la otra lengua oficial, pero que prácticamente nadie utiliza por estos pagos. El edificio es un ejemplo impresionante de la pasta que se manejaba por estos pagos cuando las colonias eran explotadas a conciencia, pero ahora no tenemos ningún motivo particular para glosar sus maravillas, sino para continuar por el camino que llevamos, el cual nos hace pasar delante de él, para girar a la derecha, cruzar nuevamente la carretera de Alsenberg y seguir recto.

Si la iglesia de San Gilles que aparece en la primera ilustración de esta entrada era un edificio de bella factura, aquí tenemos un ejemplo contrario, fruto de los estragos que los desvaríos arquitectónicos de la segunda mitad del siglo XX han producido en la arquitectura religiosa. Porque, sí, el edificio reflejado en la foto de la izquierda no es un gimnasio ni una biblioteca, sino un templo católico.

En esta ocasión no pude evitar la tentación de acercarme un poco a ver detalles. Se trata de la parroquia de Santa Alena (sí, con a) y es la sede de la comunidad católica brasileña. De hecho, todas las misas de la semana son en portugués. En francés no hay ni una. El flamenco ni está ni se le espera. Supongo que los brasileños se pondrían muy contentos con que les diesen un templo para ellos solos y no se preocuparon demasiado de que su estilo fuese tirando a modernillo. Ya se sabe que, a caballo regalado...

A unas pocas decenas de metros de la parroquia de Santa Alena acaba el término municipal de San Gilles y comienza el de Forest. Y no sólo acaba el susodicho término, sino también esta entrada, porque, ciertamente, se está haciendo tarde.




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