miércoles, 29 de enero de 2025

Celebraciones

 

El 25 de enero de este año la Hermandad del Rocío de Bruselas celebraba el vigésimo quinto aniversario de su reconocimiento como hermandad filial de la de Almonte. Para tal efecto, consiguió que ese día el Manneken Pis vistiera de rociero, que es como aparece en la foto.

No es la primera vez. De hecho, esta bitácora ya se hizo eco de la primera, en la que se tuvo que confeccionar el traje de acuerdo con las precisas instrucciones que dio la Asociación de Amigos del Manneken Pis. En aquel entonces, hace cinco años, no lo sabíamos, pero estábamos a punto de entrar en la pandemia, y la Hermandad del Rocío de Bruselas acababa de cumplir veinte años de existencia; entretanto, ya va por los veinticinco, así que ha logrado convencer a la citada Asociación de Amigos del Manneken Pis, con quienes evidentemente conserva una buena relación, para que accedieran a desempolvar el trajecito que se cosió entonces y vestir con él a la emblemática estatua. Creo recordar que entonces también había un sombrero andaluz, que esta vez no se utilizó.

En estos cinco años ha llovido mucho. En Bélgica desde luego, porque llueve mucho incluso cada día. Ha llovido mucho incluso en Valencia, y no digamos a finales de octubre del año pasado. Ha llovido tanto que releo la entrada de hace cinco años y no puedo menos que sonreír al descubrir cosas que eran ciertas entonces y ya han dejado de serlo. Estremece pensar que unas pocas semanas después de aquel día íbamos a estar confinados y en plena confusión, con las iglesias cerradas, todo el mundo en teletrabajo, y la susodicha Hermandad del Rocío poco menos que en colapso, reducidas las filas a unas pocas decenas de hermanos desperdigados y sin lugar de reunión. Cinco años después, la Hermandad está en un momento de auge, cosa que se pudo ver en la Eucaristía que tuvo lugar nada menos que en el Sablon y en la comida posterior. Hay más gente, la media de edad se ha reducido enormemente y la pandemia obligó a hacer cosas como rezar rosarios (que es una obligación de toda entidad mariana) a través de una aplicación en línea. Esto último ha dado un resultado inesperado, por lo bueno, que es poner en contacto semanal a los hermanos residentes en Bruselas y a quienes han ido abandonando esta ciudad tan lluviosa, pero no se han dado de baja y siguen participando en lo que buenamente pueden e incluso asoman por aquí de vez en cuando.

En resumidas cuentas, sólo queda desear a la Hermandad que, igual que celebró en su momento su vigésimo aniversario y hace unos días su vigésimo quinto, conserve y aumente su fuerza para llegar, no ya al trigésimo, sino al medio siglo y más allá, aunque al que escribe estas líneas, por pura razón de edad, se le haga tarde para verlo.

lunes, 27 de enero de 2025

El ludópata

 

A estas alturas supongo que habrá gente que no recuerde al personaje de la foto, el conocido cacique de la provincia de Castellón, Carlos Fabra, último heredero hasta ahora de una dinastía que comenzó Victorino Fabra, alias el agüelo Pantorrilles, un sujeto bastante aborrecible que organizó una contraguerrilla liberal durante la Primera Guerra Carlista y que obtuvo como recompensa de los vencedores un poder omnímodo en la provincia de Castellón (eso para los que dicen que la democracia y la libertad comenzaron en España en 1812 o en 1833, que alguno hay).

El caso es que Carlos Fabra ha sido siempre un jugador aventajado de la lotería. Ni se sabe las veces que ha ganado y ha obtenido infinidad de boletos premiados. Las malas lenguas dicen que era su forma de blanquear los ingresos en efectivo que tenía de sus labores de intermediación de todo cuño y, en todo caso, no demasiado confesables, pero también podemos argüir, por qué no, que jugaba a la lotería con tanto énfasis y gastaba en ella tales sumas de dinero que forzosamente alguno le tenía que salir premiado. En lugar de ser un corrupto, que es la opinión seguramente infundada que se tiene sobre él, bien podríamos decir que se trata de un enfermo, un ludópata que no puede controlar los impulsos que tiene de jugar compulsivamente. No es de extrañar que las ganancias que obtenga, que nunca serán mayores, por pura probabilidad matemática, que las cantidades que ha perdido, tenga que sacarlas para seguir jugando, en una vorágine adictiva que a saber hasta dónde puede llegar.

Recuerdo este caso porque es bastante similar al que tiene como protagonista a nuestro Didier Reynders, que parece que se encuentra en una situación similar a la de Carlos Fabra, es decir, que hay dos hipótesis: o es un ludópata de campeonato, o debería explicar de dónde saca el efectivo con el que adquiere la lotería.

Según la prensa, parece que el propio Reynders ha declarado a la policía, entiendo que muy compungido, que es un ludópata y que no se puede resistir a gastarse dos o tres mil euros, que yo al menos no los gano todos los fines de semana, comprando boletos de lotería en una gasolinera cerca de su casa. Ha sido identificado por una empleada de la gasolinera, cosa normal, porque verte a un ministro (o a quien sea) dejándose tres mil euros en efectivo día sí, día también, es cosa que uno recuerda con facilidad. Pobrecillo, podríamos pensar.

Luego vienen las dudas que le entran a uno. No sé muy bien cómo están las cosas en España, supongo que más o menos igual que aquí, pero sacar dinero en efectivo en Bélgica ya no es lo que era. Hubo un tiempo, pongamos que hablo de los inciertos momentos que siguieron al inicio de la pandemia, en que me puse a sacar efectivo para tener una reserva en caso, yo qué sé, de que los sistemas de pago se cayeran y tuviera que comprar urgentemente cosas de primera necesidad como papel higiénico. Ahí me topé con el límite semanal de mil doscientos euros y con el límite diario de seiscientos. Para un ludópata redomado como Reynders, que se gastaba bastante más en sus vicios, eso no pasa de calderilla, así que entiendo que de algún sitio tuvo que haber sacado el remanente, a no ser, claro, que estuviera sacando pasta todas las semanas durante años, pero conteniéndose y sin jugar un euro, para luego sucumbir de golpe a la tentación y jugar insaciablemente todo el dinero en efectivo que se había procurado.

También está que uno puede ser un ludópata y pagar los billetes de lotería con tarjeta, e incluso diría que es así como lo hace la mayoría de los que juegan comprando sus cosas en las gasolineras o donde sea. No tengo ni idea, porque yo soy totalmente contrario al juego y a las apuestas, y mucho más a la lotería nacional, ejemplo de libro de Estado estafando miserablemente a los ciudadanos, pero no veo la necesidad de sacar la billetera y los billetes para jugar.

Otra duda razonable consiste en que Reynders, más que retirar dinero en efectivo de sus cuentas, lo que ha estado haciendo es lo contrario, es decir, hacer ingresos en efectivo de cantidades bastante importantes que hubiera podido utilizar en jugar a la lotería, ya puesto. Pero no, él ha preferido ingresarlas en sus cuentas bancarias.

Una duda ulterior consiste en la naturaleza de la lotería en Bélgica. En España, la verdad sea dicha, comprar billetes de lotería para blanquear dinero esperando obtener un premio no parece nada inteligente, porque la tasa de ganancia es bastante despreciable, pero parece que en Bélgica la tasa de ganancia es del 60% de media y, para algunos juegos, incluso del 78%. Vamos, que si juegas cien mil euros, pongamos por caso, vas a perder entre veintidós mil y cuarenta mil, pero te quedas con entre sesenta y setenta y ocho mil perfecta y legalmente ingresados en tus cuentas. Es un sistema burdo y fastidioso de blanquear, vale, pero es más rápido que irse de restaurantes todos los días o comprar en el super y pagar sistemáticamente en efectivo. Y hay gente que tiene prisa.

Y otra, como yo mismo, a quienes sistemáticamente se nos hace tarde. Tiene que haber de todo,  ¿no?

viernes, 24 de enero de 2025

Reynders, de nuevo

Vamos, pues, con el político belga más conocido por los españoles, que no es otro que Didier Reynders. Ya hemos hablado de él en alguna ocasión, por ejemplo aquí, cuando prácticamente acababa yo de llegar a Bélgica, y también aquí, en sus gloriosos tiempos de comisario europeo de Justicia y árbitro de las disputas en España entre el gobierno y la oposición.

Didier Reynders salió del cargo de comisario de justicia el 1 de diciembre de 2024, es decir, literalmente el mes pasado, y a la policía belga le ha faltado tiempo para empapelarlo en cuanto perdió el cargo que le daba cierta inmunidad. Ahora mismo está bajo investigación por blanqueo de dinero, pero primero vamos a dar una semblanza general del personaje en cuestión.

Didier Reynders nació en Lieja y estudió allí en un instituto jesuita para después licenciarse en Derecho en la universidad local. Aunque mantiene muchos lazos por allí, es más o menos vecino mío, porque ya hace tiempo que reside en Uccle, de donde ha sido concejal en el pasado mientras desempeñaba todo tipo de cargos en el gobierno federal, cosa que en Bélgica es perfectamente posible. Hay que decir que este municipio pasa por caro y de clase alta; bueno, pues Reynders vive en la parte del municipio que hace subir la media del precio del metro cuadrado de vivienda.

Su carrera progresó con rapidez, comenzando por la presidencia de la SNCB, la compañía ferroviaria belga, cuando aún no tenía treinta años. Quizá eso explique algunas cuestiones que se le plantean a uno sobre el funcionamiento de los trenes en Bélgica, no sé. Además de ciertos cargos, prebendas e intereses en el sector privado, que hacen preguntarse cositas sobre si hay normas sobre incompatibilidades de cargos en Bélgica, fue ministro nada menos que de Hacienda entre 1999 y 2011, y luego ministro de Asuntos Exteriores y Europeos (sus competencias incluían también comercio exterior), antes de ser nombrado comisario europeo de Justicia y encargado, por consiguiente, del respeto al Estado de Derecho en la Unión Europea. Como en España el gobierno y la oposición se acusan mutuamente de despreciar el Estado de Derecho, a Reynders le tocó mediar con el fin de desbloquear el nombramiento de los componentes del Consejo General del Poder Judicial, cosa que se logró, debido a él o a quien fuera. Gracias a esta intervención, la opinión pública española escuchó su nombre, lo cual lo convirtió en uno de los pocos políticos belgas conocidos en nuestro país.

El hecho de que estuviera en primera línea política durante tantos años y durante diferentes gobiernos y coaliciones, hasta el punto de que incluso el Rey le encargó intentar formar gobierno un par de veces (eso sí, sin éxito), le ha dado una fama de superviviente y un apodo un tanto peculiar, "Teflón". Este apodo se debe a que los jaleos y los escándalos le resbalan como por arte de magia sin afectarle lo más mínimo, como si fuera una sartén antiadherente. Y ha tenido escándalos, ya lo creo que los ha tenido. Ya tuvo una acusación de blanqueo de dinero, que fue archivada a los pocos días por falta de pruebas; y también estuvo implicado en el famoso "Kazakhgate" que costó el puesto al anterior alcalde de Uccle, que era de su partido (recordemos que, además de todo lo demás, Reynders era concejal de Uccle), además de ciertas relaciones con un príncipe saudí de reputación mejorable. Nada le afectó y su carrera política siguió en constante ascenso o, en el mejor de los casos, estable.

Las cosas empezaron a torcerse en 2024, cuando no pudo conseguir que el gobierno belga lo propusiera para continuar como comisario europeo. De repente, parece que el teflón empezaba a desgastarse, después de sesenta y seis años de cumplir su función escrupulosamente.

El 30 de noviembre de 2024 fue el último día de Didier Reynders como comisario europeo. El 1 de diciembre entró en funciones la nueva Comisión. El 3 de diciembre, la policía belga ya estaba interrogando a Reynders. No pueden detenerlo preventivamente, porque goza de inmunidad al haber sido ministro, comisario o lo que haya sido durante los períodos en cuestión, pero interrogarlo sí que pueden, y en ello están.

Como se hace tarde, lo cual me temo que no es una novedad, vamos a dejar la continuación para la próxima entrada. Y me temo que puede haber más, a medida que se vayan desarrollando los acontecimientos. 


 

miércoles, 22 de enero de 2025

Comenzando el año

Ya decía yo a finales del año pasado que, tal y como veía el panorama, era difícil que tuviera mucho tiempo en los primeros días de 2025 para escribir nada, y efectivamente, así ha sido hasta hoy, en que he encontrado un hueco y tomo la pluma, o más bien el teclado, para quitarle el polvo a esta bitácora de mis entretelas, con los buenos propósitos de todos los años de escribir más a menudo, pero que fatalmente se compadecen mal con la realidad.

Lo típico de la primera entrada del año es plantearse qué hacer durante el mismo, y a eso voy. Veo que en los últimos años, además de una reducción del número de entradas y de la frecuencia de publicación con respecto a la primera etapa moscovita y exuberante, la temática se ha encogido bastante. Al principio, esto era un egoblog, tal cual, y además orgulloso de serlo. Se escribía de mí y de mis vivencias, que tenían lugar en Rusia, que ya de por sí es un país como para que pasen muchas cosas chocantes, pero también en otros sitios, España incluida. Incluso llegué a escribir de Bélgica, mucho antes de sospechar siquiera que unos años más tarde terminaría viviendo aquí. En los últimos años, sin embargo, escribo más de Bélgica y algo menos de mis vivencias diversas por esos mundos de Dios o por donde sea. Y es lástima, porque, aunque resido habitualmente en un municipio, Uccle o Ukkel, según el idioma que elijamos, de la región de Bruselas, también es verdad que me desplazo bastante a lugares como Luxemburgo, Alsacia, otras regiones belgas y, naturalmente, España, y últimamente no sólo a Valencia, sino que estoy asomando el hocico por otros lugares de nuestro hermoso país. El año pasado y el anterior, aprovechando que tengo hijos desperdigados por Europa, pasé fugazmente por Hungría y Dinamarca, y pienso volver por este segundo país, pero no he escrito una línea sobre mis impresiones sobre estos lugares.

Pues ya va siendo hora de cambiar un poco la orientación. Yo supongo que el hecho de cambiar de perspectiva y escribir más de Bélgica y menos de mis impresiones en general va unido al hecho de tener cierto pudor con respecto a mis circunstancias personales, que han cambiado muchísimo desde los felices tiempos de Moscú. Uno piensa que a los lectores, si es que queda alguno, no le interesan en demasía mis cuitas personales, que me han llevado a conocer lugares tan desagradables como los juzgados belgas, cosa que no deseo ni siquiera a mis enemigos. Bueno, puede que a los lectores, que para eso lo son, sí que les interesen mis cuitas personales, pero creo que a mí me va a costar algunos años poderlas contar con algo de sentido del humor, que es de lo que se trata en estas pantallas.

En fin, que la idea consiste en hacer esto un poco más variado. Después de todo, cuando comenzó esta aventura allá por 2006, en mi hogar había cinco personas, tres de ellos niños de seis, cinco y dos años, y dos más o menos niñeras a tiempo completo, lo que daba mucho juego sin necesidad de salir de casa; ahora los niños, lógicamente, tienen casi veinte años más, no viven en casa y, no menos lógicamente, no hay niñeras, sino una señora que viene a limpiar los jueves lo poco que, viviendo solo, ensucio por aquí. No es lo mismo.

Sin embargo, para hacer la transición un poco más llevadera, y porque tampoco se trata de hacer una revolución (sigo siendo fervientemente contrarrevolucionario), la primera entrada de este año tras ésta todavía va a tener como protagonista un político belga, seguramente el más conocido para el público español.

Pero eso será dentro de un par de días, porque hay cosas que no cambian, y una de ellas es que se me hace tarde...