Uno de los cambios que han sucedido últimamente en Bélgica con el relajamiento de las medidas contra la pandemia ha consistido en el retorno generalizado al puesto de trabajo. Bruselas es un lugar donde hay una importante sobredosis de trabajadores de oficina, entre los que tengo el honor, no sé si dudoso o no, de encontrarme. El gobierno belga había sido bastante estricto y nos prohibía volver al trabajo presencial, salvo que fuera indispensable (y no lo era), con lo que llevo quince meses trabajando desde casa, cosa que no había hecho apenas nunca hasta entonces y que, para mi sorpresa, ha resultado ser posible e incluso tiene sus ventajas. Por ejemplo, que puedes dormir un rato más o, mejor dicho, que puedes levantarte media hora (o más) más tarde de lo que solías, y aun así llegar con una puntualidad intachable a tu puesto de trabajo que, en mi caso concreto, se encuentra en una especie de entresuelo que tengo en casa y del que he desalojado a Ame y su Fifa. Ahora, en lugar de acumular botellas y latas de Coca-Cola vacías, presenta un aspecto austero, sí, pero rabiosamente funcional y profesional, y eso que, en línea con la práctica totalidad de mis compañeros, no me he puesto una corbata en más de un año.
Otra indudable ventaja consiste en que, debido al cierre de cantinas, comedores y restaurantes, he mejorado mis habilidades culinarias. Ahora la tortilla de patatas, que ya me salía buena, me sale perfecta, y he añadido unos cuantos platos a mi repertorio. De hecho, incluso parece que he pillado cierta fama, como cuando el otro día me abordó Ame:
- Oye, que si podrías hacer un arroz al horno para mí y unos amigos míos cuando terminemos los exámenes.
- ¿Un arroz al horno?
Estamos en junio. En junio. El arroz al horno (que ya apareció en esta bitácora illo tempore) es un plato más bien potente muy indicado para tiempo más fresco, pero la verdad es que, desde que le pillé el truco a mi horno, me sale para chuparse los dedos, y he incorporado algunas novedades a la receta que usaba en Rusia que la han mejorado bastante. Aun así, no es lo que yo tomaría en pleno verano, que incluso en Bélgica, después de un mayo indecente, está resultando razonablemente caluroso.
- Sí, es que les dije a mis amigos que sabías cocinar, y quieren probarlo. Se ve que, cuando se quedan solos con su padre, les toca siempre llamar a un UberEats.
Pues nada, arroz al horno...
Pero, volviendo al tema de esta entrada, las ventajas derivadas del teletrabajo están cerca de irse al garete, porque el gobierno belga ya ha levantado la prohibición de presentarse en la oficina y, después de haberme vacunado, la verdad es que no tengo excusas para seguir durmiendo media hora más.
De acuerdo con las terminantes órdenes de mi jefatura, el lunes es el primer día de presencia en la oficina. A ver qué me encuentro, porque, el par de veces que me presenté allí de estranjis y porque me hacían falta un par de cosas que tenía allí, no parecía sino que hubieran lanzado una bomba de neutrones: de las cuarenta personas que, normalmente, ocupamos la planta, no había absolutamente nadie. Me dirigí a mi puesto de trabajo con algo de mosqueo y estuve trabajando un rato, solo para darme cuenta de que estaba totalmente desacostumbrado a la silla, a la mesa, e incluso a las pantallas: estaba muchísimo más a gusto en casa, con una silla de mi altura, una mesa enorme (que me acompaña desde el lejano verano de 1997) a la que he puesto unos tacos en las patas para dejarla exactamente a mi altura, y una pantalla de televisor colocada sobre otra mesa y que me da un espacio de trabajo fantástico. Allí, en la oficina, de repente todo era pequeño y birrioso. Incluso la conexión de Internet de mi casa, después de las aventuras del otoño e invierno pasado, era considerablemente mejor que la del trabajo, por mucho cable óptico que tuviera.
La verdad es que la única diferencia a favor del trabajo en la oficina es la presencia de compañeros y el aspecto social, pero es que incluso eso tiene pinta de estar bastante limitado, porque el teletrabajo ha venido para quedarse, y para quedarse más como regla que como excepción, que es lo que había venido siendo. Los días que pasé por la oficina conseguí encontrar a alguien por purísima casualidad, y este alguien tampoco esperaba encontrarme a mí, así que el aspecto social ha sido, hasta ahora, bastante ausente. Ya veremos a partir de la próxima semana, porque a mí me da la impresión que, si el teletrabajo obligatorio ha sido traumático para bastante gente, sobre todo para los que viven absolutamente solos en un piso pequeño en Bruselas, que son más de los que parecen, no menos traumático va a ser el retorno a un ambiente de oficina que difícilmente va a volver a ser lo que fue.
Pero ésa es otra historia, y tocará relatarla a partir del lunes. Entretanto, me toca ver de dónde saco morcillas para cocinar un arroz al horno de categoría y demostrar que, conmigo en casa, UberEats no es necesario.
2 comentarios:
Yo he llegado a comer arroz con costra en agosto, en Pego, con ni sé la de grados que debía haber en la calle. Si hace falta sacrificarse para agradar a unos amigos visitantes, se hace.
Saludos.
Millanga, un arroz con costra bien hecho (y no es fácil) merece todo tipo de sacrificios, incluyendo el de comerlo a treinta y cinco grados de calor húmedo, en plena marjal, humedal, o como se llame lo que tenga Pego. Vaya que sí.
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