(Viene de la entrada anterior)
Al llegar a la cocina, Ame podía decir con pleno derecho que pertenecía a la raza blanca, porque estaba pálido como pocas veces más habría estado. Con los labios entreabiertos, escribía mensaje tras mensaje en su móvil.
- ¿Qué hacemos ¿Hemos de avisar a alguien? - le dije al entrar en la cocina, con gesto serio.
- ¿Cómo han salido las pruebas? - preguntó Ro, que también estaba por allí.
- Tú has dado negativo, pero nosotros dos positivo.
- Pero, pero... ¿cómo ha podido ser? - repetía Ame.
- ¿No has visto a nadie estos días?
- ¡No!
Los padres, al menos este padre, sabemos bastante bien que los hijos adolescentes son una pésima fuente de información sobre sí mismos.
- Bueno, pues supongo que lo habré cogido yo al salir a comprar el otro día, o tú por la calle, yo qué sé...
- ¿Y entonces?
- Pues nos toca continuar con la cuarentena. Bueno, Ro puede salir, pero nosotros no...
- Entonces no puedo salir esta tarde...
Y Ame se sumió en pensamientos de lo más sombrío. Dos semanas más enjaulado en casa, cuando se veía a las claras que se estaba saliendo encima, el pobre.
Entonces, Ro y yo cruzamos una mirada pícara, yo asentí con la cabeza, me acerqué a Ame por la espada, lo agarré por los hombros y dije:
- ¡Que es una broma! Has dado negativo, y yo también.
Estos programas de edición de pdf son la bomba. Y mi esfuerzo para contenerme la risa al llegar a la cocina, cuando me estaba partiendo la caja literalmente desde que salí de mi lugar de trabajo hasta que me puse al alcance de su vista, al menos merece ser destacado.
Ame se tomó bien la broma, pero no volvió a casa hasta medio minuto antes del comienzo del toque de queda. Angelito.
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