El aeropuerto estaba menos que medio vacío, y eso en el primer día de vacaciones escolares en Bélgica. Normalmente, estaría de bote en bote. Al menos, todo el mundo estaba exquisito: hasta los seguratas sonreían y, como éramos menos pasajeros que seguratas, y se veía que teníamos tiempo, nos sometieron a controles un poco más rigurosos que de costumbre. A mí me cachearon de arriba a abajo, si bien eso, fuerza es decirlo, sucede también cuando el tráfico aéreo es el habitual. Algo sospechoso me verán.
El vuelo parecía ser uno de los últimos que salían de Bélgica. Vamos, no comprobé si el avión lo pilotaba Hanna Reitsch, pero no lo excluyamos del todo. El pasaje, más o menos la mitad de la capacidad del avión, lo componían en su práctica totalidad familias belgas que se habían creído que Valencia no estaba tan mal como otras zonas de España y habían sacado el billete y mantenido sus planes, a pesar de que dos días antes las autoridades belgas habían metido la provincia de Valencia en zona roja. Cuando salí de Bélgica, Alicante y Castellón seguían en zona naranja, pero hoy toda la Península Ibérica se considera zona roja, con la única excepción de la provincia de Lugo, que, francamente, no es adonde se desplaza un turista belga en noviembre.
La llegada a Valencia fue igualmente rara: el aeropuerto estaba más ocupado por trabajadores que por pasajeros, y la cola de taxis era impresionante, mientras que la de pasajeros era totalmente nula, así que me monté en el primero que había y me planté en mi casa en un periquete. Qué diferencia con otros días...
La verdad es que en Valencia me está sorprendiendo una extraña sensación de normalidad. La gente lleva mascarilla, sí, pero fuera de eso parecería que la vida sigue igual. Los bares y restaurantes, que en Bélgica llevan varias semanas cerrados a cal y canto, aquí están abiertos como si tal cosa, y el buen tiempo que ha hecho hasta hoy mismo permite que las terrazas, donde lógicamente los contagios son menores, estén llenas, y los interiores prácticamente vacíos.
Los comercios, que en Bélgica llevan cerrados desde el viernes, salvo lo más imprescindible, aquí están trabajando normalmente. En nuestro barrio bruselense, la cosa es aún más grave, porque el único supermercado que está a una distancia fácilmente abarcable a pie ha cerrado por obras hasta entrado noviembre, con lo que los únicos comercios abiertos en el barrio son, seguramente, las dos farmacias más cercanas. El supermercado más cercano, un Carrefour de ésos que abren todos los días, domingos incluidos, está a más de un kilómetro y no es cosa de hacerlo con la compra de la semana a la espalda.
En Valencia, no. Todo funciona, los niños llevan uniforme, o al menos mochila, hay actividades deportivas, y esta mañana, saliendo de visitar la Almoina, coincidí con la entrada de un nutrido grupo de colegialas atentas a las explicaciones de su profesora. Enmascaradas, sí, pero juntas, para oír mejor lo que les decían. Nada de eso sucede ahora mismo en Bélgica.
Dicen que en España vamos hacia un confinamiento estricto, y bien pudiera ser, ahora que hay estado de alarma y toque de queda desde medianoche, a lo Cenicienta. Muchas de mis amistades españolas, seguramente asustadas por la situación que ven a su alrededor, e imbuidas de ese complejo de inferioridad propio del español que ha viajado poco, preguntan qué estarán pensando en Europa del, dicen, desastre que está sucediendo en España.
Como otras muchas veces, me toca decir que no somos peores que en otros países de Europa, aunque las derechas digan que sí, y que la culpa es de la izquierda, y la izquierda también diga que sí, y le eche la culpa a la derecha. Si hay algo en lo que estamos claramente peor que en el resto de Europa es en el enconamiento entre unos y otros, que hasta ese extremo no creo que se dé en ningún otro sitio. Pero, fuera de eso (o a pesar de eso), no veo yo que España funcione peor que Bélgica, un país donde el diagnóstico del COVID no se hace antes de diez días, y eso sólo con síntomas. Por comparar, Abi estudia en Madrid, una ciudad gobernada por la derecha que, si tenemos que creer a la izquierda, está al nivel de catástrofe de Chernobil, o peor. Pues bien, sin tener el menor síntoma se ha hecho la prueba de antígenos en la sanidad pública por la mañana, hoy mismo, que fue cuando la pidió, y a la media hora salía con el resultado. Negativo.
Para que nos hagamos una idea, en Bélgica han abandonado la idea de hacer test a los que se desplazan al país desde una zona roja. No pueden, es pura saturación del sistema. En su lugar, hay que rellenar un cuestionario de autoevaluación y, si eres asintomático y te has autoevaluado lo suficientemente bien, eres libre o, como mucho, te mandan un SMS (aún he de verlo) con instrucciones.
De momento, lo que no está claro es que sea capaz de volver a Bélgica. Tengo un billete de avión para dentro de una semana, sí, pero últimamente los billetes de avión comienzan a parecerse mucho al papel mojado. Ya veremos si consigo tomar un vuelo... o se me hace tarde.
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