Todo el que haya seguido esta bitácora desde su inicio, o desde cuando sea, se habrá percatado de que me gusta la Pantera Rosa. En los primeros años, includo puse la banda sonora de Mancini como música de fondo, y sólo la quité cuando una serie de lectores, hasta las narices de la misma, me lo suplicaron. Como yo mismo corría el riesgo de acabar detestando una melodía que, en principio, me encanta, les hice caso, y creo que hemos salido ganando.
En efecto, la Pantera Rosa me encanta. Tengo toda la serie con Peter Sellers y Blake Edwards, un montón de películas de dibujos animados, mi avatar es una pantera rosa con boina roja y gafas oscuras, e incluso el fondo de pantalla de mi escritorio en el ordenador es de color rosa. De hecho, lo primero que hago en cuanto instalo un sistema operativo es cambiarle el fondo de pantalla y ponerlo en rosa. Creo que la única excepción es la textura de camuflaje que verá el lector en el fondo de esta misma pantalla, y que también tengo en mi teléfono móvil, y eso que algún lector me hizo saber en su día que no les gustaba nada y que hacía la bitácora difícil de leer. Ahí ya me planté, como podéis comprobar fácilmente.
En Valencia, la Pantera Rosa, además de todo lo anterior (y de Toni Kukoc), es una fuente pública que todo el mundo conoce y que está situada a la entrada al centro desde el sur. Es un poco difícil no verla, porque es enorme y, de hecho, está representada en la foto que ilustra esta entrada. Se supone que el lugar en el que se la ubicó se llama plaza de Manuel Sanchis Guarner, pero nadie en Valencia, absolutamente nadie, sabe dónde está esa plaza; en cambio, preguntas por la Pantera Rosa y no hay ningún problema en que te indiquen cómo llegar.
La escultura tiene una historia curiosa, y más vale que el lector, si busca más información, no haga mucho caso de las reseñas de los guías locales de Google. De hecho, acabo de leer a uno que escribe, así, con aplomo, que es una obra del escultor Calatrava, y se queda tan pancho. De momento, Santiago Calatrava, aunque se las dé de artista, no es escultor, sino arquitecto; y desde luego no es el autor de la Pantera Rosa, porque lo es Miquel Navarro, también valenciano, como el mismo Calatrava, pero al que sería injusto privar de lo que es suyo, aunque su obra no deje a nadie indiferente.
Con Miquel Navarro o, mejor dicho, con su obra, he tenido un encontronazo reciente. Bueno, en realidad he tenido dos. El primero fue en agosto, en Valencia, cuando visité el IVAM con mi hija Ro. Ro ya no es la niña de cinco años que aparece en la segunda entrada de esta bitácora, claro, aunque creo que aquella entrada la sigue retratando perfectamente. Sin embargo, aunque ahora es una real moza de diecinueve años, por la que supongo que beberán los vientos sus compañeros de universidad, no deja de ser mi hija, y hay cosas a las que un padre, qué le vamos a hacer, tiene reparo. Y una de esas cosas es entrar en lugares calificables de pornográficos.
No sé si durarán mucho, pero aquí hay una descripción de lo que es capaz Miquel Navarro, artista fálico donde los haya y capaz de hacer ruborizarse al palo de una escoba. Entramos, pues, en la sala del IVAM que alberga la colección que Miquel Navarro ha cedido al museo. Afortunadamente, Ro debió percibir el rictus torcido que se me puso nada más echar un vistazo a las obras que adornaban la estancia, de manera que no duramos mucho en ella. El resto del museo, como todos, es opinable, y yo estoy convencido de que ha conocido mejores tiempos, pero, al menos, no era directamente inmoral.
El segundo encontronazo con la obra de Miquel Navarro lo tuve una vez retornado a Bruselas. Decidí acercarme a una librería donde podría encontrar un manual de neerlandés (sí, sigo con el neerlandés, aunque sea de manera telemática), y me despisté un poco, con lo que aparecí a unos doscientos metros de la librería, en una plaza que me llamó fuertemente la atención, no por su majestuosidad ni por su belleza sublima, sino por la fuente que había delante de mis narices, y que estaba seguro que había visto en algún sitio.
Efectivamente, era la prima de la Pantera Rosa. La semejanza era tan evidente, que no pude menos que indagar un poco y, sí señor, el autor de la fuente, en una plaza perdida de Schaerbeek, región de Bruselas, era el mismísimo Miquel Navarro. De Mislata a Schaerbeek, nada menos.
Dejaré para otra entrada la recepción que la obra de Miquel Navarro ha tenido en Schaerbeek. El valenciano, como es bien sabido, tiene una bien ganada fama de meninfot, es decir, que nos da todo un poco lo mismo con tal de que lo más íntimamente nuestro no nos lo alteren. Así nos va, por otra parte.
El habitante de Schaerbeek no tiene esa fama, quizá porque, tras los cambios que ha sufrido en los últimos decenios, Schaerbeek se ha convertido en un municipio enormemente multicultural que no acaba de digerir la inmigración que ha recibido y que ha terminado por perder la personalidad que hubiera tenido y no llegar a adquirir otra. Pero eso lo veremos en la próxima entrada, porque hoy se va haciendo tarde.